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SERGIO GALLEGO
Viernes, 7 de junio 2019, 22:43
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Si no te hablan del restaurante Juego de Bolos como el peculiar sitio que es, posiblemente nadie en su sano juicio pasaría por la puerta a algo más que comprar tabaco, un café o un guiso del día. Además de que el tiempo parece haberse congelado en el interior del local a tenor de la decoración, es que el bar parece más una cantina de un club de la tercera edad que uno de los restaurantes más importantes de Cartagena. Que lo es.
Al entrar al recinto, además de varios campos para jugar a los bolos cartageneros, la terraza techada luce una veintena de mesas desgastadas por la fricción de las fichas de dominó al menearlas. Al entrar, muchas fotografías de clientes anónimos disfrutando de una comida pausada en el propio garito y una de buen tamaño donde aparece Julio Iglesias recibiendo una gorra de manos del cartagenero de pro Tomás Martínez Pagán. Obviamente, una foto con historia a tenor de la cara desencajada que luce el prolífico cantante asentado en Miami quizás tras haber comido y bebido copiosamente.
Dónde: C/ Manuel Wssell de Guimbarda, 44D. (Cartagena)
Tlf . 968 512 360
Horario: cierra domingos noche. Para cenas es imprescindible reservar.
Precio: unos 45 euros por persona.
Mesas con manteles de tela y un trato por parte del servicio de camareros cercano y agradable completan el contexto de un local donde las expectativas de comer bien rozan el nulo. No hay carta ni de vinos ni de comida, por lo que es el camarero quien me va cantando las especialidades de la casa a la par que casi va explicando la receta, los pasos a seguir para llevarlos a cabo en casa, en una muestra indiscutible de la pasión que muestra José Nicolás Alba, el propietario/camarero/cocinero por la gastronomía.
El tomate con aceite es de la variedad flor de baladre, una de las que más tamaño alcanza en la huerta de Murcia. Deliciosas anchoas del Cantábrico y una ensalada murciana -mojete- elaborada con tomates tratados en casa y no sacados de un bote de conserva. Se nota y se agradece el buen intento de hacer de una cosa tan nuestra una delicadeza.
Lo mismo ocurre con las alcachofas y espárragos verdes con lascas de jamón. Ambos han sido tratados y conservados con técnicas culinarias tan básicas como importantes, dejándoles una textura perfecta, y que han dado como resultado la posibilidad de disfrutar de estos productos meses después de que haya terminado su temporada. La alcachofa está muy rica, pero es el espárrago triguero el que se lleva la palma. Lástima el innecesario chorrito de aceite de oliva que ha inundado el plato.
Los dos platos de cuchara son una buena representación de Juego de Bolos. Por un lado, un fabada asturiana con presencia de todas las partes del compango. Muy rica de sabor, aunque la cocción parece haber sido de más tiempo de la deseada y algunas pieles de las habichuelas se han soltado. Por otro lado, un gazpacho manchego de gambas y rape con pimiento rojo, cebolla y champiñón de un gran nivel.
El verdadero resbalón de la tarde es el filete de cherna a la plancha, absolutamente pasado de cocción. Una pena. Para quitarme el mal gusto, lo intento con unos filetes de vaca vieja holandesa sin prácticamente maduración. La carne es tierna como el agua y el sabor puro, elegante y delicado. Matices que las maduraciones han puesto en peligro de extinción. Para terminar, helado de higos secos dentro de una tulipa de barquillo y un asiático como mandan los cánones, que mañana es lunes y ayer llovió.
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