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Neutralización. Un artefacto explosivo semioculto en la vegetación. En la imagen superior, un artificiero de la Guardia Civil realiza una explosión controlada en un terreno acotado y desalojado. gonzález molero
Terreno minado

Terreno minado

Los artificieros retiran y desactivan todas las semanas explosivos de la Guerra Civil. Se lanzaron unos 25 millones. Pueden permanecer ocultos, y «vivos», varios centenares de miles

JOSEBA VÁZQUEZ

Miércoles, 11 de octubre 2017

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«Prácticamente todas las semanas tenemos alguna intervención; a veces incluso dos». La revelación sorprende y asusta a partes iguales. La hace Francisco Javier Hernández Ortega, inspector de los Técnicos Especialistas en Desactivación de Artefactos Explosivos (Tedax) de la Policía Nacional. Desde 1998, primer año del que dispone de un registro informatizado, esta unidad creada en 1975 tiene contabilizadas 3.780 incidencias relacionadas con la retirada e inutilización de explosivos lanzados durante la Guerra Civil y que no estallaron en su momento. Se trata de granadas de mano, de fusil, de mortero, proyectiles de artillería, bombas de aviación, minas terrestres, torpedos, cohetes y un largo etcétera. Lo que, en argot, los expertos llaman ARR (artefactos reales reglamentarios).

«En algunas incidencias está implicada una sola munición, pero en muchas de ellas llegan a localizarse varias; decenas y hasta centenas», aclara Hernández. Sucedió, por ejemplo, el pasado mes de julio en un acuífero próximo a Monreal del Campo (Teruel), donde la Guardia Civil halló un arsenal abandonado de 538 granadas de mortero. «Una estimación prudente contemplaría multiplicar cada incidencia por cinco o seis para obtener una media bastante racional de los explosivos recuperados en cada actuación», prosigue el inspector. Es decir, en el caso de su brigada, habría que cifrar en más de 20.000 las cargas destruidas desde 1998, a un promedio de casi 1.100 al año. Ahora el dato intimida aún más.

Ese cálculo medio casa al dedillo con los aportados por el resto de fuerzas de seguridad del Estado. El Servicio de Desactivación de Explosivos y Defensa NRBQ (Nuclear, Radiológica, Biológica y Química) de la Guardia Civil cuenta con un registro más longevo que el de la Policía Nacional; desde 1985. En estos 32 años ha recuperado 34.769 artefactos. Los Tedax de los Mossos d'Esquadra han inutilizado 10.800 explosivos en los últimos diez años. A pesar de que su competencia abarca un territorio muy inferior, en el caso de la Policía catalana hay que tener en cuenta que en buena parte de su dominio se desarrolló la batalla del Ebro, considerada la más larga y sangrienta del conflicto, e, igualmente, el numerosísimo material empleado en el asedio y defensa de Barcelona. Incide además un tercer factor, la denominada 'vía de escape', que afecta a las zonas fronterizas con Francia, especialmente en la provincia de Gerona. «Según avanzaban las tropas franquistas, los republicanos, en su retirada, iban abandonando y escondiendo armamento y material explosivo para recuperarlo si regresaban», detalla el sargento Lluís, subjefe de desactivadores de los Mossos, que prefiere mantener en secreto su apellido. «Lo almacenaban oculto en zulos, en cuevas e incluso en dobles paredes de monasterios. En estos casos se pueden encontrar hasta mil artefactos en una sola actuación», precisa.

El promedio de intervenciones y hallazgos relacionados con artefactos perdidos de la Guerra Civil es mucho menor en el caso de la Unidad de Desactivación de Explosivos de la Ertzaintza. Lo explica la más reducida extensión de la Comunidad Autónoma del País Vasco, bajo su competencia. Desde 2011 este cuerpo ha intervenido en 432 incidencias, «destruyéndose 1.643 piezas de la Guerra Civil y de las guerras carlistas», según sus datos oficiales. En los últimos 25 años, «el total de piezas neutralizadas se eleva a 4.058». La mitad de estos artefactos han sido hallados en Bizkaia, especialmente en el Cinturón de Hierro defensivo construido en torno a Bilbao. La otra mitad se distribuye a partes iguales entre Álava y Guipúzcoa.

El índice macroeconómico

El hallazgo de bombas, granadas y demás material bélico es casi siempre casual. Puede darse por el encuentro accidental de alguien que pasea por el campo, el trabajo de un agricultor en un cultivo o el movimiento de tierras preparatorio para una obra, tanto en el ámbito rural como en el urbano. En consecuencia, se da una circunstancia llamativa pero lógica: la cifra de encuentros crece cuando la actividad económica es pujante. Es lo que los artificieros de la Policía Nacional llaman, con cierta sorna, «índice macroeconómico Tedax. «Si se construye mucho y se hacen carreteras aparecen más. En épocas de crisis hay menos movimientos de tierras y, por tanto, se encuentran menos», resume el inspector Hernández. De hecho, la unidad que dirige retiraba entre 200 y 300 artefactos por año hasta 2008. A partir de entonces, nunca ha recuperado más de 190 anuales.

¿Y cuántos artilugios explosivos pueden permanecer durmientes esparcidos por el subsuelo del país? Es la pregunta del millón de millones. «Resulta imposible de estimar ese número», coinciden responsables de los cuatro cuerpos policiales del Estado. Ahora bien, existen algunas variables que permiten realizar una aproximación inexacta y vaga, pero en absoluto desdeñable. El primer argumento lo aporta el propio Hernández: «Se calcula, en las estimaciones más cortas, que durante la Guerra Civil pudieron utilizarse unos 25 millones de distinta munición terrestre y de aviación», dice. Los expertos coinciden en que en cualquier conflicto bélico dejan de explosionar entre un 10 y un 15% de los proyectiles lanzados. Es decir, en el caso que nos ocupa, en torno a 3,2 millones. Y que fallaran en su momento no quiere decir que no se encuentren activos, ni mucho menos. Calcula Miguel Santiago Puchol, un especialista y estudioso de los bombardeos en la contienda española, que «en torno al 80% de las bombas que no estallaron seguramente fueron encontradas en las décadas de los cuarenta y cincuenta». De hecho, hasta comienzos de los sesenta, el Ejército contó con un Servicio de Recuperación de Material de Guerra. Si Puchol está más o menos en lo cierto, después de los veinte años inmediatamente posteriores a las hostilidades, y a pesar de esa labor de 'limpieza', todavía habrían quedado cerca de 600.000 artilugios perdidos. Y sabemos que en los últimos lustros las Fuerzas de Seguridad han neutralizado algo más de 70.000... ¿Qué nos queda? Aun tratándose de una estimación difusa e incluso aplicando el margen de error que consideremos prudente, podría hablarse de varios centenares de miles de artefactos ocultos.

«Que nadie sea el último»

«Por muy antiguo y oxidado que parezca un artefacto, la mayor parte de los explosivos que contienen conservan su poder destructor», alerta el comandante Javier Medina Martín, jefe de la Oficina Periférica de Comunicación de la Guardia Civil. «Por otra parte, los sistemas de seguridad que prevenían su explosión accidental pueden haberse deteriorado con el tiempo, por lo que son más inestables y resulta extremadamente peligrosa la más leve manipulación», agrega.

«Son armas pensadas para matar y, al revés, ellas no mueren nunca; solo cuando explotan», añaden en los Tedax de la Policía Nacional. Sus artificieros afirman que, casi ochenta años después del fin de la Guerra Civil, los artefactos que entonces no estallaron «siguen vivos» casi en su totalidad. «Incluso la pólvora metida en agua durante décadas, una vez seca, reacciona igual que el primer día», afirman. Por tanto, no hace falta ser un lince para entender cómo actuar en caso de topar con un ingenio letal de cualquier tipo: no tocarlo ni moverlo, dar aviso urgente al cuerpo de seguridad más próximo a través del número de teléfono 112 y, si es posible, señalizarlo. Puro sentido común orientado a evitar que «nadie seamos el último muerto de la Guerra Civil», sintetiza el inspector Francisco Javier Hernández.

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