Mercedes Farias, fotografiada en su casa de Murcia.

«Soy 'Juan sin miedo', vivo sin temor a vivir»

profesora de Derecho Mercantil de la Universidad de Murcia

Antonio Arco

Miércoles, 17 de agosto 2016, 22:05

Cae la noche. Una vela aromática brilla en un rincón. Suena de fondo, acariciante, música clásica. En esta casa de Mercedes Farias (Murcia, 1964), se respira paz, se conversa sin prisas, se recobra el buen humor y se prepara -lo hace su compañero, de ejemplar discreción como ella- el mejor gin-tonic de la ciudad. Nos mira exultante la Torre de la Catedral.

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  • 1

  • -¿Un sitio para tomar una cerveza?

  • -La Plaza de la Señoría, en Florencia.

  • 2

  • -¿Qué música le suena en el teléfono móvil?

  • -Ninguna.

  • 3

  • -Un libro para el verano.

  • -'El problema de Spinoza', de Irvin D. Yalom.

  • 4

  • -¿Qué consejo daría?

  • -Recuerda que la fuerza que necesitas está dentro de ti, búscala ahí.

  • 5

  • -¿Facebook o Twitter?

  • -Facebook.

  • 6

  • -¿Le gustaría ser invisible?

  • -Sí.

  • 7

  • -¿Un héroe o heroína de ficción?

  • -Lady Chatterley.

  • 8

  • -Un epitafio.

  • -No quiero epitafios.

  • 9

  • -¿Qué le gustaría ser de mayor?

  • -Querida

  • 10

  • -¿Tiene enemigos?

  • -Seguro que sí.

  • 11

  • -¿Lo que más detesta?

  • -La vulgaridad del alma y la impostura.

  • 12

  • -¿Lo peor del verano?

  • -El calor.

-Su padre [Pedro Farias] fue profesor mío en la Universidad. ¿Qué le enseñó a usted?

-A vivir sin miedo a vivir. Y a pensar. A mi hermano y a mí nos transmitió la pasión por la vida y a saber que los momentos difíciles se pueden superar. Mi padre, hijo de padre republicano, tuvo una infancia durísima, pero se agarró a la vida superando todos los obstáculos sin sentir rencor, sin permitir que nada le agriara. Creo que tengo que agradecerle ese impulso automatizado que tengo cuando llegan los problemas: en lugar de hundirme, tiro hacia adelante.

-¿Qué es lo más importante que le ha ocurrido?

-No hay nada más importante, ni mejor, que mi hijo. Va a cumplir 23 años. Es una belleza, por dentro y por fuera.

-¿Qué experimenta?

-En los momentos de fragilidad, encuentro en el hecho de ser madre, de tener un hijo al que todavía puedo serle de ayuda, un hijo al que adoro, una fuerza enorme, una fuerza absolutamente irracional instalada en mi córtex reptiliano. Las grandes hazañas de las madres están en el día a día. Una conocida se quejaba un día de que su madre era una persona sin interés, con una vida vacía. «¿Cómo puedes decir eso?», le pregunté. «La conozco», le dije, «os ha procurado un hogar, os ha cuidado, se ha dedicado a vosotros...; no conozco empeño más hermoso». Las personas más luminosas que he conocido, más allá de mi hijo y de mi pareja, son mi abuela materna y mi suegra, la madre de mi primer marido; mujeres dedicadas a procurar la felicidad y la prosperidad de sus familias, quedándose con sus problemas para ellas.

-¿Una madre vive siempre preocupada por su hijo?

-Sí, y tienes que saber no obsesionarte. Por suerte, yo no soy miedosa, soy 'Juan sin miedo' como lo era mi padre. No tengo fobias, nunca he temido a la oscuridad y tampoco me dan miedo las personas.

-La he escuchado llamar dos veces a su pareja, en el poco tiempo que llevo aquí, «mi vida».

-¿Le extraña?

-No es lo más frecuente.

-Pero debería serlo. La vida es mucho mejor con ternura. Yo intento, en todos mis órdenes de relaciones, que prevalezcan la ternura, la delicadeza y el buen trato.

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-¿Por qué?

- Seguramente porque he tenido ocasión de vivir, y a veces de sufrir, situaciones en las que los hombres son crueles con los hombres. Quiero que mi entorno sea un entorno de ternura. Además, ningún rol en la vida está reñido con el trato humano directo: con escuchar, mirar a los ojos, prestar atención...; son cosas tan importantes. En el momento en que hieres innecesariamente a alguien, te estás destruyendo un poco a ti mismo.

-¿Vivió su gran desamor como un fracaso?

-Sí, lo viví como una muerte. Jamás pensé que podría ocurrir. Era mi familia, teníamos un hijo maravilloso, lo quise muchísimo.

-¿Cómo se protege usted de la traición?

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-Desde el desapego, no me importa si eso sucede. Te hieren, pero te recuperas.

-¿Qué clase de niña era?

-Muy alegre, charlatana, muy inquieta. Luego fui siendo más callada, más serena, más triste. De hecho, prefiero escuchar a hablar.

-¿Por qué cambió?

-Hay un rasgo de mi carácter que no es nada bueno: soy muy perfeccionista, y ese ansia de perfección se vuelve contra ti porque la perfección no existe, es un empeño vano. En cambio, te hace asumir cada vez más posiciones, actitudes y retos más exigentes, y eso va calando y restando mucha energía.

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-¿Quería ser la mejor?

-Nunca he sido competitiva con los demás, estoy en competencia constante conmigo misma. Terminé la carrera de ballet con 17 años, pero desarrollé una anorexia; no llegué a tener un trastorno mental, pero sí un trastorno alimenticio muy importante como consecuencia del nivel de exigencia que tenía conmigo misma.

-¿Ya no baila?

-Dejé de bailar al quedarme embarazada. Colgué las puntas. Pero hago deporte; ahora, pilates.

-¿De qué ha sido consciente?

-Desde que era muy pequeña, no sé por qué razones, he sido muy consciente del sufrimiento ajeno. Me resulta muy fácil de detectar. Siempre he intentado, aunque no siempre lo he conseguido, ayudar. De niña, como no tenía otras herramientas, utilizaba la sonrisa para intentar que la gente que yo veía que lo pasaba mal se sintiese mejor.

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-¿Qué no podría ser?

-Una ermitaña, aunque necesito ratos de soledad y de silencio. No podría vivir aislada de los demás. Entregarme a los demás, por ejemplo con mi trabajo de profesora, me da alegría, me da energía.

-¿Qué no soporta?

-La vulgaridad del alma, no la vulgaridad estética. No soporto a quienes echan mano de sus sentimientos más sucios y hacen ostentación de ellos. Todos tenemos tentaciones y bajos instintos, pero intentas que no dañen a los demás, ocultarlos. Pero hay quienes hacen ostentación pública de todo eso. Además, desgraciadamente, está desarrollándose, desde hace tiempo, una cultura de esa vulgaridad. Y me parece muy dañino porque hiere nuestra esencia como seres humanos y nos instala en un modo de relacionarnos que es nocivo y en el que la violencia verbal, que a veces es tan dañina como la física, parece la norma. De hecho, en esta casa no se ve la televisión.

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-¿Qué le decepcionó?

-Nueva York me horrorizó. Me parece que la ciudad entera es como un plató de cine, una ciudad de mentira, el primer gran parque temático del mundo. En el que, además, deliberadamente todo está al margen de la medida del hombre. No volvería. En cambio, mi hogar es Londres, donde pasé largas temporadas con unos tíos, con los que tengo un vínculo estrechísimo, que vivían allí desde que yo tenía dos años. Londres es la ciudad en la que está mi hogar, aunque ahora está siendo objeto de la invasión del capital asiático y eslavo, y se está transformando no solo su fisonomía, sino también su carácter.

-¿Qué no entiende?

-Que la gran mayoría de nuestros congéneres del llamado primer mundo no se hayan rebelado contra la tiranía del capitalismo más feroz y draconiano, contra los mercados financieros. Me dedico al Derecho Mercantil y sé de lo que estoy hablando. Ahí está nuestra forma de relacionarnos como seres humanos: las grandes injusticias, las grandes brechas. Juegan con nosotros como si fuésemos piezas de ajedrez. No entiendo que no se produzca la rebelión que ha de sobrevenir a la rabia.

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-¿Qué propone que hagamos?

-Aunarnos para cambiar nuestros hábitos, apostar por las economías de pequeña escala, por la agricultura a pequeña escala, prescindir de lujos innecesarios; no invertir en bancos que, a su vez, invierten en especulación financiera. Debemos saber dónde está nuestro dinero para no consentir que con él se estén financiando, por ejemplo, guerras. Está claro que todo el mundo necesita, de vez en cuando, irse a su paraíso particular, porque es una de las ventajas que nos ofrece el bienestar del primer mundo; pero, afortunadamente, conozco a mucha gente que, a su manera, vive muy dedicada, en pequeñas escalas, a los demás y a intentar cambiar las cosas.

-¿A qué ha renunciado?

-A ganar dinero; no me interesa.

-¿Qué le resulta gratificante?

-Últimamente, reencontrarme con [el filósofo] Spinoza [(1632-1677)], con su pensamiento y su ética. No quiero ser cómplice de los abusos, ni del maltrato, ni de la desgracia ajena. Todos seríamos más felices si fuésemos capaces de sonreír más, de ir más de frente y de ser más transparentes.

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-¿De qué consejo no se olvida?

-Mis padres me lo repetían: «Recuerda que la fuerza que necesitas está dentro de ti, búscala ahí».

-¿De qué es muy partidaria?

-Soy firme partidaria de las políticas sociales.

-¿Qué es terrible?

-El concepto que tenemos de fronteras. El sentido de pertenencia no debería estar vinculado a las fronteras, sino al género humano. Los nacionalismos, por ejemplo, se generan siempre por una amenaza que se percibe del exterior. Seguramente, lo que habría que hacer es evitar las sensaciones de amenaza del que quiere separarse; del mismo modo que hay que luchar para evitar la sensación de amenaza respecto de los que vienen.

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Salvación

-¿Qué hace cada vez menos?

-Castigarme con el sentimiento de culpa, sí, eso lo hago cada vez menos. Y no porque me sienta menos responsable, sino porque he ido limando el narcisismo para evitar el sufrimiento que conlleva.

-¿Con qué está de acuerdo?

-No soy religiosa, pero creo en un mensaje que transmite la religión judía: «Quien salva una vida, salva al mundo entero». Todos y cada uno de nosotros somos el universo.

-¿El hombre es un lobo para el hombre?

-Si tiene miedo, sí. No soy una ingenua, claro que la maldad existe, pero no sé cuál es su origen...; creo que puede estar en el miedo y la soledad.

-¿Cómo es usted?

-No soy simpática, pero tengo buenos amigos y no me cuesta trabajo entablar relación con la gente. No, no soy el alma de las fiestas, soy seria, incluso un poco intensa. Sé cuando tengo que callarme y no tengo nada de tonta, aunque sí de rubia. Incluso hoy, a veces tienes que seguir explicándole a alguien que ser rubia y tener cerebro no son cosas necesariamente incompatibles.

-¿Qué hace muy bien?

-Pan y dulces. En casa, con mimo, dedicándole tiempo. Todo a mano, con buenos ingredientes. Es un placer enorme hacerlos, aunque van destinados a los demás. Yo no los pruebo desde hace dos años.

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