La quema de Judas
José Sánchez Conesa
Miércoles, 27 de marzo 2024, 00:31
Las procesiones de Cartagena han atraído a las buenas gentes de la comarca, quienes se desplazaban en carros para contemplar el esplendor barroco del Miércoles ... y Viernes Santo. Así me lo trasmitían habitantes de localidades del propio término municipal, de Torre Pacheco y Fuente Álamo. Aunque algunos de estos pueblos celebraban sus propias procesiones. Eso sí, sin una gran continuidad en el tiempo. Fueron suntuosas en las últimas décadas del siglo XIX las de Alumbres. Tenían cuatro o cinco tronos, tercios de soldados romanos, nazarenos y personajes evangélicos, como Pilatos. Desde los años 90 del pasado siglo renacen por doquier en la ruralía este tipo de cortejos.
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El final de la Semana de Pasión tenía lugar el llamado, entonces, Sábado de Gloria, cuando las campanas de templos parroquiales y ermitas volteaban alegres la Resurrección, a las diez de la mañana. La reforma litúrgica promovida en 1955 estableció la celebración de la Resurrección el domingo, pasando el Sábado Santo a ser un día de luto y espera.
Así se conmemoraba el descanso de Cristo en el sepulcro y su descenso a los abismos. Me lo recordaban octogenarios, entonces niños, quienes arrojaban piedras y tiestos viejos contra el suelo, a las puertas de las casas. Guardaban macetas, ollas y cántaras rotas para la ocasión. Eran tareas propias de los más pequeños y de las mujeres. La chiquillería golpeaba con palos y latas de manera estruendosa, lanzando hacía el cielo flores silvestres, como margaritas, malvas o ababoles.
La popularidad de la quema del traidor era tal que las carretillas hacían intransitables algunas calles del centro
Mientras las plantas ascendían, gritaban: «¡Aleluya! ¡Resucitó!». Nos lo contaron en Los Cánovas, El Campillo de Abajo, El Estrecho de Fuente Álamo, Roldán, Lo Ferro, San Cayetano, La Puebla y Balsicas. En esta última población se lavaban la cara en una zafa a primera hora, finalizando la operación con el lanzamiento del agua hacia arriba, todo lo que se pudiera.
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Acción contra el demonio
Con otros autores interpretamos que el espacio abarcado por los fragmentos rotos era acción preventiva contra el demonio, máxima expresión de los malos espíritus e influencias malignas. En San Cayetano disparaban jubilosos las escopetas al aire. La ciudad no quedaba atrás y según testimonios de prensa y del cronista Federico Casal en su obra 'Folklore Cartagenero' (1947) la popularidad de la quema del traidor era tal que las carretillas borrachas hacían intransitables algunas calles del centro. Los petardos eran atados a fuertes cuerdas de balcón a balcón y desde estos se arrojaba el menaje inservible. Algunos viandantes desprevenidos eran mojados con agua y azulete. Tanta fue la algarabía, que en 1884, el inspector de orden público quiso prohibirla, siendo perseguido por las masas festeras. Hubo detenidos.
De hecho, en algunos lugares de la región se rompían los cántaros una vez quemada la figura de Judas. Ahora entraremos en ese fuego. En la comarca, como en tantos lugares de España y posteriormente en toda la América hispana, confeccionaban el muñeco con ropas viejas, relleno de pajas, tracas y petardos.
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Arte popular
En México ha llegado a adquirir una gran categoría artística por la originalidad de formas y colores de estos monigotes monstruosos y figuras diabólicas, junto a un espectacular desarrollo pirotécnico que reúne a multitudes. Diego Rivera pintó murales dedicados a esta fiesta, coleccionando, junto a Frida Khalo, cerca de 500 judas que se albergan en su casa museo.
Como me decían en La Palma, en cada caserío quemaban el suyo, un fenómeno similar a las hogueras de San Juan, aunque no volvió a repetirse tras la Guerra Civil Española. Era una manera de celebrar el triunfo cristiano, aunque fuese una relectura de un acto protector contra las fuerzas del mal. El etnógrafo escocés James George Frazer (1854-1941), recopilador de tradiciones de todos los continentes, llegó a la conclusión que podría tratarse de cultos primitivos al dios de la vegetación, al espíritu del árbol.
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Prender fuego al árbol suponía asegurar ritualmente el inicio del ciclo de la vida, rechazando lo viejo para que aparezca lo nuevo, asegurando la reproducción material, el brote de la nueva cosecha. Con la cristianización de rituales y costumbres paganas será Judas quien asuma ese nefasto papel. Antes de prender fuego en cada rincón de las Españas llevan a cabo un amplio catálogo de acciones, como leer poemillas humorísticos alusivos a hurtos y fechorías perpetradas en la comunidad local, sermones acusatorios, representaciones de un juicio a Judas con jueces, fiscal y defensa. En otros el cura lee papeles donde van escritos los males acaecidos durante el año que son arrojados a la lumbre. También colocan en el judas máscaras de personajes de la actualidad que destacan por su inmoralidad pública.
En la comarca desapareció toda manifestación, aunque algunos recuerdan, como en 1950 se sumó al festejo el desfile de siete carrozas que representaban a los siete pecados capitales: la ira, la gula, la soberbia, la lujuria, la pereza, la envidia y la avaricia. Una de ellas portaba al traidor colgado de un árbol, de potente efecto dramático.
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Así se aprecian en las imágenes del NODO, proyectadas en los cines del país. Tras décadas de ausencia vuelve la cabalgata a la calle el 15 de abril de 1990, cuando era alcalde Antonio Vallejo y por iniciativa del CIT. Bandas de tambores y cornetas, los coros y danzas de Los Dolores, la banda de Pozo Estrecho, cabezudos y comparsas salían de la Asamblea Regional para finalizar en la explanada del muelle, lugar habitual del fuego justiciero que fue encendido a las doce de la noche. Tras las cenizas sonó la música verbenera en la plaza Artés.
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