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Viaje al centro del caos: así se vive con un trastorno mental

Viaje al centro del caos: así se vive con un trastorno mental

María, Tomás y Damián nos guían por el laberinto de sus trastornos psíquicos

icíar Ochoa de Olano

Sábado, 13 de octubre 2018, 12:17

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Ansiedad. Baja autoestima. Miedo. Aislamiento. Estrés. Confusión. Vergüenza. Sufrimiento. Desesperanza... Pongan cada una de esas emociones y sensaciones al máximo de su intensidad, sacúdanlas, inoculen la mezcla en sus mentes y envuelvan todo en el papel del secretismo. Así se sienten, así subsisten, buena parte de las personas afectadas por algún tipo de enfermedad psíquica o depresión. El agujero del caos está al otro lado de una línea dúctil y borrosa. Uno de cada cuatro españoles padece un trastorno mental o lo va a desarrollar en algún momento de su vida. María, Tomás y Damián han tenido el coraje de salir del armario y compartir su tormento.

María Manonelles. Ilustradora. Padece trastorno de personalidad

«Falta empatía. Yo tengo un trastorno de personalidad y no mato a nadie»

«Me dieron muchas pastillas nuevas. Al principio, los efectos secundarios me afectaban y preocupaban. Siempre he escuchado voces a la hora de dormir. Hablan entre ellas y dicen cosas sin sentido, pero me acompañan y estoy acostumbrada. Con las pastillas, las voces se multiplicaron y resonaban tan alto dentro de mi cabeza que no me dejaban pensar. Era un auténtico guirigay. 'Mientras seas consciente de que no es real, no pasa nada', me decían. Yo sabía que no era real, pero igualmente lo oía. Sin embargo, siempre hay más pastillas para dormir mucho y volver a ser yo. Porque yo solo soy yo cuando duermo mucho. Y siempre lo he hecho, incluso antes de la depresión».

Este es un extracto de 'Duermo mucho', un cuaderno ilustrado con el que la editorial catalana Frágil va a echar a andar en noviembre. Lo escribió la ibicenca María Manonelles durante su ingreso de un mes en una unidad psiquiátrica pública de Barcelona. Ocurrió hace dos años. Tenía veinte. Es la chica encogida de piernas sobre una cama, tratando de sofocar con sus manos el «guirigay». Se dibujó ella. María es ilustradora. Apuntilló los estudios precisamente con los trabajos que hizo durante aquellos días de fría reclusión y atracón químico. «En la escuela se quedaron flipados al verlos», cuenta mientras deja escapar una risa fresca y contagiosa. «Al final de clase, un chico de otro curso se me acercó. Me dijo que él también había pasado por lo mismo. Aquello me sorprendió mucho. No sueles hablar de estas cosas...». Hace un año se animó a autopublicarlo. «Aluciné al colocar los primeros diez ejemplares. Me dije '¡esto es un éxito!'», ironiza con su voz cantarina.

Trastorno de la personalidad con rasgos mixtos o «un caos muy grande». La diagnosticaron un día antes de su alta «por haber comentado que había regresado Alicia, mi amiga imaginaria. Entendí que solo me habían mantenido ingresada porque querían un diagnóstico preciso. Una vez lo tuvieron, ya no pintaba nada allí».

–En su libro habla de la unidad psiquiátrica como de un lugar «deprimente y opresor», y compara a los médicos con «robots».

En números

  • 21.000 son los menores que cada año se suicidan en Europa a causa del acoso escolar o 'bullying'.

  • 20% es el porcentaje de colegios españoles que practica la educación segregada. Es decir, cuando a un menor le diagnostican un trastorno mental, le apartan de sus compañeros de clase. Naciones Unidas ha condenado este año a España por vulnerar el derecho a la educación inclusiva. 

  • Abuso sexual infantil Uno de cada cinco europeos lo ha padecido. El 33% de las mujeres bulímicas lo han sufrido, al igual que el 70% de las mujeres con problemas de alcoholismo.

–Sí. Poner nombre a lo que me ocurre ha ayudado mucho a encaminar mi terapia, con la que estoy muy contenta, pero el trato que recibí no fue el adecuado. Todo son pastillas y ratos muertos. No hay nada que hacer y los médicos apenas te dedicaban diez minutos al día. Faltaba humanidad.

Por suerte, allí estaban Emma y Naika, otras pacientes, de las que habla en su cuaderno. «Aprendí mucho de su espíritu de lucha, su energía, su positivismo. Sin ellas, no habría podido... Lo bueno del psiquátrico es que sabes que no te van a juzgar. No importa lo que hagas, todos estamos locos y todos sabemos que lo estamos. Y eso te hace sentir más libre».

–¿Qué quiere decir con «todos estamos locos»?

–¿Quién no lo está? Yo distingo entre aquellos a los que la locura condiciona su vida y a los que no. Ahí está la línea que divide a los enfermos mentales de los otros.

María sufrió acoso escolar y aquel maltrato amplificó su desorden interior. «Acabas creyendo que verdaderamente te lo mereces. Aún hoy esos pensamientos siguen ahí. No se van». La tortura que se perpetra en la aulas deja un reguero luctuoso insoportable. 21.000 menores se suicidan cada año en Europa a causa del maldito 'bullying'. «Desarrollé mucha ansiedad social por miedo a ser juzgada. Voy por la calle y oigo carcajadas a veinte metros y dices 'se ríen de mí', y empiezo a mirarme, a ver si algo llevo mal. Son pequeñas cosas que repercuten mucho. Hace poco, en la terapia, he abierto el melón familiar. Y ahí hay siempre de todo. Crecemos sin herramientas emocionales. Nadie te enseña a gestionar las emociones. Al final, se hace una bola gigante y explota».

Ahora lleva unas semanas ilusionada. «Mi psicólogo me ha ayudado a separar cinco 'marías' diferentes y eso lo aclara todo mucho. La principal es la petarda, con mucha ansiedad pero que hace gracia a la gente y eso está guai; luego está la 'maría' buena, con valores cristianos y de sacrificio por el bien de los demás; también está la 'maría' responsable, en la que mi madre tiene mucha influencia. Es la de 'vamos a ver las cosas objetivamente, a apuntar las cosas en la agenda, a ser limpias y ordenadas'. Y luego está la 'maría' Instagram, la fuerte, a la que no le importa que le hagan 'bullying', pero no dura mucho... Abajo del todo está la 'maría' desastre, la depresiva, que, por desgracia, ocupa mucho espacio», glosa la joven. «Ahora tengo que tratar de interactuar con ellas para lograr que cada una actúe en el momento correcto».

María sufrió acoso escolar y eso amplificó el problema.
María sufrió acoso escolar y eso amplificó el problema.

–¿Qué le gustaría que cambiara en la sociedad con respecto a las personas que, como usted, luchan contra problemas de salud mental?

–Hace falta empatía e información, porque hay mucha errónea y dañina. Yo tengo un trastorno de personalidad y no mato a nadie. Me gustaría que nos vean como personas, que es todo lo que somos. Sin tabúes y sin miedo.

Tomás Herreros. Diseñador gráfico. Le diagnosticaron trastorno bipolar

«En un brote psicótico crees que hasta los animales de la tele conspiran contra ti»

«El 29 de julio de 2011 me dio el primer brote psicótico. Imagínese que de golpe y porrazo se convierte en otra persona. Por suerte, yo no tuve alucinaciones auditivas ni visuales, pero en mi cabeza se creó la paranoia de que era Jesucristo. Tomás Herreros ya no estaba. Igual tuvo que ver que, por aquel entonces, me obsesioné con el 15-M y que mis padres son muy religiosos, no lo sé. A los cinco días, se lo conté a mis hermanas». Acabó ingresado en un hospital de salud mental durante dieciocho días. Volvería otras cuatro veces en los cinco meses siguientes. «La última crisis fue en la Nochevieja de ese año. A saber lo que estaría diciendo para que mi familia me tuviera que ingresar esa noche», bromea por un instante. «Esa fue la más angustiante. Yo tenía 32 años, uno menos de la edad de Jesucristo cuando le mataron, y tenía pavor a todos, a los de seguridad, a los pacientes... ¡Me iban a crucificar! Es muy común en las personas que sufrimos estos delirios que te obsesiones con que te persiguen. Vas por la calle y miras a los ojos de todos porque crees que te están vigilando para ver si te pillan solo. Ves la tele y hasta los animales de los documentales conspiran contra ti. Todo es una amenaza. El sufrimiento es horrible».

«Los psiquiatras me dijeron que la llave que abrió la puerta de la enfermedad mental fue la marihuana»

Tomás, un manchego de 39 años, era un tipo simpático, sociable y extrovertido hasta que, a los 26, los renglones de su vida empezaron a torcerse. «Mi hija murió pocas horas después de nacer. Seis meses después, mi pareja y yo rompimos. Me mudé a un ático y me aislé. Tenía una pequeña azotea y puse unas plantas de cannabis... Trabajaba en mantenimiento de ascensores, una ocupación muy monótona y solitaria. Cuando llegaba a casa me fumaba un porro para evadirme y me apalancaba allí. Ya no era yo. Estaba deprimido. Así un día, dos meses, tres años..., hasta que mi cabeza explotó». De nuevo, la misma expresión para describir la caída libre a los infiernos. «Los psiquiatras me dijeron que la llave que abrió la puerta de la enfermedad mental fue la marihuana». Le diagnosticaron trastorno bipolar.

La recuperación fue muy lenta. Casi cuatro «penosos» años que transcurrieron, entre pastillas y terapia, en el minúsculo triángulo que formaban la mesa de la cocina de sus padres, su cama y el sofá del cuarto de estar familiar. «Era un muerto en vida. No tenía sentimientos. Ni tan siquiera de tristeza. Me daban igual mis hermanas y mi madre, que son lo que más quiero y gracias a las que estoy vivo. Pasé por todos los centros y asociaciones de salud mental de Albacete, incluido un hospital de día».

–¿Qué fue decisivo en su recuperación?

–Las pastillas me ayudaron pero, después de eso, lo fundamental es superar la apatía y hacer cosas. Yo le estoy muy agradecido a Isabel, mi psicóloga, que me hizo volver a los conciertos de rock, apuntarme a tenis, natación, inglés y batería, aunque no disfrutaba de nada.

La marihuana pudo ser el desencadenante para que se desarrollara su trastorno bipolar.
La marihuana pudo ser el desencadenante para que se desarrollara su trastorno bipolar.

En 2015, cuando la farmacología y todos aquellos nuevos estímulos prendieron la luz al final de túnel, Tomás accedió a hacer un curso de diseño gráfico convocado por la Asociación de Familias para el Apoyo de Personas con Enfermedad Mental (Afaes) de Albacete. Hoy forma parte de su plantilla en calidad de responsable de la comunicación del colectivo. Está encantado. Y, desde hace once meses, vuela solo. Sin tomas. «Me tiré cuatro años sin hablar y sin distinguir un lunes de un sábado. Ahora no callo y disfruto de mis jornada laborales y de mis fines de semana. Y he vuelto a reír. Soy una versión mejorada de lo que era. De la depresión y del trastorno bipolar se sale», recalca. Tomás está disponible para abrazar con su historia de superación a quien lo necesite.

Damián Alcolea. Actor. Padece trastorno obsesivo-compulsivo

«Pensamientos oscuros te atacan; mi táctica es imaginar que soy un colador»

«Estoy en el andén rodeado de gente. El metro se acerca y de pronto un pensamiento me invade: tirarme a la vía. No quiero hacerlo, pero ese pensamiento persiste. Cuanto más lucho por huir de él, más me posee». Damián Alcolea (Ciudad Real, 39 años) padece trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), un desorden que afecta a un millón de españoles y que a menudo se confunde con ser maniático. Pero esta enfermedad no se ciñe a lavarse las manos repetitivamente, incluso con lejía, hasta hacerse sangrar. «Estos pensamientos intrusivos, altamente perturbadores, conllevan a veces dudar sobre la integridad de las personas que más quieres o sobre la propia salud, más allá de límites racionales. Son tan oscuros que te preguntas: '¿Por qué pienso esto? ¿Soy una persona horrible?'. Y la ansiedad se dispara. Solamente con ese tipo de rituales compulsivos puedes salvar a los demás o te puedes salvar tú».

El niño Damián ya daba muestras de que algo no iba bien. Repetía todo lo que decía varias veces. Pero el camino de autoconocimiento y superación que emprendió ha sido tan extraordinario que no solo ha tapado la boca a más de un psiquiatra con sus conocimientos sobre el TOC (buena parte de los cuales los ha plasmado en el libro 'Tocados', de la editorial Plataforma), sino que se ha convertido en actor –le hemos visto en 'El internado' o en 'Águila Roja'–, en profesor de teatro y hasta da clases de oratoria en un centro de Madrid.

Damián emocionó a la Reina y al Congreso explicando su problema.
Damián emocionó a la Reina y al Congreso explicando su problema.

«El núcleo del trastorno, que es precisamente la parte que no se ve y que nos provoca más vergüenza, son las obsesiones. Estas son egodistónicas. Significa que son lo más opuesto a nuestro carácter. O sea, que tenemos estos pensamientos porque no queremos tenerlos, porque suponen ética y moralmente lo más opuesto a nosotros. Y es por eso que los sufrimos como una amenaza que tratamos de hacer frente de todos los modos posibles». Con agallas y tabletas, Damián ha aprendido a domarlos. «Una táctica que me funciona es convertirme en un colador. Los pensamientos me traspasan y desaparecen. Los reconozco, pero yo no soy ellos. He comprendido que experimentar una obsesión horrible no me hace una persona horrible».

–Me pregunto cómo podemos ayudarles.

–Necesitamos que la sociedad nos reconozca, nos mire a los ojos, nos escuche y haga el esfuerzo de entender. Porque ya no vamos a escondernos en la habitación oscura. Estamos aquí y este espacio es tan nuestro como de los demás. Solo así la atención psicológica y psiquiátrica en la sanidad pública de este país se humanizarán.

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