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ICÍAR OCHOA DE OLANO
Lunes, 20 de mayo 2019, 12:16
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En Igbo Ora, un somnoliento pueblo de campesinos en el suroeste de Nigeria, muchos de sus 92.000 habitantes se repiten. Literalmente. En una excursión por sus calles sin pavimentar, atestadas de tenderetes hechos con ramas y plásticos deshilachados, motocicletas polvorientas y paisanas envueltas en colores vibrantes, una juraría que esa cara la ha visto antes; y la otra; y la de aquella niña peinada con vigorosas trenzas que salen de su cabeza como caños de una fuente; incluso, la del viejo en cuclillas que pela un extraño tubérculo en el quicio de una casa de adobe. Esta inquietante sensación no es fruto del consumo generoso de algún estupefaciente local. Tampoco del sofocante calor que el Atlántico sirve mojado. Ni siquiera de las dos cosas a la vez. Parece del todo delirante pensar en una fábrica clandestina de clones humanos oculta en alguna selva cercana pero, dada la magnitud del fenómeno, resulta inevitable considerarlo.
A 142 kilómetros al norte de Lagos, la monstruosa y pujante megalópolis de más de 20 millones de habitantes por la que palpita el país del diabólico Boko Haram y de la dulce Sade (con permiso de Abuya, la capital oficial), Igbo Ora saluda a los forasteros con un cartel que, al mismo tiempo, resuelve y anuncia un misterio: 'Bienvenido a la capital de los gemelos del mundo'. Resulta que la bomba demográfica que es Nigeria -tiene una población de 200 millones de habitantes en una superficie similar a diez veces Portugal y, según los cálculos del Ejecutivo de Bruselas, en 2060 podría llegar a 500 y superar a toda la de la UE- lo es también en alumbramientos dobles. La proporción aturde. De cada 1.000 partos, al menos 50 de ellos concluyen con la llegada al mundo de un par de criaturas. En Europa se limitan a 16, en Asia y América del sur no llegan a 10 y en Estados Unidos alcanzan los 33, un índice dopado con el tremendo auge de las técnicas de reproducción asistida. En el país con mayor número de pobres extremos -Nigeria acaba de superar a la India, pese a su condición de primer productor de petróleo del continente negro-, Igbo Ora resulta ser una tierra de iguales. Amarga ironía.
La alta tasa de gemelos no se circunscribe a esa localidad. Los embarazos de este tipo son comunes en el grupo étnico yoruba, el dominante en esa parte de Nigeria y también en algunas zonas de las vecinas Benin, Togo y Ghana. Tanto es así que, tradicionalmente, este pueblo tiene nombres asignados para ellos incluso antes siquiera de ser concebidos: Taiwo y Kehinde, por estricto orden de nacimiento, ya sean niñas o niños. «La razón de que haya tantos gemelos es la hoja de ocra que comemos», afirma Kehinde Oyedepo, un quinceañero de Igbo Ora, hermano de un gemelo. Es lo que ha escuchado decir desde crío a la gente de su pueblo, que los nacimientos dobles son cosa de ese vegetal con el que preparan el guiso más popular de la zona. La de la panadera Oyenike Bamimore es pura videncia empírica. «Porque como mucha ocra, he dado a luz a ocho mellizos», asegura con una sonrisa orgullosa. Por fortuna, los niños llegados de dos en dos aún son considerados allí una bendición especial de Dios o de Alá, y un signo inequívoco de que la buena suerte arropará a la familia.
Juan Ramón Ordoñana - Registro de Gemelos de Murcia
A diferencia de los gemelos idénticos, que se desarrollan en un solo cigoto fecundado por un único espermatozoide que luego se divide en dos, los mellizos o también llamado gemelos fraternos surgen de dos óvulos fertilizados cada uno por un gameto diferente. Los primeros se alojan en el mismo saco amniótico, tienen el mismo sexo y genoma, y su fisonomía es idéntica. Los segundos disponen cada uno de su propia placenta, poseen un código genético diferente y pueden ser o no del mismo sexo. Tampoco está garantizado que se parezcan. En Igbo Ora no hay hogar en que no tengan al menos un caso de hermanos idénticos o de hermanos físicamente distintos pero alumbrados al mismo tiempo, o uno de cada.
Pese al consenso de los locales acerca de que su dieta es lo que propicia que se reproduzcan por duplicado, existen ciertas disensiones internas en torno al producto alimentario que ejerce de detonante. Mientras que unos responsabilizan a la ocra, otros apuntan a la amala, un clásico de la cocina yoruba, que se prepara a base a harina de yuca y de batata. Una teoría bastante extendida allí sostiene que esos tubérculos, similares a los boniatos, estimulan la producción de gonadotropinas, una serie de hormonas que, al parecer, propician la formación de dos embriones en el útero de las mujeres. Desde Lagos, Ekujumi Olarenwaju, un ginecólogo obstetra, lo descarta de plano. «El mismo tipo de ñame se consume en muchas otras partes del mundo sin esas consecuencias», argumenta. «Hasta ahora, científicamente, nadie puede decir que esa sea la razón», zanja el especialista, que apunta a razones «hereditarias» derivadas de la forma de vida «endogámica» de los yorubas.
Desde que, en la década de los años setenta, un ginecólogo británico reparó en el fenómeno, lo estudió y estableció el ratio de 50 nacimientos de gemelos por cada millar de alumbramientos en el área de Nigeria conocido como 'Yorubaland', varios investigadores internacionales han tratado, sin éxito, de desentrañar el enigma. «Aunque no podemos desechar que la comida ejerza una influencia mínima, los principales impulsores son genéticos, demográficos y tecnológicos», concluyó el sociólogo de la Universidad de Oxford Christian Monden, uno de los últimos en estudiar las tasas de nacimientos gemelares; en su caso, en países en desarrollo. La investigación, elaborada en 2011 junto al economista Jeroen Smith, se publicó en la revista científica 'Plos One'.
En la actualidad hay otra en curso que pretende esclarecer qué genes contribuyen a la gemelaridad. Lo lidera Dorret Boomsma, una psicobióloga especializada en genética y en estudios de gemelos de la Universidad Libre de Holanda. Su equipo ha solicitado la colaboración del Registro de Gemelos de Murcia, el único de esta naturaleza en España. Creado en 2007, contiene los datos de 3.200 hermanos nacidos a la vez y sirve a la Universidad de Murcia de valioso recurso para analizar hasta qué punto los factores genéticos y ambientales intervienen en el comportamiento humano. «Todavía hoy la ciencia no puede explicar por qué el óvulo fecundado se escinde dando lugar a los gemelos idénticos», admite su director, Juan Ramón Ordoñana.
La cosa está aún bastante verde. «Todo apunta a razones genéticas, pero, dado que desconocemos el mecanismo que lo provoca, no podemos descartar que algún agente externo, como la dieta u otros factores, puedan influir en elevar los niveles hormonales, en propiciar ovulaciones múltiples o bien escinsiones del cigoto. De hecho, las técnicas de reproducción asistida favorecen un mayor número de gemelos idénticos, además de mellizos, por el influjo de los fármacos, que parecen promover la división del óvulo», agrega Ordoñana, psicólogo especializado en genética del comportamiento del departamento de Anatomía Humana y Psicobiología de la Universidad de Murcia.
La comunidad científica tiene sus ojos puestos en otros dos puntos del globlo terráqueo: Cándido Godói, un municipio brasileño del Estado de Río Grande do Sul, y Kodinhi, un pueblo del Estado indio de Kerala. Al igual que en Igbo Ora, los iguales también son allí multitud e incógnita.
Con un censo de cerca de 44 millones de personas, los yoruba constituyen uno de los grupos étnicos más numerosos de África. La mayoría vive en Nigeria, donde representan el 21% de la población. De los 36 estados que componen esa nación, 'Yorubaland', como se conoce la tierra en donde se asientan, ocupa ocho. Pese a su ubicación, a orillas del Atlántico, esta comunidad logró zafarse durante casi un par de siglos del tráfico de esclavos, la barbarie que impulsó Europa y que durante cuatrocientos años arrancó a veinte millones de personas de sus casas para su venta como animales de carga al otro lado del océano. El comercio de los yoruba fue tardío. Data de finales del siglo XVIII. Aun así, su cultura, sus creencias y su lengua se convirtieron en dominantes respecto a las de los esclavos de otras etnias en buena parte de Iberoamérica. En especial, en Cuba y Brasil, donde desarrollaron un profundo sincretismo religioso entre el creador Olodumaré y los orishas, y los santos católicos.
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