Viene la castaña
ESPEJISMOS ·
Ni el otoño tiene por qué representar la decadencia y la putrefacción ni el decrecimiento el colapso de nuestra civilizaciónQue nos gusta en Murcia un otoño. ¿Sí o qué? Ya, ya sé que es por contraste con los horrores que padecemos en esa estación ... anterior de la que usted me habla, pero da igual. Llega octubre y dejamos de sudar todo el rato. No es necesario correr a refugiarse a alguna parte a mediodía y permanecer allí ocultos hasta el atardecer como si fuéramos vampiros. Por las noches hasta podemos sacar una manguita fina, echarnos una sabanica, subir el ventilador al trastero... Pequeñas cosas que nos alegran el día y puede que hasta hagan brotar alguna lagrimilla de nuestros ojitos tostados. Por eso, cuando en la tele hablan de «se acabó el buen tiempo», o «malas noticias: chubascos», en Murcia nos sentimos como neozelandeses de la vida.
Y es que no, el 'buen tiempo' puede que no sea tan bueno. Ni la lluvia un incordio. Ni el salvaje verano sureño que se nos está quedando con el cambio climático el paraíso en la tierra. Ni el otoño una castaña. El 'blue monday' ese –el tercero de enero– es un día muy gris muy frío muy melancólico y en Murcia empatizamos cien por cien con tu problemática, pero hermano, prueba a quedarte en la 'capi' el puente de agosto a ver qué paisaje emocional te genera.
Como recuerdan Antonio Turiel y Juan Bordera en una excelente publicación reciente ('El otoño de la civilización (y la ruptura de la cadena de suministros)'), detrás de las palabras hay connotaciones, y detrás de estas sistemas heredados de pensamiento, inercias muy complejas de cambiar, pues están enraizadas en nuestros aprendizajes, en nuestra cultura y en nuestras creencias más profundas.
Incluso en Murcia, donde el fin del verano es uno de los momentos más hermosos y placenteros del año, el otoño se nos describe como la estación sin vacaciones, la de la reclusión y el acortamiento de los días, representada simbólicamente por la caída de las hojas (no será a la orilla del Segura) y la floración de los hongos, esos organismos carroñeros. Difuntos, Halloween, Hispanidad y otras celebraciones siniestras se encargan de apuntalar la idea fuerza de que el otoño es un asco. Hasta la deliciosa castaña es sinónimo, en el lenguaje popular, de aburrimiento, y hasta de accidentes de tráfico.
Cuando desde el pensamiento ecologista, siguiendo a Serge Latouche, se propone redimensionar ordenadamente nuestra actividad económica, para adaptarla a los límites del planeta, y se llama a esto 'decrecimiento', la palabra toca nervios, heridas abiertas, tabúes de nuestra forma de pensar, firmemente instalada en el catecismo de que 'crecer' (en acepción única de extraer + consumir) es siempre bueno, y lo contrario nunca.
Y sin embargo, volviendo a Turiel y Bordera (y a Murcia), ni el otoño tiene por qué representar la decadencia y la putrefacción ni el decrecimiento el colapso de nuestra civilización. Ambos conceptos están, claro, muy relacionados simbólicamente, hasta tal punto que ya hay pensadores denominando «otoño civilizatorio» a la fase en que estamos entrando, a merced del agotamiento de los combustibles fósiles y determinadas materias primas. Sí, claro que ya sabéis de qué estoy hablando: en los últimos meses, al aflojarse los rigores de la pandemia, el consumo ha empezado a acelerarse. Para topar inmediatamente con un límite físico, matemático, innegociable: ya no queda combustible, energía ni materias primas baratas para satisfacerlo, el precio del transporte se está disparando y la cadena de suministros está fallando a una escala global. Y no será que no se nos ha advertido. La extracción de crudo tocó techo hace ya dieciséis años, en 2005, y las compañías petrolíferas dejaron de invertir en nuevas formas de hacerla crecer en 2014.
Si llamábamos cénit de la humanidad a ese corto período en que el hiperconsumismo era la prioridad número uno, y no importaba contaminar o depredar la tierra para mantenerlo, entonces sí, la civilización ha entrado en decadencia. Tal vez, después de todo, el problema sea fundamentalmente semántico. Porque igual que octubre tiene sus fans (y en Murcia más), la transición ecológica, las garantías sociales, la economía circular, los transportes públicos y el reparto del trabajo pueden ser el nuevo negro. Encontrar el respaldo mayoritario entre una población que ya está un poco harta de atascos, de respirar mal, de vivir para currar o de ver llenarse de mierda los ecosistemas de su infancia. Molar bastante, aunque no sea, como el otoño murciano, más que por contraste. ¿Y por contraste con qué? Pues pijo, con el castañazo definitivo. Con el colapso que asoma. Con la distopía.
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