Verdades y mentiras sobre Galdós
Acaba de cumplirse, sin mayores fastos ni grandes celebraciones, el primer centenario de la muerte de Pérez Galdós. Fue, sin la menor duda, el mejor novelista español de todos los tiempos. Dejando a un lado a Cervantes, con permiso de Pío Baroja y, también, de su contemporáneo Alas Clarín, cuya 'Regenta' es capaz de competir con la 'Fortunata y Jacinta' del escritor canario afincado en Madrid.
De Galdós se han contando muchas mentiras, demasiadas anécdotas apócrifas que se le han ido ocurriendo a la gente. Como ya sucedió, siglos atrás, con Quevedo, a quien le atribuyeron tantos poemas como, en realidad, había escrito. El apodo de 'garbancero' con el que adornaron su nombre los escritores de la generación siguiente, los del 98, cae por su propio peso si repasamos las casi dos mil páginas de las memorias de don Pío, el hombre que no tuvo piedad ni siquiera con sus propios amigos, como Unamuno o Azorín, al que dejó en evidencia y ridiculizó en más de una ocasión. Baroja, en su libro de memorias titulado 'Desde la última vuelta del camino' habla con cierto respeto y consideración del autor de 'Doña perfecta'. Y, así, declara que Galdós fue «uno de los escritores que me mostró más simpatía»; si bien, justo unas líneas después, lo califica de hombre «un poco lioso y hasta trapacero». Baroja no hubiera llegado a ser Baroja sin Galdós, a quien tanto le debe. Ni casi ninguno de los novelistas que vinieron después, incluidos los que ahora escriben y publican en el siglo XXI.
No consiguió el premio Nobel de literatura porque tuvo la mala fortuna de nacer en un país en donde no se perdona el tener éxito y, mucho menos, ser inteligente. Uno de sus biógrafos, Ortiz-Armengol, habla de esa división que se produjo en España entre quienes denunciaron a Galdós ante la Academia Sueca por sus ideas republicanas y su anticlericalismo (la Real Academia de la Lengua, incluida), y esos otros que, aun siendo monárquicos y de derechas, como el Conde de Romanones, apoyaron la candidatura de un perplejo don Benito que miraba no tanto por la fama como por las doscientas mil pesetas con las que estaba dotado el suculento galardón. Para compensar el agravio, hay quien propuso que el propio Gobierno sacara a la luz una gran edición de los 'Episodios' y que se fabricaran billetes del Banco de España con la imagen de Galdós, obsequiándole con una parte de la emisión.
Pocos escritores como Galdós han sido autores de, al menos, una docena de obras maestras, desde su 'Fortunata y Jacinta' hasta su deliciosa 'Miau', pasando por 'Marianela', 'Misericordia', 'Trafalgar', 'El amigo manso', 'Doña perfecta' y 'La desheredada', novela en la que, en su día, subraye con lápiz rojo esa frase que dice: «Haz lo posible por distinguirte de los demás sin humillar a nadie».
Pero sobre don Benito también hay anécdotas y datos rigurosamente ciertos. Como lo que sucedió justo minutos antes de expirar, el 4 de enero de 1920, postrado en su lecho de muerte. Cuando ya parecían haberse sellado sus labios para siempre, Galdós sacó fuerzas de flaqueza y, con su adelgazada voz de moribundo, comenzó a llamar al doctor Centeno, que no es sino uno de sus más queridos personajes que pulula por varios de sus relatos. De igual modo, cuando en sus últimos años se quedó completamente ciego y se le erigió un monumento en el Retiro, don Benito, ya en las últimas, pidió ayuda a quienes había a su alrededor para que lo auparan y, así, poder tocar, con sus propias manos, el mármol en donde se representaba su figura.
Tampoco es cierto que su muerte pasara inadvertida en España y que hubiera despego e indiferencia por parte de las autoridades de entonces. Sus restos fueron expuestos al público en el Patio de Cristales del Ayuntamiento de Madrid. Todos los teatros de la capital de España pusieron el cartel de 'No hay función'; y más de treinta mil personas despidieron a este personaje que le dijo adiós al mundo a los setenta y seis años de edad.