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Estantes con el paso Ángeles de la Pasión, a las puertas de la iglesia de San Antolín, en el inicio del cortejo magenta del Cristo del Perdón.

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Estantes con el paso Ángeles de la Pasión, a las puertas de la iglesia de San Antolín, en el inicio del cortejo magenta del Cristo del Perdón. Vicente Vicéns/ AGM

Azahar a bocanadas para El Perdón

La procesión más castiza cautiva a la ciudad en su legendario cortejo desde San Antolín

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Martes, 27 de marzo 2018, 00:29

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Murcia, en Lunes Santo, siempre estrena bocanadas de azahar. Los aromas que en los últimos días envolvieron las calles murcianas eran meros ensayos para esta auténtica procesión de aromas, tan invisible como agradable al alma, que se convoca cada año en San Antolín cuando El Perdón, ante quien pocos resisten la mirada, abre la puerta estrecha de la parroquial y la primavera entera sale desbocada por sus dinteles de piedra ajada.

Murcia, en Lunes de Santo, estrena frescura y vida, que es sonrisa de manola entaconada e inquieta junto al templo. O mano de ilusionado niño, siempre extendida, a la espera de su primer caramelo. O quizá lágrima de aquel estante que recuerda otros años y otros nazarenos que ya recogieron su contraseña para la Jerusalén celeste.

Las familias abarrotan la carrera y tiñenel asfalto, antes gris y sombrío, de pláticas y algarabía

Para muchos, aunque ni siquiera hayan vestido nunca una túnica nazarena ni piensen vestirla, la Semana Mayor comienza en esa plaza diminuta y adornaba de banderas magenta en sus balcones, ya no solo de Perdón, sino también por la Soledad que, aparte de madre del que reina en tan castizo barrio, es modelo de huertana altiva y guapa. Para muchos, la Pasión solo arranca al toque de la burla antigua que proclama por la vega que Cristo ya camina por la calle del Pilar. Por eso se estrena tanta vida, vida que palpita en las familias cuando abarrotan la carrera nazarena y tiñen el asfalto, antes gris y sombrío, de conversaciones apresuradas, de sabrosa algarabía de críos revoltosos, de cáscaras de pipas y envoltorios de bandejas de pasteles de carne.

Y es que el mundo, bien mirado, se reduce al espacio delimitado por las sillas que flanquean la carrera

Murcia, en Lunes Santo, estrena tradición. Aunque sea la procesión remota y rezume siglos de convocatorias. Aunque los abuelos recuerden desfiles de una infancia tan antigua que los años emborronaron. Murcia siempre inaugura tradición nazarena pues todo resulta nuevo: el bamboleo de los tronos, las flores que destacan sobre la tarima de plata corlada, el golpe del estante de morera, el tintineo de las lágrimas de cristal en las tulipas, las baquetas encendidas de los tambores sordos, las burlas de los carros bocina... Todo sabe a novedad, incluso el bocado al crujiente pastel en plena carrera, como merienda improvisada, o el sabor de las monas que entretienen el paso de las hermandades. Todo parece estrenarse, incluso el atardecer que, ya alargados los días como fila de penitentes bien dispuesta, crece también un tanto para adornar con las últimas luces las siluetas de las tallas.

Y Santo Domingo, al fondo

Murcia, en Lunes Santo, estrena historia, la que se escribe a cada instante de la procesión cuando alcanza la calle Arenal y en la revuelta hacia Belluga se respira, porque más que verse se respira, la estampa espléndida del imafronte de la Catedral. O el instante en que El Perdón recorre Trapería y allá, al fondo y entre la bruma de una naveta de incienso, se adivinan las torres de Santo Domingo, las del antiguo mercado y puerta de la muralla hacia la huerta. ¿Habrá más historia condensada que aquella que atesora el pendón de la seda, Caifás o la Flagelación, la coronación o el Encuentro, la Verónica o el Ascendimiento y sus estantes que los elevan cada año sobre sus hombros doloridos mientras se inclinan por la Glorieta frente al Puente Viejo?

Murcia, en Lunes Santo, estrena espléndido aroma a azahar de los cercanos naranjos que aún campean en los últimos bancales del Malecón y alcanza la plaza del barrio, que entonces se torna en improvisado foro cuajado de murcianos que aguardan desde el besapié de la mañana, a golpe de aperitivo que deviene en comida y eterna sobremesa cofrade, a que El Perdón presente al mundo sus once pasos.

Y es que el mundo, bien mirado, se reduce en esta tarde al espacio delimitado entre las sillas que flanquean la carrera, cual universo barroco que ofrece al murciano su reencuentro con las tardes más claras del año. Porque, a fin de cuentas, Murcia estrena primavera cada Lunes Santo cuando se anuncia en San Antolín que el Señor de Murcia pasea con donaire sobre el primer suspiro de la primavera.

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