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«Yo, más que estimulantes, lo que necesito son frenos»

exdirector del Museo Salzillo

Antonio Arco

Martes, 2 de agosto 2016, 03:23

Exdirector del Museo Salzillo de Murcia y artífice, junto a Cristina Gutiérrez-Cortines, de la puesta en valor de la Iglesia-Museo de San Juan de Dios, Pepe Cuesta (Guadix, 1959) habita libre en una espartana casa con solera de la huerta de Murcia, que cuenta con una coqueta capilla rebosante de imágenes de vírgenes y santos, y en cuyo patio viven como reyes sus perros, gallinas y palomas.

  • 1

  • -¿Un sitio para tomar una cerveza?

  • -El Fugitivo. Llano de Brujas.

  • 2

  • -¿Qué música le suena en el teléfono móvil?

  • -Ninguna.

  • 3

  • -Un libro para el verano.

  • -'De parte de la princesa muerta', de Kenize Mourad.

  • 4

  • -¿Qué consejo daría?

  • -No doy consejos.

  • 5

  • -¿Facebook o Twitter?

  • -Tengo Facebook, pero no me gustan ni Facebook ni Twitter.

  • 6

  • -¿Le gustaría ser invisible?

  • -En algún momento muy concreto.

  • 7

  • -¿Un héroe o heroína de ficción?

  • -El Capitán Trueno.

  • 8

  • -Un epitafio.

  • -Ninguno.

  • 9

  • -¿Qué le gustaría ser de mayor?

  • -Director de la Iglesia-Museo de San Juan de Dios no estaría mal.

  • 10

  • -¿Tiene enemigos?

  • -Ya lo creo que sí. Y muy dañinos.

  • 11

  • -¿Lo que más detesta?

  • -Las dobles caras.

  • 12

  • -¿Lo peor del verano?

  • -La dispersión.

-¿Cómo es usted?

-Muy primitivo.

-¿Qué no es muy recomendable?

-Pasarte la vida dando palos de ciego.

-¿Cómo no le veremos?

-Llevando el carné de un partido político en la boca.

-¿Qué tuvo?

-Una galga maravillosa que me traje a casa hecha polvo. Le habían dado palizas de muerte, tenía los dientes destrozados, perdigones enquistados por todos lados y todas las plagas encima que puedan existir en el mundo. En cuanto escuchaba la voz de un hombre se cagaba viva. La cuidé durante cinco años y así, por lo menos, tuvo una vejez tranquila. No se puede imaginar el cariño que llegué a tomarle. Los niños, los ancianos, los enfermos y los animales maltratados hacen que aflore lo mejor de mí.

-¿Cómo perdió el ojo su perra ratera?

-Por culpa de un glaucoma. Mi veterinario me dijo que había que quitarle el ojo y yo pensé: '¡Será bestia!' De la Ceca a la Meca estuve buscando a un buen oftalmólogo de perros y, al final, cuando la vio, me dijo lo mismo que mi veterinario. ¡Si le hubiese hecho caso, 400 euros que me habría ahorrado!

-¿Echa de menos a la burra? [Tuvo una, llamada Guadalupe, durante cinco años.]

-No quiero saber nada de ella porque me pongo triste. Hace ya tres años que no la veo y no tengo cuerpo para hacerlo. Parió aquí un pollino, el animal más bello que podrás ver en tu vida. Alucinante, maravilloso, ¡y tan dulce! De él, que vive en Madrid, me mandan fotos todos los días, pero a Guadalupe prefiero no verla. Llegó a mi casa con once meses.

-¿Por qué se separó de ella?

-Porque con la burra en casa era como estar casado. Como no tengo un terreno donde hubiese podido estar suelta, la sacaba todos los días de paseo, por lo menos una horita, como si fuese un perro. Y tenía que darle pienso dos veces al día. Era una esclavitud.

-¿Ha estado casado?

-No. He tenido varias parejas, pero siempre marcando una distancia prudencial, sin estar revueltos del todo. Lo que yo más valoro es la libertad, la mía en primer lugar.

-¿A qué llama libertad?

-A algo muy sencillo de explicar: libertad para levantarme cada día y hacer lo que me dé la gana. Solo soy estricto a la hora de cumplir con mi jornada laboral. Por lo demás, hago lo que quiero.

-¿De qué tiene costumbre?

-De madrugar más que las gallinas, que por cierto me proporcionan unos huevos ecológicos riquísimos. Duermo con el ventanal abierto y, en cuanto sale el sol, me despierto y empiezo a funcionar.

-¿No le despierta su gallo?

-No, no, yo a mi gallo no lo oigo porque estoy sordo perdido. Y eso que cantan seis o siete gallos a la vez, todos vecinos.

-¿Qué ha comprobado?

-Que el ser un tío libre, espontáneo, apasionado, que dice las cosas a la cara, que va de frente y que no se arrodilla ante nadie me ha creado muchos problemas. Tengo enemigos, lo sé, pero yo sigo a mi aire e intento no casarme con nadie, aunque seguro que alguna medio boda habré tenido porque no soy perfecto. Tengo fama de ser un poco salvaje y un cachondo con mala leche.

-¿Qué no volvería a hacer?

-La mili, que hice con 28 años. Recuerdo que, en el colmo de la lógica, a un compañero economista lo destinaron a la biblioteca mientras que a mí, como era de letras puras, me pusieron en caja a cuadrar números. Había un oficial muy cachas, de estos muy bestias, que para hacerse el gracioso me dijo un día: «A ver, Cuesta, usted que es tan listo, a ver si sabe una cosa: '¿Cuál es el primer síntoma del sida?'». «Pues no lo sé», le respondí yo. «¡Una ligera brisa que te recorre el cogote!», dijo riéndose. Yo lo miré con cara de póker y entonces él me explicó, delante de más soldados y oficiales, que cuando te sodomizan sientes esa ligera brisa. «Es que yo no tengo esa experiencia, por eso no lo sé», le solté. Se quedó blanco, mientras los otros comenzaron a reírse de él. Yo no me corto ante nadie.

-¿Lo que más le gusta?

-Lo que más me gusta del mundo es la Semana Santa, el Barroco, la imaginería y la cultura popular vinculada a la religiosidad. Lo mío es auténtica pasión.

-¿Desde cuándo le interesan estos temas?

-Yo viví en Guadix hasta los seis años. Cuando cumplí cuatro, me regalaron una pizarra que me hizo una ilusión loca. Cogí una tiza inmediatamente y lo primero que pinté fue a la Virgen de las Nieves, patrona del pueblo de mi madre. Y en cuanto cogía plastilina, me ponía a moldear santicos. Pocas veces he sido tan feliz como en otra ocasión, también en mi infancia, en la que me regalaron un Niño Jesús; ¡las veces que lo saqué en procesión utilizando como peana una pastilla de jabón Lagarto!

Mimos

-Y de mayor, ¿qué le hizo feliz?

-Que me nombrasen director del Museo Salzillo. Qué curioso: yo no era de Murcia, no era cofrade de Nuestro Padre Jesús, no era profesor de la Universidad de Murcia (UMU) y no tenía cuenta en Cajamurcia. Total, que no cumplía ninguno de los requisitos que parecían obligatorios [risas]. Mi primer día como director me lo pasé llorando de emoción entre tanta maravilla...; el paso procesional más perfecto que existe en el mundo es, en mi humilde opinión, 'La Oración del Huerto'.

-¿De qué está seguro?

-De que no he podido tener mejor suerte con la familia que me ha tocado. Soy el pequeño de cuatro hermanos y el mayor de los primos pequeños. Era el ojico derecho de mi madre, de mis dos hermanas, de mi abuela y de mis tías. Me llevaban todas en palmitas, lo que puede que haya contribuido a mi desfachatez, a que me ponga el mundo por montera y a que haga siempre lo que me da la gana.

-¿Qué no tiene?

-Buena memoria. He tenido una vida muy golfa, pero de muchas cosas no me acuerdo. Me vine a Murcia en el año 1977, con 18 años, en plena época de la movida murciana, que no tenía nada que envidiar a la madrileña. Todo el mundo quería ser moderno, libre y probarlo todo. Yo fumaba como un salvaje, pero las drogas no las he probado jamás y el alcohol no me gusta. Los vasodilatadores siempre me han sentado fatal. Además, como yo estaba como el Tío de los Pitos y tenía una marcha que me volvía loco, lo que yo necesitaba y sigo necesitando, más que estimulantes, eran frenos. ¡Con 18 años, sin control de nadie, imagínese! Un día, de madrugada, un grupo de más de veinte estudiantes de Arte nos disfrazamos de santos y nos lanzamos a recorrer Murcia en plan cabalgata. Todo hecho con toallas, con colchas...; una amiga se disfrazó de la 'Santa Casilda' de Zurbarán.

-¿Qué vive con naturalidad?

-El moverme entre dos mundos muy distintos: uno muy conservador y el otro muy progresista. La grandeza de la democracia pasa por el hecho de que nos respetemos todos. No es obligatorio pensar igual que los demás.

-¿De qué lleva camino?

-De terminar siendo vegetariano porque -y cada vez me pasa más- cuando miro el filete de ternera que me voy a comer tengo la impresión de que me está mugiendo.

-¿Miedo qué le da?

-Estoy solo y sé que lo voy a estar siempre porque, entre otras cosas, lo he elegido yo. Me da miedo ser dependiente en un futuro, llegar a no poder valerme por mí mismo.

-¿Con qué no contaba?

-Con que se me secase la parra. Me compré esta casa en la huerta porque me enamoré de la parra que tenía, que era maravillosa. Pues se me ha secado la hija de... parra, ¡que Dios la ampare!

-¿Cree en Él?

-Sí. Soy católico. Hay gente que está muy confundida y piensa que los católicos somos gilipollas. Pues no, yo no comulgo con ruedas de molino. Eso sí, soy mucho de Francisco y muy poco de [el cardenal arzobispo de Valencia] Antonio Cañizares y de [el exobispo de la Diócesis de Cartagena] Reig Pla. Pero del que menos soy de todos es de Rouco Varela.

-¿Por qué tiene tantas palomas?

-Compré una pareja de 'colipavas' blancas para que las llevase en su cestico San José en la procesión de la Candelaria [el 2 de febrero], y como se me escaparon tuve que comprar otras dos. La pareja que se escapó regresó y las cuatro se pusieron a criar. Y como son tan bobas, a medio criar se olvidan de los pichones y me tengo que poner yo a darles de comer a mano. Al que le viene muy bien que sean tan bobas es al santo, porque cuanto más bobas son más quietas se están y menos se estresan.

-¿De qué viaje no se olvida?

-Del que hice este invierno pasado a Tierra Santa. Las emociones que sientes allí son muy difíciles de explicar. Delante del Santo Sepulcro, por ejemplo, mi prima y yo rompimos a llorar por todo lo alto, con hipo y abrazados, como dos chiquillos. También hay dos ciudades que recomiendo a todo el mundo: Estambul y Cracovia, cuyo barroco es deslumbrante.

-¿Para qué se ha dado ya por vencido?

-Para volver a subirme en plan caballito, como hice tantas veces cuando era niño, a los leones de la Alhambra. El Patio de los Leones es uno de los lugares más bellos de la Tierra.

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