Elsa Morante y el vértice de una espalda desnuda
La grande belleza ·
Existen islas varadas en el mar que van cambiando su posición dependiendo de la altura del sol. He visto la fisionomía de las islas Flégreas ... desde el puerto de Nápoles, apenas esta mañana, antes de que despuntara el amanecer. Son recuerdos que las erupciones antiguas han ido dejando en la bahía. Caprichos de tierra de un tiempo geológico que convierten la costa napolitana en una sucesión catártica de bellezas y negronis. Capri, la más lejana de todas, imponente, llena de jardines y cuevas. Al norte Ischia, elegante, con su castillo encaramado al mar. A sus pies, a apenas unas millas de distancia, Procida, la más pequeña de las islas habitables, áspera y pedregosa. He esperado el ferry al otro lado porque leí 'La isla de Arturo' y luego supe que las cenizas de Elsa Morante fueron esparcidas en sus acantilados. Ha bastado una hora para llegar aquí. Procida se recorre andando, bajo el calor veraniego. Se sufre en sus cuestas, pero a cambio, cuando se llega a la cima, a la prisión medieval, se contempla el Vesubio en la más absoluta intimidad.
Publicidad
Nápoles y sus alrededores son un vértice literario. Sus calles un trasunto de personajes eternos. En las faldas del Vesubio Plinio describió la primera erupción de un volcán documentada, mientras ingería veneno de azufre y la lava destruía su biblioteca. En Capri coinciden la guarida de los faunos con emperadores melancólicos. Isla de exiliados, Tiberio se encerraba en su villa de pinos altos y Neruda bebía champán. Hacia la costa Amalfitana, Patricia Highsmith resolvió uno de los mayores asesinatos literarios, con su Mr. Ripley y su barco fondeado en alta mar. Curzio Malaparte, el dandy de la literatura italiana, hizo desfilar su carnaval dantesco por las calles de Nápoles. Hacia allí se dirigen las historias de Roberto Saviano, tan ciertas que duelen, tan duras que estremecen. Todo en esta urbe es materia literaria. Pero lo de Procida es diferente. Lo es.
Porque Elsa Morante crea una mitología, un punto anterior y más sofisticado que la ficción. Frente a Procida, Eneas visitó el país de los muertos, en Cumas. La historia de Arturo también va de muertos, de ausencias esmaltadas en sombras. De esperas y silencios asalvajados. Arturo es un niño que crece como Zeus, amamantado por una cabra, gracias al buen hacer de los vecinos. Es un ragazzo di vita, al estilo pasoliniano, pero rodeado por el áurea de la inocencia. Morante creó un relato de amor inmisericorde. La filiación del hijo a un padre. El dolor por una madre nunca conocida. La pasión por una madrastra odiada. La confesión nostálgica por una isla que sirve de cárcel y de organismo vivo pegado a la piel desnuda.
Moravia y Morante pasaron los peores años de la guerra entre Capri y Procida
Alberto Moravia y Elsa Morante pasaron los peores años de la guerra entre Capri y Procida. El matrimonio se había casado en el 41, cuando Italia mandaba a sus jóvenes a pelear a Rusia, Grecia y África. En el 43, las leyes raciales impusieron un nuevo ritmo a la barbarie. Moravia era judío. Morante atestiguaba también antecedentes sefarditas. La isla se convertiría en un refugio, una pausa histórica a los acontecimientos ocurridos. Escritura y paseos por la playa. El golfo de Nápoles a sus pies y, de tarde en tarde, la aviación norteamericana bombardeando las calles colapsadas de madonnas y palacios decadentes. También una erupción del Vesubio, vista desde la isla como Plinios privilegiados. La vida, tal cual.
Publicidad
La isla de Arturo fue escrita mucho después, en 1957. Camino por sus calles y poco queda de la historia de Arturo. La isla se ha modernizado. Persigue a los turistas con habitaciones de precio elevado y las terrazas de los bares exponen sus cócteles con atardecer incluido. Los perros ladran, tal vez homenajeando a Immacolatella. Me fijo en las mujeres del lugar. Ya no visten de negro. No llevan bolsas de esparto y la cosmética ha vencido finalmente a la tradición. Procida es una isla mitológica, hermosa, pero distinta a la de Morante. Uno es capaz de disfrutar de ambas. Estremece observar a los muchachos que desfilan hacia la playa. Tal vez esperan el ferry hacia Nápoles. En todos ellos hay algo de Arturo. Cada ola de Procida respira un poco de Morante.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión