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ALBERTO FRUTOS
Viernes, 8 de diciembre 2017, 02:35
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A estas alturas de la película, todos somos plenamente conscientes de que a Rosendo no le gusta demasiado, por no decir nada de nada, que se le señale como protagonista. Pero a ver quién es el listo que se pone a escribir sobre una de las figuras realmente esenciales de la historia del rock en castellano y, primero, no le tiemblan los dedos al hacerlo, y segundo, y más importante, consigue evitar la subida a los altares, el exceso de halagos, la reverencia de salón y concierto. No importa que su guitarra estuviera al servicio de los esenciales Ñu, que desengrasara la sala de máquinas completa de nuestro país con Leño, en pie, o que lleve componiendo discos incapaces de sacar menos de un notable en esos exámenes a los que el artista casi nunca se presenta, como 'De escalde y trinchera', un trabajo que, siendo el último, suena a principio de absolutamente todo, lo que realmente pesa a la hora de dictar sentencia es que nunca ha mirado a otro lado, que siempre se ha lanzado de lleno al campo de batalla, que ha pasado de Morfeo cuando los laureles interpretaban sus seductores e inevitables cantos de sirena y que, en definitiva, no ha dejado de ser uno de los nuestros en ningún momento. Ni bajo ningún concepto.
Las medallas, claro, le han ido cayendo encima como los años, pero el rockero de Carabanchel, la voz gastada que se hizo mayor en esas calles que siendo de todos ya son solamente suyas, se mantiene al margen de los honores y ceremonias, convencido de que el único triunfo verdadero es el de seguir encontrándose con su público en unas giras marcadas por el siempre imponente lema de 'No hay entradas'. El trato está claro, él no les falla y ellos no le abandonan por el camino de curvas peligrosas en el que toda carrera que se cuente en décadas tiene el peligro de caer. Una ruta a la que se enfrenta en solitario desde que a mediados de la década de los ochenta se declarara 'Loco por incordiar' y que, desde entonces, ha alumbrado destinos tan apasionantes como 'Jugar al gua', 'La tortuga', 'Listos para la reconversión', la magnífica trilogía involuntaria formada por 'Canciones para normales y mero dementes', 'Veo, veo... Mamoneo' y 'Lo malo es... ni darse cuenta', o 'El endémico embustero y el incauto pertinaz', probablemente el disco más completo de su etapa reciente.
En 2017, el ya mencionado 'De escalde y trinchera', nos trae a un Rosendo capaz de alcanzar su mejor versión en temas como 'Que si vengo que si voy', el reggae de 'A pesar', la irresistible 'El túmulo', un tiro de blues clásico al centro de la diana de su directo, o 'Terciopelo herido', balada de guitarra y corazón roto en el que lanza uno de esos dardos infalibles cuando confiesa que el protagonista de esta historia anda por el filo como por su casa. Y ahí resulta inevitable imaginar a Rosendo, agarrado a sus historias y a su humildad a la hora de ser un gigante, haciendo equilibrio de manera ejemplar donde otros solamente alcanzan a ver precipicios. Solamente le seguiremos llevando la contraria cuando continúe negándose a recibir ovaciones unánimes. Porque se las daremos con toda justicia y razón. Y con perdón.
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