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Sábado, 25 de mayo 2019, 17:50
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Siguiendo la estela dejada el pasado fin de semana por los cientos de 'vespadictos' y 'amanecistas' (fans ciegos de 'Amanece que no es poco', de José Luis Cuerda), que celebraron la quinta edición del 'Vespamanece' organizado por el Club La Oveja Negra (Hellín); y anticipándonos a la celebración del 30 aniversario del estreno (14, 15 y 16 de junio) de la película que ha dado origen a esta 'religión' de nuevo cuño, recorremos algunos de los pueblos con encanto de la Sierra del Segura. Rafael Roldán, de La Oveja Negra, es nuestro guía y los dibujantes Juan Álvarez y Jorge Gómez sus 'partenaires', que hasta mediados de junio exponen sus ilustraciones de pastel con rincones emblemáticos de Letur.
En esta ocasión, nos centramos en los dominios de la Encomienda santiaguista de Socovos para descubrir la huella islámica que aún conservan estos pueblos manchegos amenazados por el despoblamiento y estrechamente vinculados a Murcia. Y, haciendo patria, revisamos territorios que el yerno del 'Rey Lobo' Ibn Mardanis, el Mochico, hurtó a los almorávides en unas revueltas.
El recorrido, en coche y a pie, comienza por Socovos, que fue centro neurálgico en época de la dominación islámica y, desde el siglo XIII, bajo la Orden de Santiago, capital de la Encomienda de Socovos, de la que dependían Férez y Letur.
Cuando se detengan en Socovos, no dejen de visitar su castillo. Entre las huertas de lo que hoy son las afueras del pueblo y en un cerro, es uno de los pocos que conservan sus paños de murallas almenadas y su torre poligonal construidas por los almohádes, y también la base de su torre del Homenaje cristiana (s. XIII) y dos aljibes. Rodeado de acequias y huertos que albergaron la monumental Noguera del Arco (hoy un tronco seco, caído y carcomido), en las inmediaciones encontrarán la Piedra de los Alcaldes, una enorme peña a la que se atribuyen propiedades mágicas y donde los dos alcaldes que simultáneamente tuvo el pueblo alcanzaban el consenso.
Pegada al castillo, está la iglesia de La Asunción o 'de abajo'. Merece la pena preguntar a los vecinos por el párroco para intentar entrar, y observar el artesonado mudéjar que cubre su única nave y un púlpito plateresco (s. XVI). Construida en 1590, en su frontón aparecen la cruz de la Orden de Santiago y las dos conchas; y, en el lateral que da al pueblo, la de Caravaca, prueba de la histórica vinculación de estas tierras con el Noroeste murciano.
Tras un paseo para disfrutar del rojo pasión de las amapolas, las centenarias moreras e higueras y la red de acequias de antiquísimo origen, suban al coche y viajen hasta Férez -a algo menos de 5 km-. Con 674 habitantes empadronados, esta población pasó, desde tiempos de los visigodos hasta bien avanzado el siglo XIX, a depender de gobernantes de territorio murciano y manchego sucesivamente. Aunque lo más destacado de esta villa es su montañoso entorno, irrigado por cursos de agua de abundantes nacimientos y por el río Segura, en el que desembocan, merece la pena darse un paseo por sus abigarradas calles de tradición islámico-medieval. Levantadas sobre enormes peñas que sirven de cimentación, las casas actuales permanecen distribuidas en calles estrechas y sinuosas, sin salida muchas de ellas, que se convierten en un intrincado laberinto. Les recomiendo que se acerquen a la plaza la Corredera y, subiendo por la calle Santa Ana, entren a la calle la Torre, una estrecha callejuela por la que se accedía a una de las torres de la fortaleza que fue Férez, al parecer, ya en tiempos de los romanos. Otra de estas peculiares calles es la de Cotano, por la que pueden llegar a la plaza de la Iglesia. Allí se levanta la de La Asunción (s. XVI), que fue antes mezquita y luego templo gótico destruido y expoliado en la Guerra Civil y, en los años 60, reformada hasta ser irreconocible. Su pieza más destacada es el órgano del s. XVIII de Joseph Llopis, que se puede visitar ahora en la iglesia nueva.
De vuelta al coche, conducimos hacia el destino final: Letur, declarado Conjunto Histórico Artístico en 1983 por ser el trazado medieval de origen árabe mejor conservado de la provincia de Albacete.
El agua es el hilo conductor de esta villa, antes incluso de entrar en ella. Las fuentes, los remansos del arroyo Letur que se convierten en piscinas naturales en pleno pueblo, las acequias y acueductos que la conducen al interior de la fortaleza amurallada y la distribuyen por las huertas refrescan el ambiente con su ritmo alegre y constante. Su plaza mayor fue el patio de armas del derruido castillo. El trazado de sus calles transporta al visitante al pasado cuando curiosea por las de Albayacín y Portalicos, con sus arcos de medio punto de cantería, tras los que se distribuyen numerosas viviendas. Hay que visitar la iglesia de la Asunción (1528), promovida por la Orden de Santiago y Monumento Nacional desde 1982, de gran belleza; y observar el Ayuntamiento, edificio renacentista que, sorprendentemente, conserva en su fachada una placa con el yugo y las flechas y otorgada por el Patronato Francisco Franco. No dejen de pasear bajo los arcos de Las Moreras, el Pósito y las Ánimas. Visiten la Puerta del Sol, antiguo acceso al conjunto amurallado. Y recorran los miradores de La Molatica, San Sebastián y La Artezuela para disfrutar del entorno y de las vistas. Y cuando caminen por calles como la Cuesta de los Lirios, alcen la mirada y, sobre los riscos que sirvieron para fortificar la ciudad, verán enormes paños de tapial en casas aún habitadas que hablan de un pasado islámico muy presente en este delicioso pueblo.
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