«Mi hijo se curó; fue un milagro, una oportunidad»
jinete de competición de saltos y directora del Club Hípico Aros
Antonio Arco
Lunes, 22 de agosto 2016, 08:45
Dice Isabel Hernández (Murcia, 1983), jinete de competición de saltos de obstáculos, directora del Club Hípico Aros, madre de tres hijos: «Le pido al Señor, con toda mis fuerzas, que me permita ser una buena esposa, una buena madre, una buena hija, una buena jefa...». Estás a su lado y deja de correr el tiempo.
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-¿Un sitio para tomar una cerveza?
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-La Plaza del Cardenal Belluga. En Murcia.
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-¿Qué música le suena en el teléfono móvil?
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-Ninguna.
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-Un libro para el verano.
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-'Las voces del desierto', de Marlo Morgan.
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-¿Qué consejo daría?
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-Hay que ponerse siempre a favor de la vida.
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-¿Facebook o Twitter?
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-Facebook.
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-¿Le gustaría ser invisible?
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-No.
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-¿Un héroe o heroína de ficción?
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-Bella (De 'La Bella y la Bestia').
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-Un epitafio.
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-«Descanse en paz».
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-¿Qué le gustaría ser de mayor?
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-Buena.
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-¿Tiene enemigos?
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-Que yo sepa, no.
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-¿Lo que más detesta?
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-Los juicios malintencionados.
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-¿Lo peor del verano?
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-Las calles sin gente.
-¿Cómo se llama su caballo?
-William, con el que todos los días sueño volver a competir. La última vez que lo hice, antes de colgar las botas y los briches [pantalones de montar] para ser mamá, fue en Cádiz, en el 'Sunshine Tour 2011', el circuito internacional más importante de Europa; quedé quinta, William estuvo espléndido. Mi historia con él es muy especial.
-¿Por qué?
-Tuve una lesión grave. En una competición, al abandonar la pista de la que salíamos muy contentos, porque habíamos quedado terceros, el caballito perdió un pie, se resbaló y yo caí mal porque no me lo esperaba. Tuve mala suerte, porque la hípica no es nada violenta. ¡Menos mal que llevaba el casco! Me desmayé y, pasadas unas horas, me desperté en el hospital. A la primera persona que vi fue a mi marido, Juan Carlos, que por entonces era mi novio. Por lo primero que yo le pregunté fue por mi caballo, y lo primero que él me dijo fue: «Isabelita, no quiero volver a verte caer, vamos a ir a buscar un buen caballo para ti». Y nos fuimos a Holanda a buscarlo. Cuando vi a William, tenía un bote espectacular. Nos avisaron de que tuviésemos cuidado al darle de comer, porque daba patadas y mordía... Pensé: «Si cocea y se defiende será porque se siente atacado, y lo que hay que hacer es intentar saber la causa». A ninguno nos gusta sentirnos atacados, todos queremos que nos entiendan. Yo sentí que él me podía ayudar y que yo lo podía ayudar a él. Seguramente, en ese momento de nuestras vidas ambos nos necesitábamos. Las casualidades no existen. Nos lo trajimos y fue una decisión magnífica, porque es un campeón. En general, he tenido mucha suerte porque he montado caballos muy buenos, con mucha energía y generosos, que siempre me han sacado de todos los apuros; pero, también, al dedicarme durante más de diez años al desbrave y al adiestramiento de caballos jóvenes, lógicamente he sufrido caídas. Pero tengo que decirle que mi ángel de la guarda se ha ganado muy bien el título en varias ocasiones.
Perder la concentración
-¿Qué aprende de las caídas?
-Generalmente, al igual que muchos de los errores que se cometen en la vida, vienen cuando te relajas y respiras y pierdes la concentración en lo que estás haciendo. Además, en el salto de obstáculos, dependes de un ser no racional, no solo de ti o de otros compañeros, y tienes que saber interpretarlo y tener la capacidad de conseguir hacer de ti y del caballo uno solo.
-¿Cómo se acercó al mundo de los caballos?
-Estoy en el mundo de la hípica por mi padre, que es amante de los caballos. Él me apuntó con 6 años a un campamento de verano con caballos, y desde entonces no me he separado de ellos.
-¿Cómo son?
-Son desinteresados, muy nobles. Si los observas cuando están en manada, verás que les encanta acercarse unos a otros. Nunca lo hacen buscando algo, lo hacen por gusto, por estar juntos. En el caso de las personas, es el interés lo que hace en muchas ocasiones que nos acerquemos a los demás.
-¿Qué ha pensado siempre?
-Siempre he pensado que si no tengo nada que decir, pues no digo nada y ya está; y que si no tengo muy claro lo que voy a decir, mejor me callo también. Nunca he sentido la necesidad de contarle mis cosas a los demás. Me ha costado mucho llegar a hablar sin ponerme colorada. Lo conseguí estando ya estudiando en la UCAM, donde hice ADE y tuve muy buenos profesores, como Josefina García Lozano [actual rectora de esta institución académica].
-¿Qué no le hubiese importado a usted ser?
-Ni misionera, ni militar; lo pensé en algún momento de mi vida.
-¿De qué experiencia no se olvida?
-Mi mejor amiga, desde la infancia, murió con 29 años. Teníamos la misma edad. Estuvo tres años muy malita, de cáncer. Cuando supimos la enfermedad que tenía, le pedí a mi Virgen de la Fuensanta, a la que le tengo mucha fe, que la cuidara. Me acuerdo de ella todos los días, pero la recuerdo con una sonrisa porque la vi marchase feliz de esta vida y pude despedirme de ella. Ahora sé que tengo más enchufe allí arriba [sonríe]. Tengo la suerte de ser creyente. Sé que no estamos solos, que tenemos un Dios padre que nos cuida. El amor que ella dejó en este mundo es un amor que tiene la capacidad de multiplicarse.
-¿No se rebeló usted contra Dios?
-No, jamás. Recé por sus padres, ella era hija única. Se fue porque ya había terminado de hacer lo que vino a hacer aquí. Nos enseñó mucho a todos.
-¿Tampoco ella se enfadó?
-No. Dios sabe lo que nos conviene, sin lugar a dudas.
-¿Cómo se sitúa usted frente al dolor y la injusticia?
-Intentando ser mejor persona. Siempre podemos dar más de lo que damos. No hay nada más hermoso que podamos hacer que ayudar a los demás.
-¿Qué es una suerte?
-En mi caso, sin duda haber conocido a mi marido, Juan Carlos. Lo conocí en un circuito de tres semanas. Yo tenía 23 años. Ese año solo me iba a quedar una semana, porque a la siguiente tenía un viaje previsto con mis amigas a Malta que me hacía una ilusión enorme y que habían logrado convencerme para que me olvidase por unos días de los caballos. A los pocos días de comenzar el circuito las llamé para decirles que no iba al viaje. «He conocido a un chico muy interesante», les dije, y no me creyeron. El primer día del concurso, que cambió todo el resto de mi vida, era un 17 de agosto. Yo llegué con mi camión y mis siete caballos, sin mozo ni nada, y me dirigí a los boxes que tenía reservados, porque soy muy organizada y nunca dejo nada en manos de la improvisación. Me llevé la sorpresa de que estaban ya ocupados por los caballos de Juan Carlos. Nos conocimos y... además de que es guapísimo [risas] me pareció muy interesante. Él, por su parte, nada más conocerme les dijo a sus amigos: «Ahí tenéis a la madre de mis hijos».
-Tres, por ahora.
-Sí. Y estamos muy felices, incluso yo diría que cada día más enamorados. Tanto las gemelas [Isabel y Sofía tienen 4 años como Juan Carlos [tiene dos años] ya eran buenos cuando estaban en mi barriga. Como ambos somos deportistas -Juan Carlos es un jinete excelente-, sabemos lo que es estar al límite, cansados, con dolores...; hemos pasado una crianza, en plan tribu, muy buena. Y sé que cuando descuelgue los briches y las botas para volver a montar, seré mejor amazona que antes. En general, hay dos tipos de deportistas: aquellos que son flexibles y tienen que trabajar la fuerza, y aquellos que son fuertes y tienen que trabajar la flexibilidad. Yo, como amazona, me caracterizo por la fuerza, así es que lo que tengo que trabajar más es la 'dulzura'. Y la dulzura la estoy trabajando como madre más que nunca.
Valorar las cosas
-¿Hay algo que le dé miedo?
-No querría que mis hijos fuesen infelices. Procuramos enseñarles a valorar las cosas que tienen y a tratar con cariño a las personas y a los animales. Estoy muy orgullosa de mi familia: de mis abuelos, de mis padres, de mis hermanos, de Juan Carlos, de mis hijos... Hace un año vivimos una experiencia que a mi marido y a mí nos unió todavía más.
-¿Qué pasó?
-Un viernes 27 de septiembre llevamos a Urgencias al más pequeño, a Juan Carlos. Los médicos nos dijeron que el niño llevaba tres días con los riñones parados, que estaba muy mal. Tenía una enfermedad rara, Síndrome Hemolítico Urémico (SHU). Le indujeron el coma. Nos informaron de que había un porcentaje mínimo de posibilidades de que sobreviviera. Volví a recurrir a mi Virgen de la Fuensanta. Le pedí otra oportunidad para mi hijo, otra oportunidad para todos nosotros. Y mi hijo despertó... Yo no soy de lágrima fácil, nunca lo he sido, pero esa noche, de rodillas, lloré como nunca. Los médicos no se lo explicaban... mi hijo tenía 300 de urea. Empezó a orinar, se le desintoxicó la sangre y se curó. No sentía pena, sino un amor inmenso. Fue un milagro, una bendición. Todavía hay médicos que nos llaman interesándose por el caso.