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P. Sánchez/AGM
Solemne procesión del Silencio y Santísimo Cristo de los Mineros

Solemne procesión del Silencio y Santísimo Cristo de los Mineros

JUAN CLEMENTE MARTÍNEZ APARICIO

Viernes, 23 de marzo 2018, 23:46

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Anochece el Jueves Santo, la oscuridad invade las calles de Cartagena y llega el momento esperado, como un niño que recibe un juguete o como un pecador que necesita confesarse. Si tuviera que elegir una procesión en la Semana Santa, sería esta. Quizá el espectador prefiera otra más lujosa y pretenda escuchar nuestras tradicionales marchas de Semana Santa o disfrutar de todas esas características, tan citadas de los desfiles cartageneros, pero desde el punto de vista de este penitente californio, no hay lujo más grande que procesionar en ella, ni marcha más bella que el silencio en la noche del Jueves Santo.

Un espectador podrá apreciar en ella el riguroso orden, la extraordinaria imaginería, los arreglos florales, los hachotes con su iluminación a vela, pero todo ello desde un punto de vista austero y de reflexión sobre la muerte del Salvador. Para un penitente las sensaciones se amplían hasta límites insospechados, donde los sentidos se reorganizan hasta alinearse con uno mismo. Es una solemnidad intimista en la que la reflexión te lleva al verdadero significado de la penitencia, la cual no radica en el plano físico, sino en la dimensión espiritual. Unidos en los sonidos del silencio, la mirada fija en un sudario casi invisible, el pensamiento en el tambor inexistente y con el miedo a un tropezón impertinente, uno llega a reflexionar sobre el significado de la vida y todas esas preguntas que el quehacer diario nos impide contemplar.

Tras el apagado de las luces de la ciudad, la lectura de un reglamento de 1928 te indica el comienzo de la procesión y te dirige hacia una soledad tanto exterior, como sobre todo interior, que propicia el diálogo con uno mismo. El olor a incienso y a flores, el ruido de los hachotes siguiendo una estricta cadencia, la respiración de los portapasos encapuchados, el sonido de las lágrimas de los tronos, esas velas que tiemblan en el aire fresco y húmedo que amenaza lluvia y los pasos, los pasos que entre tinieblas desfilan en la más solemne de las procesiones californias, hacen que el espectador saboree esta procesión, tan idéntica a las otras pero a su vez tan diferente, donde un tambor apagado al comienzo de la misma y unos pocos elementos de percusión en el piquete de la Sección de Honores marcan el ritmo en el silencio.

Tras una cruz tumbada, se divisa un Cristo Prendido, ahora como hombre, abriendo el cortejo de imágenes. Le sigue un Crucificado donde solo queda el Dios Salvador, nuestro Cristo de los Mineros. Las mujeres vuelven desoladas del Calvario y cierra el cortejo la Esperanza personificada en María la madre del Señor, que ha presenciado la salvación de la Humanidad.

Es una procesión corta, sencilla y humilde, donde se recuerda que el Señor ha muerto y se la humanidad guarda un expectante silencio, la cual no deja indiferente a nadie y seguro que el espectador querrá repetir la contemplación de estos penitentes que en silencio recorren nuestra ciudad. Si desfilas en ella tendrás una vivencia interior que te aseguro no te dejará indiferente y descubrirás una Semana Santa distinta, dónde el brillo de los focos no es lo primordial.

JUEVES SANTO

Procesión Solemne del Silencio y Santísimo Cristo de los Mineros.

Salida: Iglesia Parroquial de Santa María de Gracia (salida y recogida).

Hora de salida: 21.00 h.

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