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Una flor en el zapato

Una flor en el zapato

El madrileño Juan Pérez recicla calzado y pantalones para plantar flores en medio del tráfico. «Me he jugado una mariscada a que recojo tomates»

ANTONIO PANIAGUA

Martes, 25 de junio 2019, 11:47

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A Juan Pérez le conoce todo el mundo en su barrio. Alguien se cruza con él y le dice: «¿Cuándo vas a plantar melones?» Este profesor de ciencias de FP no ha hecho aflorar la playa bajo los adoquines, pero sí ha conseguido que crezcan flores dentro de zapatos. Harto de que los alcorques de la calle del Pez, en el barrio madrileño de Malasaña, aparecieran rebosantes de basura, empezó a plantar flores, pimientos, berenjenas y tomateras. Cuando ya no le quedó ningún cerco por cultivar, consiguió que los pétalos y hojas asomaran dentro de pantalones reciclados, y cuando se aburrió de la ropa vieja, recurrió a botas, botines, deportivos, alpargatas y todo aquello que tuviera suelas. Gracias a su empeño ha logrado que la del Pez, donde vive en una buhardilla desde hace 30 años, sea una vía colorida y preñada de pensamientos y petunias que trepan por las rejas metálicas de comercios cerrados. «He plantado tomates en un alcorque; sale la flor pero no el fruto. Me he jugado una mariscada con un vecino a que recojo algunos. La verdad es que aquí, con la contaminación, no se ven insectos ni abejorros que polinicen nada».

La calle del Pez tiene una acusada densidad de tráfico. Aunque el tránsito de coches particulares está restringido, las furgonetas de repartidores, los taxis, los vehículos VTC y los turismos de los residentes hacen de esta vía un espacio muy concurrido.

A este hombre, que se hace acompañar a todas partes por su perra 'Alaska', se le ocurrió tapizar las cortinas metálicas de algunos comercios clausurados con zapatos cuajados de ramilletes. En realidad fue una señora quien le dio la idea cuando le comentó que en el Camino de Santiago había visto calzado donde prosperaban las flores. Pérez, que ya había usado pantalones como jardineras improvisadas, vio la ocasión de innovar en el arte de la floricultura. Al principio los zapatos pasaban desapercibidos. «Es curioso, nadie se fijaba hasta que coloqué unos 30 pares. Estos de aquí -dice Juan señalando unos zapatos deslustrados- son de una mujer que vive en Rumanía. Un albañil inmigrante que trabaja en este edificio en obras le pidió a su esposa que le mandara unos para acordarse de ella. Es un detalle romántico».

Un par de zapatos son los de la mujer de un albañil rumano. Así se acuerda de ella

Poco a poco Juan ha logrado que los comerciantes se involucren en el mantenimiento de sus creaciones. Los adornos florales que arraigan en los pantalones son regados por el lotero, el panadero y el farmacéutico. También un comerciante chino que regenta una tienda de comestibles se ocupa de cuidar el que tiene enfrente. Para suministrar agua a las matas que se alojan en las alturas el profesor se ha inventado un artilugio inspirado en el que emplean las cordobesas para regar las flores de los patios interiores de su ciudad. Se trata del palo de una fregona a cuya punta ha incorporado un envase de plástico cortado por la mitad.

Señora atemorizada

Para ser una calle recorrida continuamente por turistas, en el epicentro hípster de la capital, los floreros de prendas usadas han cosechado el respeto de los viandantes. Y eso que por sus aceras estrechas no es raro ver los fines de semana gentes pasadas de alcohol y no pocos grupos de chicas que celebran despedidas de solteras y recalan en los bares de moda del lugar. Tanto ha sido su éxito que en Instagram hay muchas fotos de turistas y paseantes que se retratan frente al lienzo vegetal. «A la gente le gusta mucho lo que hago. Solo una señora me dijo una vez que los pantalones le daban mucho miedo».

Juan se provee de plantas en un huerto urbano que frecuenta, mientras que los macizos se los vende una florista a precio de coste. «Compro las más baratas; cada maceta me cuesta 80 céntimos».

Los pantalones están embutidos de cartón o plástico de embalar para que se mantengan rígidos y en pie. La tierra de la maceta se mantiene húmeda gracias a un ingenioso mecanismo que consiste en acoplar a la cintura del trapo una botella llena de agua donde se sumerge una mecha de algodón. Esta se empapa y el sustrato de cultivo se mantiene mojado. «En invierno riego una vez a la semana, ahora dos o tres y en verano todos los días».

Le han salido imitadores. Por lo visto, en un pueblo de Cuenca de la España vacía han colocado también pantalones con relleno que evocan a personas con las piernas cruzadas. «Dicen que así los vecinos se sienten menos solos».

Este jardinero urbano no deja de experimentar con nuevos materiales. «He probado con gorras, pero no resultaban bonitas, y también empecé con calcetines, pero quedaban como morcillas de Burgos».

Juan es un rabo de lagartija. Aparte de departir con los vecinos con cualquier excusa mientras cuida sus plantas, el jubilado canta en un coro de 'indignados' que surgió con el 15M. «Somos 40 y cantamos por las calles, en las manifestaciones y cuando nos llaman para algo. La última vez lo hicimos para una asociación de enfermos y familiares de personas con párkinson».

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