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Huelga de fertilidad

Huelga de fertilidad

El antinatalismo resurge en el mundo, ahora por razones medioambientales. Activistas del clima creen que traer hijos a un planeta «sin futuro» es irresponsable. De aquí a 2100 habrá unos 3.000 millones de humanos más, pero el 90% de ellos nacerán en países pobres

INÉS GALLASTEGUI

Miércoles, 23 de octubre 2019, 11:37

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«Siempre me había imaginado que sería madre. Me veía a mí misma cantando a mis niños, escuchando sus historias, ayudándoles con los deberes, dando paseos en la naturaleza, y casi siento dolor físico cuando me doy cuenta de que quizá nunca llegue a hacer estas cosas. Nos espera un futuro de inestabilidad económica, escasez de alimentos y clima extremo. ¿Qué clase de madre sería si trajera un bebé a un mundo en el que no estuviera seguro?». La canadiense Emma Lim tiene 18 años, estudia primero de Ciencias Biomédicas en la Universidad McGill de Montreal y a mediados de septiembre presentó su iniciativa #NoFutureNoChildren (sin futuro no hay hijos). Un total de 5.206 personas, la mayoría jóvenes compatriotas en lucha por la emergencia climática, se habían sumado hasta el jueves a esta huelga de fecundidad: «Prometo no tener niños hasta que mi Gobierno garantice un futuro seguro para ellos». La 'Greta' canadiense reabre un debate que tiene más de 2.000 años de antigüedad. Desde que Thomas Malthus predijo que las guerras y el hambre diezmarían a lo bestia a una población que crecía desbocada en un mundo de recursos limitados, los habitantes de la Tierra se han multiplicado por siete y la ONU prevé que a finales de este siglo haya 11.000 millones de personas. ¿Somos demasiados?

Hay quienes abogan directamente por la extinción del Homo sapiens por motivos filosóficos, al considerar que traer nuevas criaturas a este valle de lágrimas donde les esperan dolores sin cuento es perverso. Estos nihilistas recuerdan que quien no ha sido concebido ni siente ni padece. No desea nacer; no echa de menos vivir. Algunos incluso reprochan a sus padres que les obligaran a existir contra su voluntad. Como Raphael Samuel, un artista indio que a comienzos de este año anunció una demanda judicial contra sus padres por tenerlo sin su consentimiento. Más tarde admitió que era un truco publicitario para dar visibilidad al pujante movimiento antinatalista de India, un 'monstruo' de 1.300 millones de habitantes que se convertirá pronto en el país más poblado del mundo -por delante de China- pese a que sus mujeres tienen ahora un tercio de los hijos que parían en 1960. El gurú de esta escuela de pensamiento es el filósofo sudafricano David Benatar, autor del libro 'Mejor no haber nacido'.

Sin embargo, a Emma Lim y sus seguidores no les mueven tanto las cuestiones existenciales como la conciencia ecológica. En línea con el actual movimiento por el clima, se preguntan si la Tierra puede satisfacer una demanda aún mayor de alimentos, agua, energía y materias primas y, sobre todo, si será capaz de soportar a tantísimos ejemplares de una especie que no logra frenar su propensión a agotar los recursos naturales, llevar a la extinción a animales y plantas o ensuciar el agua, el aire y el suelo. Ya lo dijo hace unos años el divulgador científico sir David Attenborough, patrón de la organización Population Matters, que promueve la reflexión pública sobre la demografía: «Los humanos somos una plaga».

Durante miles de años nacía mucha gente, pero la mayoría de los niños se moría antes de cumplir los 5 años y, de los que llegaban a adultos, muchos fallecían jóvenes. Por eso la población apenas aumentaba, o lo hacía muy lentamente. Así, al comienzo de nuestra era se calcula que había en la Tierra 200 millones de habitantes y a comienzos del siglo XIX, unos 1000. Es decir, la humanidad tardó 1.800 años en multiplicarse por cinco, pero a partir de 1900 comenzo a duplicarse cada 30 años.

El final del 'baby 'boom'

Es lo que los científicos llaman la transición demográfica: la expansión de mejoras en la salud de la población -vacunas, antibióticos, higiene, redes de abastecimiento de agua potable y alcantarillado- y el desarrollo en la producción de alimentos gracias a la agricultura y la ganadería intensivas produjeron una caída drástica de la mortalidad pero, durante mucho tiempo, las tasas de natalidad se mantuvieron muy altas. Como resultado, se produjo un 'boom' demográfico sin precedentes.

En los años sesenta, neomalthusianos como Paul Ehrlich ('La bomba de población') vaticinaban la muerte por hambre de cientos de millones de personas en los años setenta y ochenta. Su predicción falló porque llegó la Revolución Verde y se generalizó el acceso a los métodos anticonceptivos. Las tasas de fertilidad empezaron a caer en picado, primero en las zonas más desarrolladas y después, en casi todas las demás. Hoy el crecimiento vegetativo de la población se ha estancado o incluso es negativo en gran parte del mundo, pero hay países, la mayor parte de ellos en África, que se encuentran aún en la segunda fase de esa transición.

¿Cuántos más?

  • 9.700 millones de habitantes tendrá la Tierra en 2050 y unos 11.000 en 2100, según las previsiones de la ONU con las actuales tendencias de natalidad y mortalidad. Pero si a partir de ahora cada mujer decidiera limitar su descendencia a un solo hijo, la población humana a finales del siglo XXI retrocedería hasta el nivel de 1900, unos 1.600 millones de habitantes, según el Instituto de Demografía de Viena.

Algunos demógrafos son optimistas. «Cuando decimos que la población del mundo seguirá aumentando hasta alcanzar su techo (entre 9.500 y 11.000 millones, según distintas proyecciones) y se estabilizará ahí, o incluso descenderá un poco, nos apoyamos en lo que ha pasado hasta ahora», subraya Antonio López Gay, investigador del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona. Y lo que ha ocurrido es que los países que ya han culminado la transición demográfica no vuelven atrás: una vez que las mujeres conquistan la educación y el trabajo -los factores decisivos en la reducción de la natalidad-, jamás regresan a las tasas de fecundidad anteriores.

En los últimos 60 años los nacimientos se han reducido no solo en Europa, Estados Unidos, Australia o Japón, sino en Asia, América Latina y Oriente Medio. Por ejemplo, las mujeres en Irán han pasado de tener 7 hijos en 1960 a 1,6 en la actualidad, y una progresión similar ha ocurrido en India (de 6 a 2,3), China ( de 5,7 a 1,6) o Bangladesh (de 6,7 a 2,1). El investigador recuerda, además, que paralelamente la esperanza de vida media en el mundo ha crecido muchísimo, al pasar de 52 años en 1960 a 72 hoy (en España es de 83).

Jesús Sánchez Barricarte, catedrático de Demografía en la Universidad Carlos III de Madrid, cree que las ideas antinatalistas, aun siendo respetables, no tienen sentido en el mundo actual: la humanidad no camina hacia la «explosión» sino hacia la «implosión demográfica», ya que más de la mitad de la población mundial no llega al nivel de reemplazo generacional: 2,1 hijos por mujer.

Según él, la idea de que cuantas más personas haya en el Globo antes se agotarán los recursos es falsa. Pese a las «profecías apocalípticas», recuerda, «los precios de todos los recursos naturales -alimentos, energía o minerales- no han dejado de descender, es decir, se han hecho más abundantes». Y en los últimos 60 años el porcentaje de personas desnutridas ha descendido un 20%.

«El mayor recurso que hay en la Tierra somos los seres humanos, especialmente los seres humanos libres. Mientras se respeten las leyes del mercado, el progreso no cesará -argumenta-. Más gente no solo significa más gente consumiendo, sino también más personas pensando y solucionando nuestros problemas».

Uno de ellos será, precisamente, el desequilibrio entre países pobres y jovencísimos y países ricos y viejos, que plantea retos enormes a la estructura productiva y el Estado de Bienestar. «Los flujos migratorios pueden jugar un papel importantísimo en el devenir de los países occidentales -subraya Sánchez Barricarte-. Los inmigrantes representan la manera más económica de solucionar muchas de las necesidades de esos países». Por ejemplo, la quiebra del sistema de pensiones por la longevidad de los jubilados y la escasez de cotizantes.

De los entre 2.500 y 3.500 millones de personas 'extra' que habitarán la Tierra entre hoy y el año 2100, la gran mayoría nacerán en países africanos cuya huella ecológica es muy inferior a la de Europa o Estados Unidos. Pero nada garantiza que siga siendo así dentro de unos años. ¿Será la humanidad capaz de frenar la sobreexplotación de recursos o el cambio climático con una población mucho mayor?

Crecimiento descontrolado

  • 4,5 días es el tiempo que necesita la población mundial para crecer en un millón de personas más.

  • Política del hijo único La política del hijo único en China, vigente entre 1979 y 2015, supuso un grave recorte de libertades, provocó el envejecimiento de la población y tuvo efectos trágicos: la medida provocó millones de abortos selectivos e infanticidios de niñas, por lo que la proporción de nacimientos entre ambos sexos llegó a ser de 130 a 100.

  • Más gente y más gorda Según un estudio de la Universidad de Tronheim (Noruega), el ser humano medio era en 2014 un 14% más pesado, un 1,3% más alto y un 6,2% más viejo que en 1974, por lo que su demanda de energía alimentaria era un 6,1% mayor.

  • 1,7 es la cantidad de 'planetas' que estamos consumiendo en recursos naturales renovables, como el agua, el aire, la madera, el suelo y los peces, según Population Matters, que advierte de que para 2050 estaremos gastándolos a un ritmo tres veces más rápido del que necesita la Tierra para reemplazarlos. Eso, sin contar la sobreexplotación de los recursos no renovables, como el petróleo, el gas natural, los metales y los minerales.

  • Menos fauna, más gases La ONG británica recuerda que en los años del 'boom' demográfico el número de animales salvajes se ha reducido a la mitad, mientras se disparaba la emisión de gases de efecto invernadero, el uso de fertilizantes, la explotación de recursos pesqueros, la deforestación y el consumo de agua dulce.

En 2017, más de 20.000 científicios de todo el mundo firmaron la segunda 'Advertencia a la Humanidad', en la que alertaban de que todos los indicadores sobre la salud del planeta han empeorado en el último cuarto de siglo. Una de las trece medidas urgentes que proponían era controlar la población mundial impulsando programas urgentes de planificación familiar. No solo mejoraría el medio ambiente, también la calidad de vida de la gente: habría menos paro y más riqueza para repartir.

Ese mismo año, una investigación de las universidades de Lund y British Columbia concluyó que la mejor decisión que un individuo del mundo desarrollado puede tomar para reducir su huella de carbono a largo plazo es tener un hijo menos, una medida que evita la emisión de 58 toneladas de CO2 a la atmósfera, frente a 2,4 que ahorran quienes viven sin coche, 1,6 los que no cogen jamás un avión y 0,8 los veganos.

Esterilizarse por el planeta

Audrey García, activista del antinatalismo de 41 años, intenta cumplirlas todas. Hace seis años, esta profesional de la comunicación cultural nacida en Francia y residente en Barcelona decidió someterse a una esterilización. Ella nunca se había planteado tener hijos y tomar la decisión no representó un sacrificio. «Si algún día tuviera ganas de tenerlos intentaría adoptar, aunque en España hay muchas trabas. Puedes parir a los 47 en un embarazo asistido, pero con 40 te consideran demasiado vieja para adoptar», lamenta.

Con su pareja no hubo problemas. Acababan de empezar a salir cuando ella se operó: «Fer no era antinatalista, pero tampoco se veía con niños. Fue bonito: le pareció bien y me acompañó».

En cambio, desde muy joven se dio cuenta de que la sociedad no acepta bien que una mujer no quiera ser madre. «Es una especie de tabú. Me molesta el tono paternalista con el que te dicen que te vas a arrepentir», explica. Por eso participó en el documental '(M)Otherhood. Ser madre es solo una opción'. «Cuando dices esto la gente cree que odias a los niños. No es verdad. A mí me encantan. Se me cae la baba con los hijos de mis amigos», asegura.

Le enferma que le pregunten quién le cuidará cuando sea mayor o que le acusen de ser egoísta por no contribuir al sistema de pensiones. «¿En serio hay gente que fabrica hijos por eso? Lo que tenemos que hacer es integrar a los inmigrantes que necesitan y quieren trabajar en puestos que los españoles no desean», recuerda.

Reconoce estar «aterrorizada» por sus sobrinas, de 5 y 2 años. «No sé si en el futuro tendrán que pelearse por el agua. Entiendo que la gente quiera tener hijos, pero vista la situación, me parece irresponsable», se lamenta.

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