En un mes largo de lluvias –y seguro que no soy el único– he descubierto goteras que ni sabía que tenía. Pero que no se ... diga que no soy un hombre de mi casa: he visto unos 'youtubes' y me he puesto manos a la obra. Primero se me acabaron los 'tupper' para recoger agua, luego decidí coger el toro por los cuernos y saqué la cinta americana. Y así me he tirado toda la temporada del monzón murciano esta que hemos vivido. Dudando entre llamar al seguro o poner un arrozal en el salón.
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Sí, lo reconozco: no soy normal. No sé ni colgar un cuadro. Tapo goteras con cinta americana. Pero ey. Podría ser peor. Podría andar por ahí diciendo que la solución a la actual crisis de inflación es bajar impuestos, que es una idea que tú la oyes y te preguntas cómo consigue esa persona atarse los zapatos por las mañanas, pero luego miras y no: zapatos caros, correctamente atados, traje bien y cargo en alguna organización de las derechas.
La economía está hecha un solar. A la resaca pandémica se unen la crisis de suministros y la guerra en Ucrania. Los precios de la energía baten récords todos los días y, lo impensable hace apenas dos telediarios (bloquear los fondos soberanos de Rusia, sacarla del sistema SWIFT, confiscar los bienes de algunos de sus multimillonarios, reconciliarnos con Maduro, topar los precios del gas o hasta nacionalizar –sí, nacionalizar– la filial germana de Gazprom, como acaba de hacer Alemania), ya no llega ni a las portadas. Las portadas están ocupadas, en parte, por declaraciones de esos señores con los zapatos milagrosamente bien atados. Confirmamos. La matraca de moda son los impuestos. Bajarlos es tan efectivo contra la estanflación como un rollo de cinta americana contra las goteras de mi casa, pero nos sirve para intentar que parezca que sabemos lo que hacemos. En ambos casos, sale mal.
¿O sale bien? Con el barril Brent casi un 40% más caro que a principios de año, buscar la solución en bajar impuestos nacionales no parece de tener muchas luces, pero, ¿y si el objetivo no fuera exactamente solucionar nada? A diferencia de otros partidos europeos de extrema derecha, como la Lega italiana o el húngaro Fidesz, más proteccionistas, los ultras españoles han importado casi literalmente el radical argumentario antifiscal estadounidense. El Gobierno (no el Estado) te roba con los impuestos, y luego reparte el botín entre sus amiguetes, que según el día pueden ser las feministas, los ecologistas, los catalanes o los sindicatos. Como 'Reservoir Dogs' pero con el BOE, vamos. El disco rayado contra los impuestos es una grieta por la que gotea (perdón por la obsesión) victimismo a palangana llena. Y votos.
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El truco del almendruco de la nueva ultraderecha global reside precisamente en eso: en avivar el despecho de los ofendiditos por los ofendiditos, en fabricar víctimas del victimismo. Funciona porque toca un resorte que todos llevamos dentro: el malestar de una vida estándar en la maraña de mecanismos de control de las sociedades contemporáneas. Pocos deseos más intensos en Occidente a principios del siglo XXI que el de la emancipación. De la precariedad, del aburrimiento, de obligatorios y prohibidos, de ser un número, de dejarnos la vida en el tráfico. Qué quedaría del márketing sin apelar a estas pulsiones. O de las derechas. Tanto les gusta la libertad que les da igual que venga con o sin ira. O que la gente les pida otra cosa: cuando el campo y el transporte demandan un poquito de 'comunismo' (regulación de precios, subvenciones directas, vigilancia de la competencia), ellos agarran el micro para ofrecerles lo contrario: 'libertad' en forma de rebajas de impuestos. Así, sin reírse. Mientras, tras el estrado, un sufrido asesor les ata discretamente los zapatos.
Por supuesto, en el mismo programa 'liberal' hay mano dura para casi todos los demás, desde los migrantes hasta la sanidad pública, pasando por el Ingreso Mínimo Vital. La misma gente que salió a liarla durante el estado de alarma por los barrios pijos de Madrid, porque les incomodaba verse forzados a ponerse la mascarilla, defiende el servicio militar obligatorio para los jóvenes. Detrás, siempre el mismo partido, rascando voto de todas partes, excepto de la salud mental. No sé qué de que España necesita un capitán que ponga orden. Uno con barba, pongamos. Que dirige un partido con tres letritas y un 65% (casi diez millones de euros) de subvenciones públicas. Que solo ha trabajado fuera de la política dos años, los que tardó su bar de Vitoria en suspender pagos. Y que se escaqueó de la mili –que ahora exige– pidiendo prórrogas. Quedaría yo más creíble presentando 'Bricomanía'.
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