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El valor del sueño

PPLL

Miércoles, 25 de noviembre 2015, 01:36

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El sueño sigue constituyendo en gran medida uno de los enigmas biológicos más importantes de nuestra fisiología. Aun conociendo muchos de los hechos que tienen lugar durante el dormir, carecemos del modelo global que nos explique por qué dedicamos más de un tercio de nuestra vida al sueño.

Sabemos de forma taxativa que el sueño no equivale a una ausencia de actividad cerebral, sino que ésta adquiere patrones que lo diferencian claramente de la vigilia. Por lo tanto, es factible deducir que el órgano rector de nuestra fisiología, el cerebro, enfoca su actividad a conseguir toda una serie de metas durante las horas dedicadas a dormir.

La capacidad de regenerar y restaurar las funciones cerebrales puede estar en la base de la necesidad de este periodo al finalizar la tarea diaria, de esta forma conseguiríamos optimizar nuestra actividad cognitiva diurna a través de una mejoría en las interconexiones sinápticas de las neuronas que conforman los millones de circuitos cerebrales. Otras interpretaciones en línea similar conceptúan al sueño como una fase preventiva que prepara al organismo para afrontar la vigilia.

En este proceso influye no solo la cantidad de sueño ,sino la calidad del mismo o eficiencia. Evolutivamente el ser humano cambia su necesidad en cantidad de horas de sueño y pasa de las más de 16 horas que puede precisar un bebé, distribuidas sin patrón temporo espacial a lo largo de las 24 horas, a las 11 horas durante la primera infancia hasta los 6 años, para posteriormente ir acortando su necesidad durante la edad escolar hasta las 9- 10 horas de sueño.

Fase de aprendizaje

Es posible que estos largos periodos de sueño en recién nacidos y primeros años de vida tengan que ver con la conformación cerebral en etapas de alta plasticidad y desarrollo organizativo y estructural del sistema nervioso central. Además durante estas etapas la fase REM (Rapid Eyes Movement) del sueño ocupa más de la mitad de su duración. Sabemos que es una fase esencial para fijar y ordenar el aprendizaje, otra de las funciones actualmente atribuidas al dormir. La memoria se ve reforzada durante las fases REM, o etapas en las cuales los ojos se mueven de forma rápida y que en condiciones normales suelen ocupar alrededor de un 25-30% del tiempo en que los adultos se hallan dormidos.

Otra de las hipótesis sobre la necesidad de dormir se asienta sobre el hecho de un ahorro energético corporal que vendría dado durante estas horas y conllevaría un menor consumo de oxígeno y una disminución de la temperatura corporal en general y de forma específica durante la fase REM una disminución del ritmo cardiaco y un descenso en el tono corporal.

En el adulto, la necesidad de sueño es menor situándose como promedio entre las siete y ocho horas y centrado en las horas nocturnas, aunque estos horarios se ven influenciados por patrones socioculturales y de naturaleza personal. En el anciano, las necesidades de sueño no se modifican sustancialmente pero sí el tiempo necesario para alcanzar una buena calidad de éste, ya que con la edad existe tendencia a fraccionar el sueño y que las distintas fases que lo componen se alteren en número, sucesión y cantidad proporcional de cada una de ellas, lo que obliga al adulto mayor y al anciano a dormir más horas y más distribuidas y espaciadas a lo largo de la jornada.

Más importante que la cantidad es la eficiencia del sueño. Se considera que personas que logran permanecer dormidos más del 90% del tiempo que permanecen en la cama tienen una buena calidad de sueño frente aquellas por debajo del 80%, con independencia de las horas que duerman, si por la mañana se encuentran descansados y con energía para afrontar las demandas de la vigilia. Por eso existen personas que dicen necesitar pocas horas de sueño para estar en forma. Este hecho parece estar condicionado por patrones de naturaleza genética que determinan hábitos en el dormir, y así podemos encontrar dormidores cortos que precisan menos de 6-7 horas, dormidores largos que requieren entre 9 y 10 horas de sueño nocturno y dormidores tipo 'alondra', que se acuestan y se levantan temprano, frente a dormidores tipo 'búho' cuya necesidad de dormir se presenta más tardíamente en la noche y por lo tanto, en general, se levantan más tarde.

En todos los casos el componente hereditario parece determinar esta característica del sueño de las personas y además se relaciona íntimamente con el ritmo circadiano, es decir, aquellos elementos de nuestra fisiología que fluctúan a lo largo del día, por ejemplo picos de máxima secreción hormonal o incluso la temperatura máxima corporal diaria que, aunque sufra pequeñas oscilaciones, alcanza su máximo una hora antes en los dormidores tipo alondra frente a los que son 'vespertinos o búhos'.

El sueño es uno de los periodos más fascinantes en nuestro vivir diario, su necesidad satisfecha nos permite estar alerta durante la vigilia, su ausencia o deuda de sueño conlleva disminución de ésta, malestar, malhumor y afectación de funciones esenciales cerebrales y del resto del organismo. Tal vez por ello sea importante tener siempre en cuenta que vivir bien lleva aparejado dormir bien también.

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