La vida loca de Gutiérrez-Solana
NADA ES LO QUE PARECE ·
'La España negra' pasa por ser uno de los libros más raros y originales de la historia de la literatura española del siglo XXNunca he terminado de entender que solo unos pocos se hayan ocupado a fondo de la obra literaria de José Gutiérrez-Solana. Su pintura, aunque a regañadientes, puesta en cuarentena hasta no hace tanto, triunfó, sobre todo, a raíz de su muerte. Pero sin contar con demasiados entusiastas. Alguno de sus contemporáneos, como Ramón Gómez de la Serna, hizo bien poco para que sus libros fuesen tomados en consideración. Ramón, a quien tanto le gustaban los calificativos, llamó «prosa con tropezones» al estilo tan particular de Solana. Sin embargo, 'La España negra', aparecida en 1920, cuando los hombres del 98 estaban en todo su apogeo, pasa por ser uno de los libros más raros y originales de la historia de la literatura española del siglo XX. Unas memorias en donde el pintor y escritor saca los colores a un país anclado en su pasado, supersticioso y fiero, que se oponía al progreso por miedo a las penas del infierno inculcadas por el clero. Creo que es en 'La España negra' en donde Solana da detalles de su visita a la farmacia de un pueblo de Castilla. Allí, en ese local, a la vista de todos los clientes, en recipientes de cristal, el boticario se había entretenido en coleccionar las solitarias (parásitos que viven en el aparato digestivo), conservadas en formol, de los personajes más ilustres de aquel lugarejo: el alcalde, el cura, el practicante, el cacique...
La vida que le tocó en suerte a Gutiérrez-Solana no fue ninguna ganga. Así se entiende que cuando uno de sus biógrafos –creo que fue Sánchez Camargo– le preguntó qué era para él la vida, el artista le respondiera: «¿La vida? Una puñetera mierda». Y no es para menos si reparamos en algunos detalles de su biografía. Cuando tenía tan solo cinco años pudo contemplar el ataúd con los restos de su hermana sobre la mesa de mármol de la casa familiar. El frío de la muerte penetró en su alma con tal profundidad que jamás se apartará de él. Tanto es así, que el doctor López Ibor, que estudió el comportamiento de Solana, llegó a afirmar, a propósito de su pintura, que la máscara, tan repetida en sus cuadros, fue su única defensa contra el vértigo de la angustia y de la náusea.
Para empezar, su padre, don José Tereso, ya fue un hombre excéntrico que terminó refugiándose en el coleccionismo: libros raros, relojes, alfombras, tapices y joyas. A su muerte, su esposa y madre del pintor, comenzó a dar señales de perturbación mental. En la época en la que estuvo a cargo del artista, este la amordazaba para amortiguar sus gritos cuando recibía visitas. Segunda, la hermana de su madre, también había enloquecido tras la muerte accidental de uno de sus hijos. Y por si todo ello fuera poco, su tío Fernando, hermano de su madre, fue encerrado en un manicomio después de haber asaltado la casa de socorro, en donde se hallaba el cuerpo sin vida de su hijo. Finalmente, Luis, uno de los ocho hermanos del propio José Gutiérrez-Solana, volvió completamente loco de su viaje por los Estados Unidos. Su manía consistía en dar vueltas y más vueltas alrededor de un árbol. No es, pues, de extrañar que Solana, heredero de todas estas locuras, se mantuviera soltero hasta el final de sus días, porque tenía verdadero pánico a seguir propagando eternamente la enfermedad. Vivía con su hermano, también soltero, una perra bull terrier, a la que dedicó uno de sus mejores grabados, y la criada.
Cuando en 1999 realicé la edición crítica de su única novela, 'Florencio Cornejo', anduve un tiempo a la búsqueda de sus posibles herederos para resolver todo lo relacionado con los derechos de autor. Uno de sus estudiosos, Pepe Esteban, muy puesto en cuestiones jurídicas y sucesorias entre los escritores, me lo dejó bien claro: «Tú pon a los herederos, por si acaso. Pero que sepas que, al final de su vida, sus cuadros y sus pertenencias pasaron a manos de la criada de la casa. Al domingo siguiente, la buena mujer lo llevó todo al rastro de Madrid y lo malvendió por cuatro perras».