Borrar
Monte Mabu. El británico Julian Bayliss, armado con un cazamariposas, explora el primero de sus hallazgos en Mozambique. j. bayliss
Explorador a distancia

Explorador a distancia

Las fotos tomadas desde satélites abren sendas desconocidas a la aventura. Julian Bayliss acaba de descubrir su segundo monte en África mirando al ordenador

ISABEL IBÁÑEZ

Jueves, 20 de septiembre 2018, 11:00

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La palabra explorador ha quedado ligada a aquellos aventureros que en el siglo XIX afrontaron la tarea de descubrir para la civilización occidental territorios inexplorados en viajes sin más apoyo que mapas inexactos que ellos mismos iban corrigiendo sobre el terreno. Mientras, afrontaban las picaduras de insectos que transmitían nuevas enfermedades, ataques de los pueblos indígenas que se veían asaltados en su propia casa... ¿Qué pensaría hoy Richard Francis Burton, con su cicatriz en la mejilla por un lanzazo somalí, si escuchara a su compatriota el biólogo Julian Bayliss contar cómo ha descubierto, sentado ante su ordenador, dos bosques en África? ¿Cuánto tiempo hubiera tardado Henry Morton Stanley en encontrar a David Livingstone con las imágenes de satélite que desmenuzan no solo la superficie de la Tierra sino la de Marte, Júpiter, Saturno...?

Boquiabiertos, sin duda no dudarían en utilizar la nueva tecnología que el siglo XXI pone a disposición de los científicos y de cualquiera con cierto interés y un ordenador. Bayliss es uno de ellos, y no por accesibles en un primer momento sus descubrimientos son menos importantes en un mundo que, en principio, parece no tener ya secretos... Nada más lejos de la realidad. Este biólogo, medioambientalista y profesor en la Universidad de Oxford acaba de descubrir su segundo bosque inexplorado en Mozambique, el monte Lico, y dice que tiene un nuevo hallazgo del que aún no quiere hablar. «Ah, me temo que todavía es un secreto y habrá que esperar hasta el próximo capítulo -contesta a 'La Verdad'-, pero sé de varios lugares más dignos de exploración. Solo hemos descubierto una fracción de la vida en la Tierra; hay estimaciones que la sitúan en una quinta parte».

Satélites, drones, aviones...

«Me impactó ver aquel monte que parecía de papel, rodeado de cultivos con la base intacta»

Julian Bayliss - Biólogo y explorador

Bayliss hizo su doctorado precisamente sobre el uso de los Sistemas de Información Geográfica (SIG) y la teledetección para la planificación de acciones de biodiversidad. «Hay muchas herramientas -explica- disponibles para el explorador moderno, más baratas que contratar una aeronave, que no estaban a disposición de los exploradores victorianos y que se basan en avances recientes en tecnología, como los SIG, los Sistemas de Posicionamiento Global (GPS), las trampas de cámara, la detección remota usando imágenes satelitales, drones e incluso helicópteros y ultraligeros...». Se trata de recopilar el máximo de información para completar el conocimiento sobre nuestro planeta (y ya no solo el nuestro), desde la deforestación de las selvas amazónicas hasta el crecimiento del agujero de ozono. «Eran herramientas con las que yo estaba muy familiarizado. Cuando quería ver un área inaccesible de África era una elección obvia usar una de ellas que resulta muy sencilla, como Google Earth».

Y así, ya en 2005 descubrió el monte Mabu; se trata de una montaña en el norte de Mozambique muy relevante por su selva tropical primaria, la más grande del sur africano. Bayliss rastreaba desde su ordenador la existencia de bosques en altura gracias a las imágenes de satélite con el objetivo de desarrollar proyectos de conservación cuando se topó con una masa de vegetación que no lograba identificar. Con 1.700 metros de altura y un bosque de 70 kilómetros cuadrados cerca de su cima, era evidentemente conocida por la población local, pero no por los científicos, que, después de varios viajes de acercamiento, finalmente accedieron al terreno, donde pudieron identificar varias especies animales y vegetales desconocidas hasta aquel momento.

«Con las imágenes Lidar se elimina la vegetación para ver el suelo y encontrar pozos, canteras...»

Luis Eguíluz - Catedrático de Geodinámica

«Aquel fue un gran momento en mi vida», recuerda Bayliss, responsable del hallazgo en compañía de otros investigadores. «Entonces no sabíamos realmente que se convertiría en un hito tan importante, pero a lo largo de los años hemos descubierto muchas especies nuevas como resultado de la exploración de su bosque». De hecho, algunas de ellas llevan su nombre, como el Nadzikambia Baylissi, un diminuto camaleón de cola prensil, y la Cymhoe Baylissi, una hermosa y endémica mariposa de aquella zona. Sí, los modernos exploradores también pisan las selvas armados con cazamariposas.

Porque estas nuevas tecnologías facilitan el trabajo con su vista de pájaro, pero no eximen de comprobar in situ lo que se ha vislumbrado en el ordenador. Y ahí las cosas se acercan más a lo vivido por Richard Burton... El reciente hallazgo de Bayliss, el monte Lico, 700 metros de altura en el centro de Mozambique que ni los habitantes locales recuerdan haber subido nunca, le complicó bastante la vida. No fue fácil acceder a la frondosa mancha verde que tanto le intrigaba en la pantalla de su ordenador. «Me impactó mucho aquella montaña que parecía como de papel, con la base intacta y un bosque de buena calidad rodeado de cultivos». En los dos primeros viajes solo pudo acercarse a seis kilómetros de la base, por lo frondoso de la floresta, y finalmente tuvo que reunir a un equipo de expertos escaladores para alcanzar el bosque en las alturas. «Sabía que iba a ser una expedición que requeriría habilidades extraordinarias. Conozco al escalador líder (Jules Lines) desde hace 20 años y es uno de los mejores del mundo, así que fue una elección obvia. Yo había hecho algo de escalada pero de eso hacía ya mucho, así que fue todo más o menos allí y en el mismo día, con una breve lección de los expertos».

Bayliss ha realizado ya un tercer descubrimiento que aún no quiere hacer público

Una vez arriba, el bosque del monte Lico recompensó su esfuerzo con el descubrimiento de más especies nunca identificadas y una sorpresa: unos recipientes con forma de ollas «cuya existencia ni la gente del lugar dijo conocer porque no sabían de nadie que hubiera estado allí al no poder acceder a la cima. Cuando encontramos las macetas quedamos impactados. A través de la investigación parece que fueron colocadas ceremonialmente en el nacimiento de la corriente de agua que fluye hacia la base de la montaña. Como si fueran una ofrenda a los dioses por la lluvia abundante».

Impacto de meteorito

Luis Eguíluz, catedrático de Geodinámica y director del Servicio de Cartografía y SIG de la Universidad del País Vasco, explica que estas nuevas tecnologías «sirven para reconocer cualquier estructura visible, pero depende del tipo de imagen. Si se encuentra cubierta de vegetación, en una fotografía sería difícil de ver, a no ser que sea de gran magnitud. Pero las imágenes Lidar permiten eliminar la vegetación y ver el suelo, con lo que es relativamente fácil reconocer estructuras superficiales como canteras, pozos, escombreras... Un compañero ha realizado así un inventario de explotaciones medievales y romanas. Otro colega está estudiando canteras prehistóricas reconocidas en Treviño...». El explorador vasco Miguel Gutiérrez Garitano también vislumbró en el ordenador algunas de las estructuras que más tarde descubriría escondidas en la espesura de la selva en su viaje a Perú en busca del reino inca de Vilcabamba.

«La ventaja de herramientas como Google Earth, por ejemplo -añade Eguíluz-, es que tiene imágenes de todo el mundo y existen áreas totalmente desconocidas. Cualquiera que las estudie puede encontrar cosas de las que no existe información». Se refiere, por ejemplo, a un compañero suyo, Koldo Martínez, que localizó un impacto de meteorito en Guinea. «Si un botánico analiza las imágenes seguro que descubre un montón de cosas. Son zonas casi vírgenes. Quedan enormes extensiones de las que casi no existe información».

Y luego están todos los fondos oceánicos, «de los que apenas conocemos sus rasgos generales y que con el desarrollo de nuevas herramientas van a darnos cantidades enormes de datos insospechados».

Desde que se topó con el primero de sus dos montes, Bayliss no ha dejado de rastrear con el ordenador en busca de lugares desconocidos para la ciencia. «Depende de qué más esté sucediendo en mi vida en cada momento, pero es algo que siempre está en mi mente, la búsqueda de nuevos sitios inexplorados con posibilidades de hallar bosques que estén aún por descubrir».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios