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El pulso. Estados Unidos y Rusia mantienen una pugna que puede abrir una nueva época de conflictos soterrados. Expertos en política internacional analizan en estas páginas cuánto hay de cierto en esta amenaza y cuánto de pose para consumo interno.
La diplomacia de la tensión

La diplomacia de la tensión

Como en los viejos tiempos, EE UU y Rusia se lanzan amenazas y libran batallas en países ajenos. «La Guerra Fría ha vuelto», advierte la ONU

JAVIER GUILLENEA

Martes, 24 de abril 2018, 10:34

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Lo habían insinuado los científicos que el pasado mes de enero adelantaron treinta segundos el reloj del juicio final, ese que sitúa en la medianoche el momento del apocalipsis. Las manecillas marcan ahora las 23.58, a solo dos minutos del desastre. Nunca habían estado tan cerca del fin desde 1953, en plena Guerra Fría, cuando la posibilidad de un conflicto nuclear era tan real que en los colegios americanos se organizaban simulacros para protegerse en caso de un ataque.

Han pasado 65 años desde entonces y, como suele ocurrir, la historia regresa a nuestro encuentro. El pasado día 13, el secretario general de la ONU, el portugués Antonio Guterres, anunció que «la Guerra Fría ha vuelto» y además «con venganza». Lo hizo durante una reunión del Consejo de Seguridad, convocada a petición de Rusia para analizar las tensiones en torno al conflicto sirio. Guterres recalcó que «no hay solución militar al conflicto» y pidió responsabilidad ante la crisis porque el momento «es peligroso». «Hay que evitar que la situación se salga de control», insistió.

Sus palabras tuvieron mucho eco mediático pero pocas consecuencias prácticas, lo que da una idea del poder de influencia que hoy por hoy tiene la ONU. Un día después, Estados Unidos, en colaboración con Francia y Reino Unido, lanzó 105 misiles contra tres instalaciones de Siria donde supuestamente se fabricaban y almacenaban armas químicas.

El pulso se libra ahora en un mundo global con ideologías diluidas y en internet

El presidente ruso, Vladímir Putin, había advertido de que un ataque de este tipo provocaría «un caos en las relaciones internacionales» y el embajador ruso ante Naciones Unidas llegó a asegurar que no se podía descartar la posibilidad de una guerra con Estados Unidos. Pero los misiles cayeron y Rusia ya ha dicho que no tomará represalias. Eso sí, su ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, ha declarado que la situación entre su país y las potencias occidentales «es ahora peor que durante la Guerra Fría».

No hay represalias pero sí grandes amenazas, como los boxeadores que se miran con fiereza a los ojos antes del combate. Solo que en este caso la pelea comenzó hace tiempo y todo el mundo es consciente de ello. Cuando Antonio Guterres reveló que la Guerra Fría ha regresado no fue del todo exacto. Quizá se hubiera acercado más a la realidad si hubiera dicho que nunca ha terminado de irse.

En noviembre de 1989, la caída del Muro de Berlín se convirtió en el símbolo del ocaso de la Unión Soviética y del fin de la Guerra Fría; de la buena, la de los espías, agentes dobles e infiltrados, embajadas infestadas de micrófonos, microfilmes y paraguas con veneno. Los servicios secretos se quedaron sin enemigos y fue necesario buscarlos en otras partes, los diplomáticos se aburrían y comenzaron a añorar la adrenalina de los viejos tiempos. Parecía el fin de una etapa pero solo fue un respiro. La Guerra Fría se había tomado un descanso a la espera de reaparecer con una nueva imagen.

Hubo una primera etapa en la que las relaciones entre el bloque compuesto por Estados Unidos y la Unión Europea con una muy debilitada Rusia fueron magníficas. Pero la generosidad no es un rasgo que caracterice a las relaciones internacionales y pronto el lado occidental vio en esta debilidad una oportunidad para expandir su influencia. Fue un error que no hizo sino reforzar la sensación de aislamiento que históricamente ha percibido el pueblo ruso.

Nuevo orden

La tregua terminó a finales de la década de los noventa. En marzo de 1999, la OTAN inició una campaña de bombardeos que obligó a Serbia a retirarse de Kosovo. Moscú, que apoyaba a los serbios, amenazó con un regreso a la Guerra Fría. Ese mismo año, tres antiguos miembros del Pacto de Varsovia (Hungría, Chequia y Polonia) ingresaron en la OTAN pese a las quejas rusas. En 2004 siguieron el mismo camino Estonia, Lituania, Letonia, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia.

Aquello fue demasiado para Moscú, que se sintió rodeado por un nuevo orden mundial que se le escapaba de las manos y que percibía como una amenaza directa. La respuesta rusa, ya con Vladímir Putin en el poder, fue hacer todo lo posible para debilitar a las potencias occidentales, un empeño en el que todavía persiste. Regresó así una guerra a la que el secretario general de la ONU ha devuelto estos días su viejo apellido, pero que desde hace años se viene librando abiertamente.

Primero empezó por romper fronteras y ampliar su esfera de influencia. En agosto de 2008, Rusia bombardeó la capital de Georgia, Tiflis, en respuesta a una intervención de esa antigua república soviética contra la región separatista de Osetia del Sur. Los países occidentales se indignaron y Moscú retiró sus tropas pero reconoció oficialmente la independencia de Osetia del Sur y Abjasia, también desgajada de Georgia, donde mantiene una importante presencia militar.

Seis años después, Rusia rompió otra frontera al arrebatarle la península de Crimea a Ucrania para frenar el acercamiento de este país a la Unión Europea. Fue un momento crítico en el que la cuerda estuvo a punto de romperse. La anexión desató la mayor crisis diplomática entre rusos y occidentales desde la desintegración de la Unión Soviética. Europa y Estados Unidos respondieron con duras sanciones que hicieron mella en la economía rusa. La OTAN puso a sus tropas en estado de alerta y desplegó varios batallones en los países bálticos y en Polonia. Era como en los viejos tiempos, pero no exactamente.

En la Guerra Fría, la de antes, había dos bloques claramente definidos que permanecían casi estancos. Ahora esto ha cambiado. El mundo se ha vuelto global, los países están interrelacionados entre sí, las ideologías se han diluido y, sobre todo, ha aparecido internet. Las redes sociales se han convertido en un campo de batalla en el que los principales contendientes son Rusia, Estados Unidos y también China.

De momento, los rusos llevan la delantera. A sus hackers se les ha acusado de interferir en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 para llevar a Donald Trump al poder, de haber condicionado el referéndum sobre el 'Brexit' con ciberataques y de haber hecho lo posible para enconar aún más la crisis institucional de Cataluña. Es una guerra digital en la que la munición está compuesta por bulos y noticias falsas que buscan confundir, desestabilizar y dividir al enemigo.

El cuadrilátero

La cuerda volvió a tensarse el pasado 4 de marzo tras el envenenamiento del exespía Serguéi Skripal y su hija en el sur de Inglaterra. Reino Unido atribuyó el ataque a Rusia, que, por supuesto, lo negó. Y, también por supuesto, nadie creyó sus palabras. En represalia, los países occidentales expulsaron a 150 diplomáticos rusos y Putin respondió dejando fuera de sus fronteras a más de 140 representantes de 25 países.

Los boxeadores siguen mirándose a los ojos con fiereza. Las guerras frías tienen mucho de amenazas y gestos de cara a la galería. Si todo quedara ahí, serían hasta interesantes. Pero se libran sobre un cuadrilátero que antes fue Vietnam, hoy se llama Siria y mañana quizás Corea del Norte. La anterior causó millones de muertos en Asia, África y Latinoamérica. La de ahora está siguiendo el mismo camino.

Desde el inicio del conflicto en Siria en 2011, Rusia apoyó al Gobierno de Bashar al Asad, al que ha respaldado militarmente. Antes del ataque del pasado día 14, Estados Unidos ya había bombardeado una base militar y a principios de este año sus bombas mataron a decenas de mercenarios rusos. En Siria han muerto más de 346.000 personas. Es lo malo de las guerras frías, que mientras los boxeadores se miran, el público ya se está pegando.

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