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Cambio de agujas

Cambio de agujas

Los escolares británicos no entienden los relojes de manecillas. La modernidad destierra un sinfín de objetos de uso común hasta hace poco

ANTONIO PANIAGUA

Jueves, 20 de septiembre 2018, 11:00

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El despertador resiste peor el paso del tiempo, pero el de pulsera puede llegar a ser un símbolo de estatus y lujo. Un Rolex GMT-Master II puede llegar a costar decenas de miles de euros.

Los relojes seguirán marcando las horas y nos harán enloquecer, pero quién sabe si de otra manera. Los de agujas son cómodos, bellos y elegantes para llevarlos en la muñeca. Mucho más que uno de arena o de sol. Sin embargo, el imperio de la era digital es cruel y arrasa con las destrezas de los más jóvenes. Algunos directores de escuelas británicas han ordenado que se retiren los relojes analógicos, a la vista de que los chavales no saben interpretar la hora. Es posible que dentro de unas décadas lo de girar en el sentido de las manecillas se convierta en un jeroglífico. ¿Qué otros objetos tienen las horas contadas?

Los adelantos actuales están a punto de mandar al garete postales, callejeros, abrelatas, fichas para los teléfonos de cabinas y bares, teléfonos de marcación de rueda, casetes, sellos, mapas de carretera, carretes fotográficos, máquinas de escribir, cajas registradoras de teclas, 'discman', 'walkman'... La lista es infinita. Sus sucesores forman una ensalada de anglicismos que se llaman Whatsapp, GPS, píxeles, móviles, programas de tratamiento de textos, Spotify o Youtuber. Los cortacéspedes y aspiradoras todavía gozan de buena salud, pero quién sabe si no serán destronados por cacharros autodirigidos, Roomba incluida.

Los arquitectos han cambiado el tablero por la pantalla. Los niños pintan en tabletas y algunos prefieren ver las estrellas a través de las aplicaciones del móvil antes que a simple vista. ¿Enfermarán los tecnófilos de ojo vago? Por fortuna nos hemos librado del termómetro de mercurio, un contaminante muy tóxico.

¿Qué nos está ocurriendo? El escritor e historiador Juan Eslava Galán da una pista. «En los últimos 50 años la humanidad ha experimentado más avances tecnológicos que en los dos mil precedentes. Yo, que tengo 60 años, he pasado de una sociedad neolítica -el arado romano y la huerta eran iguales que en la época musulmana- a otra totalmente distinta, en la que cada día sale una aplicación nueva».

«En 50 años hemos pasado de la sociedad neolítica a otra distinta», dice Eslava Galán

A este ritmo hasta el papel va a quedar arrumbado. Gloria Fernández Rozas, profesora de Escritura Creativa en los Talleres Fuentetaja de Madrid, percibe las consecuencias. «Una vez fui a dar clase a una escuela de diseño y me sorprendió que nadie hubiera imprimido sus ejercicios en papel. Todos los leían en sus teléfonos móviles o tabletas». Fernández Rozas apunta que cuando analiza con sus alumnos en clase un cuento de Ana María Matute siempre les tiene que explicar el significado de «perra gorda». La escritora no se refería a un chucho obeso, sino a una moneda de cobre o aluminio que valía diez céntimos de peseta.

Colores reales

Hoy el carrete fotográfico es adorado por los 'hipsters', pero es una pieza al borde de la extinción. «Aparte de la magia, la incertidumbre que antecede al revelado y el romanticismo, la película aporta colores verdaderos. El grano es de verdad. Según me han dicho algunos compañeros, ningún fotógrafo nuevo sabe poner un carrete en una cámara analógica», dice el fotoperiodista José Ramón Ladra.

Javier Marías es de los pocos narradores que siguen trabajando con máquina de escribir, eléctrica en su caso. Sólo él debe de saber dónde se pueden comprar las cintas. La libreta telefónica tiene pinta de rareza arqueológica. Sólo la generación de EGB se acuerda de lo que son los casetes y los 'walkman'. El papel carbón se antoja una reliquia, aunque todavía hay gente que lo compra por internet.

José Manuel Medel, de 52 años, actor y animador sociocultural, dio en una ocasión una clase de teatro a unos críos. Cuando puso música con su 'discman', empezaron a pitorrearse de él. Pero le inquieta más otra cosa. «Pregunto a amigos que tienen hijos y me cuentan que los más pequeños ya no saben hacer búsquedas alfabéticas en los diccionarios de papel o tardan media hora en dar con la palabra».

A los profesores no les inquieta demasiado que se anquilose esa habilidad. Juan Naranjo, profesor de Ciencias Sociales en el instituto Las Lagunas, en Mijas (Málaga), se muestra tranquilo. «Las nuevas tecnologías quitan ciertas destrezas, pero son destrezas de otra época. Es como si alguien se lamentara porque la gente ya no sabe lavar en el río. Lo que hará falta entonces es saber programar una lavadora».

Más allá de la nostalgia, es oportuna la pregunta de si lo digital está atrofiando nuestras competencias manuales e intelectivas. Un periodista amante de la aviación y que prefiere permanecer en el anonimato vio con sus propios ojos cómo un joven piloto aéreo, aunque con bastantes horas de vuelo, no sabía interpretar una carta de navegación. Y es que ahora el GPS ha hecho prácticamente innecesario el uso de estos mapas. «El comandante del avión, que era de carga, le ordenó orientarse con las cartas, lo que le hizo sudar la gota gorda. A punto estuvo de invadir el espacio aéreo de Marruecos». Por eso las escuelas de pilotos ponen cada vez más énfasis en adiestrar a los alumnos en la navegación manual. Es un efecto de la extremada resistencia de las compañías aéreas a que se desconecte el piloto automático.

La canción profetizaba que el vídeo mató a la estrella de la radio, pero se equivocó. En cambio, la moviola sí que ha sucumbido ante la hegemonía de programas de edición de vídeo. El montador de cine y publicidad José Ramón Lorenzo, de 45 años, aduce que la irrupción del software ha sido una bendición. Cuando comenzó a trabajar, la moviola ya estaba dando sus últimas boqueadas. «La cinta no tenía nada bueno. Se tardaba mil veces más. Para montar una película de Hollywood uno se podía tirar diez meses. Era todo un infierno. Los ordenadores han sido lo mejor que le ha pasado a mi profesión. Con los medios de ahora, un montador de cualquier filme cutre y de bajo presupuesto puede explorar cien veces más caminos narrativos que la peli más mítica del cine americano que se te ocurra», argumenta Lorenzo.

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