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Silvia Márquez, en el jardín de su casa de Algezares, en Murcia. Vicente Vicéns / AGM

«Desde hace 20 años no tengo tele, y vivo feliz»

Silvia Márquez, clavecinista

Martes, 15 de agosto 2017, 02:57

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El sol permanece todavía en alto y cae con fuerza sobre las aceras. Cruzar el umbral de la casa de Silvia Márquez (Zaragoza, 1973), en realidad dos plantas bajas que ella y su marido, Antonio, llevan diez años reformando en Algezares -«hasta hace poco no teníamos puertas», confiesa con una sonrisa-, es como entrar en un universo diferente. Se respira paz, sosiego; el calor ha dejado de pesar, y de fondo suena la música de Thelonius Monk. Hay café sobre la mesa y una caja de bombones.

-¿Qué pensó cuando llegó a Murcia hace 19 años?

  • 1 -¿Un sitio para tomar una cerveza? -Quitapesares, en el santuario de La Fuensanta.

  • 2 -¿Un concierto inolvidable? -Krystian Zimerman, en el Auditorio de Zaragoza.

  • 3 -Un libro para el verano 'Una historia de la lectura', de Alberto Manguel.

  • 4 -¿Qué consejo daría? -Vive y deja vivir.

  • 5 -¿Cuál es su copa preferida? -Un buen vino.

  • 6 -¿Le gustaría ser invisible? -No.

  • 7 -¿Un héroe o heroína de ficción? -Mafalda.

  • 8 -Un epitafio -'Me lo voy a pensar para la próxima'.

  • 9 -¿Qué le gustaría ser de mayor? -Cumplidora de sueños.

  • 10 -¿Tiene enemigos? -Espero que no más de tres.

  • 11 -¿Lo que más detesta? -La incompetencia.

  • 12 -¿Un baño ideal? -En una cala desierta al atardecer.

-¡Que era imposible que estuviese 15 días lloviendo sin parar! Venía de estar cinco años en Holanda y quería sol. Me habían dicho que aquí no llovía nunca, y no me lo podía creer. Luego, efectivamente, dejó de llover [ríe].

«Todo el mundo debería cambiar obligatoriamente de lugar de trabajo de vez en cuando para coger aire fresco»

-¿Qué más le sorprendió?

-La gente. Lo abierta y campechana que es. En Murcia se vive en la calle, y cada vez más. Eso me gusta. Pero también encontré un choque en cuanto a oferta cultural. En Ámsterdam salía a las seis de trabajar y tenía que elegir dónde ir, porque había un montón de eventos culturales. Aquí, en aquel momento, la oferta era muy reducida. Después fue avanzando, pero con la crisis volvieron los recortes. Ahora estamos empujando de nuevo.

-¿A usted qué le enganchó de la música antigua?

-No recuerdo no saber leer música. Empecé muy pequeña de la mano de José Luis González Uriol. Impartía en Zaragoza unos cursos de órgano histórico para los niños de los pueblos de la provincia y yo comencé a ir todos los sábados. Mi pasión no fue por la música histórica, sino por el órgano y, más tarde, por el clave italiano. Recuerdo que llegó a Zaragoza uno recién construido que olía fantásticamente bien, y a mí aquello me entró por el olfato. Una vez que entras ya no sales. Es como abrir una puerta y encontrar muchos mundos distintos.

-¿Qué descubrió?

-Por un lado, los instrumentos, que no tienen nada que ver con los actuales. En los siglos XVII y XVIII había órganos de todos los tamaños. En cada ciudad eran diferentes: según los materiales, según el constructor, según el dinero que tenían para ponerle más o menos tubos...; las posibilidades eran también más limitadas y eso exigía mayor imaginación a los intérpretes. Pero, además, en ese tiempo los compositores apenas dejaban notas en las partituras, lo que hace que tengas que aprender a interpretarlas. Siempre me han gustado mucho los jeroglíficos y esto es una especie de juego. No cabe la monotonía.

-¿Se imagina una vida sin música?

-No, sería imposible. Pero creo que tú tampoco. La música está en todos sitios: en los anuncios de televisión, en las tiendas... Siempre digo que no sabría hacer otra cosa. Cuando has pasado tantos años sentada frente a un instrumento con el objetivo de dominar una pieza, llega un momento en el que, o lo dejas, o sigues hasta que mueres.

«Estoy más relajada, más alegre, y quienes están a mi alrededor lo notan»

-¿Qué le aporta?

-Un lugar donde agarrarme, para lo bueno y lo malo. Recuerdo la muerte de un amigo cuando era muy joven, e ir corriendo al piano porque no quería aceptar lo que había pasado. Solo deseaba tocar. La música es una manera de expresarme y relacionarme. Te ayuda. A mí, por ejemplo, me ha permitido vencer la timidez sobre un escenario.

-¿Qué ha descubierto de sí misma?

-La paciencia, la disciplina, la tozudez; soy maña [ríe]. A veces piensas que no eres capaz de hacer algo, pero con tesón lo consigues.

-Llegó a Murcia con una plaza en el Conservatorio Profesional de Música, y ocupa a la vez la cátedra de clave en el Conservatorio Superior de Música de Aragón.

-No aguanto mucho tiempo en el mismo sitio [ríe]. Me ofrecieron la posibilidad de dar clases en Zaragoza el año, precisamente, en el que se jubilaba quien había sido mi maestro, Uriol, y para mí aquello era un honor. Además, allí estaba mi familia y el trabajo era con alumnos que quieren dedicarse a la música de forma profesional.

-¿Sigue dando clases en Zaragoza?

-No. Me cansé y pedí una excedencia en septiembre. La enseñanza artística se está convirtiendo en una cuestión burocrática, y cada vez es más difícil dar conciertos sin que te pongan problemas. Era muy cansado viajar todas las semanas a Zaragoza, y yo necesito tiempo para mis proyectos, que ya se empezaban a acumular detrás de la nuca. Así que decidí parar un poco. Creo que todo el mundo debería cambiar obligatoriamente de lugar de trabajo de vez en cuando para coger aire fresco.

-Bueno, no es fácil.

-No, pero porque no está planteado así. Tener un año sabático cada cierto tiempo para desarrollar un proyecto o simplemente descansar y liberar toda la tensión acumulada, es necesario.

-¿Y cómo está viviendo estos meses?

-Es muy bonito levantarse cada mañana y retomar el trabajo, tus proyectos, por donde lo habías dejado el día anterior. Estoy más relajada, más alegre, y quienes están a mi alrededor lo notan, a pesar de que, aún así, tengo un montón de cosas por hacer. La búsqueda de la felicidad no está en el fin, sino en el camino.

-¿Con qué disfruta, además de con la música?

-Con la cocina y el deporte. De joven practicaba atletismo: cross y cinco mil; y cuando llegué a Murcia empecé con la esgrima. Estuve dos años, y luego lo dejé, en parte porque creo que es peligroso para las muñecas y porque llegaba a casa llena de moratones, pero es que, además, como todos los esfuerzos los hacía con una pierna, ¡tenía un muslo como un jamón bien curado...!, y el otro no [ríe].

-¿Y el atletismo, por qué lo dejó?

-La verdad es que no lo sé. Ahora lo recuerdo y me río. Gané muchas medallas a nivel regional y solía quedarme entre las primeras, pero un día, no sé qué pasó que entré novena, y ahí decidí dejarlo [vuelve a reír].

-¿Era muy joven?

-No, tendría ya 14 o 15 años.

-¿A la cocina, le dedica mucho tiempo?

-No, eso es lo gracioso. Ahora mismo voy tan hasta arriba que quien cocina en casa es Antonio, mi marido, que lo hace superbién, pero me gustaría tener tiempo para hacerlo yo, porque me divierte mucho.

En paz

-¿Qué procura cada día?

-Organizar mi tiempo. Estoy en una época en la que necesito tiempo para todo y me he propuesto seguir ciertos métodos de organización: ver qué es lo que puedo hacer hoy, qué es lo próximo, lo que está en espera, lo que depende de otra gente, lo prioritario...

-¿Funciona?

-Sí, funciona.

-¿La vida pasa demasiado rápido?

-Sí.

-¿Y le entristece?

-No. Si pasa rápido es porque tiene que hacerlo.

-¿Qué le hace feliz?

-Los buenos momentos con la gente, cada pequeño logro que consigo, los pasos pequeñitos, tener proyectos...

-¿Se siente afortunada?

-Sí, por poder dedicarme a lo que me gusta.

-¿De qué más tiene suerte?

-De haber nacido en un país en el que, entre comillas, se puede vivir en paz a pesar de todos los problemas que tenemos.

-¿Para qué no tiene habilidad?

-Para la tecnología. Desde hace 20 años no tengo televisión, y vivo feliz, pero si la tuviera tendría que ser de un botón y dos canales. Si uso algún aparato es porque no me queda otra, pero, si puedo, lo dejo en manos de otro. Tampoco tengo paciencia para la presentación de documentos en sedes electrónicas, por ejemplo.

-¿Qué es importante?

-Saber quién tienes alrededor y no defraudar a los tuyos. Ambas cosas son muy difíciles. Tengo la sensación de que no sé parar y estar con los míos. Necesito aprender a parar.

-¿Qué le parece injusto?

-Que la gente se crea con la potestad de quitarle la vida a otro. Ya hay bastante con las desgracias naturales y los accidentes.

-¿Qué es un error?

-Pensar que tenemos la razón. Todos creemos que lo nuestro es lo correcto y ese es el problema. Se ve en todas las escalas. Lo que está ocurriendo con el terrorismo islamista es sencillamente eso. Hay que encontrar los puntos de unión.

-¿Dónde encuentra paz?

-Aquí, en mi casa, y en el monte. Mi familia es de un pueblo de Teruel a donde vamos a pasar los veranos, tiene 18 habitantes, y allí también encuentro paz. Por suerte, todos la encontramos.

-¿Cómo era de niña?

-Muy parlanchina. Era tímida de puertas para afuera pero dentro de casa hacía siempre el payaso, y daba igual que tuviera cinco años o 18. Recuerdo que cuando viajábamos en coche, mi hermano y yo no parábamos de cantar. Él también es músico, toca el violín.

-¿Siguió su ejemplo?

-No exactamente. A mí me gustaba todo lo que estaba relacionado con la música y me apuntaba a lo que saliera, y a mi hermano le ocurría algo parecido. Él empezó con el piano porque era el instrumento que había en casa, pero desde pequeño decía que quería aprender a tocar el violín. Interpreta jazz y flamenco.

-¿Alguna vez ha actuado con él?

-Sí, y con un cantaor y con un palmero, además [sonríe]. Estamos en mundos muy distintos pero siempre encuentras puntos en común.

Madre

-¿Qué lugar le sorprendió?

-China.

-¿Por qué?

-Porque dicen que es una gran potencia y las estadísticas así lo demuestran, pero los contrastes sociales son impresionantes. De pronto te encuentras con autopistas tremendas tipo 'scalextric' y con unos rascacielos que intentan imitar la cultura occidental, pero al volver la esquina ves cómo venden pollo sobre una manta y cómo la gente se pisotea si hace falta. No me gustó nada. Estuve, además, en varias ciudades, entre ellas Pekín y Shanghái. Mi hermano viajó después y volvió encantado, pero él estuvo en zonas rurales.

-¿De qué está orgullosa?

-De mi hija [se llama Inés y tiene nueve años]. Quiere ser diseñadora.

-¿Y la música?

-También está enganchada, toca el fagot, y el teclado un poquito.

-¿Fue una niña buscada?

-Sí, aunque nunca me puse como meta ser madre. Es cierto que la vida pasa y que si tienes que esperar el momento adecuado para tener un hijo, nunca lo vas a tener.

-¿En qué cree?

-En la bondad, en el civismo, en el vive y deja vivir.

-¿Qué ha encontrado en La Tempestad? [Márquez dirige la formación murciana de música antigua de la que también es componente su marido, Antonio]

-Una familia con la que he aprendido a trabajar en equipo y a lidiar con distintas personalidades. Llevamos juntos desde el año 2000 y tenemos varios proyectos en común [entre ellos El Conservatorio, que pretende aunar música y gastronomía], luego cada uno tiene sus propios proyectos.

-¿Cómo se ve dentro de 20 años?

-Igual que ahora, sin parar.

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