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Antes que el verbo

ALGO QUE DECIR ·

Una buena parte de nuestras existencias y de nuestros sueños de escritores en ciernes pasarán con Expo Libro a mejor vida

Miércoles, 9 de diciembre 2020, 01:11

Uno empieza a estar ya en la edad de las despedidas, de las clausuras y de los cierres; desaparecen los viejos negocios del centro de Murcia ante la indiferencia de las nuevas generaciones, cafeterías donde recitamos los primeros y torpes versos con el temblor de los nervios en la voz vacilante, o donde pronunciamos nuestras primeras palabras de amor mientras empezábamos la aventura incierta de una carrera universitaria y por la noche osábamos emborronar (pues todavía no había ordenadores) un viejo cuaderno con versos que por fortuna nunca vieron la luz.

Antes que el verbo, en el principio estuvo, al menos para mí y para un puñado de amigos, la librería Expo Libro de Diego Marín y su máximo sacerdote, Alfonso. Íbamos y veníamos de ese local a ese local y durante muchas horas permanecimos dentro, ojeando y hojeando libros y libros mientras espiábamos con devoción a Pedro y a Eloy departiendo como viejos y sabios amigos sobre un poyete con libros junto a uno de los amplios escaparates de la librería. Compramos muchos, es verdad, pero tuvimos acceso a muchos más, nos citamos junto a sus mesas exhibidoras, rebuscamos viejas ediciones y títulos casi desaparecidos y encontramos en muchas ocasiones auténticos tesoros literarios.

Y un día vimos con asombro y orgullo nuestro primer libro expuesto en sus anaqueles, mimado por el hombre que regentaba la tienda con clase, con inteligencia y con humanidad. De hecho ha sido imposible para nadie que la haya visitado media docena de veces desasirse de la certeza de que Alfonso sería un amigo para siempre y de que no volveríamos a conocer a un librero con más vocación y más capacidad de trabajo y más gracia heterodoxa para convertir un templo del libro, demasiado severo en ocasiones, demasiado circunspecto, en un verdadero círculo de amigos para la cultura.

Y, por supuesto, en una estafeta de correos, donde todos hemos dejado libros, sobres y notas diversas para otra mucha gente en un intercambio constante que ha terminado por convertir a la librería en un lugar de encuentro inexcusable donde en ocasiones hervía la sustancia literaria de esta parte del Mediterráneo hasta cuajar en una salsa prolija y bien aderezada en la que muchos parecemos sumidos todavía hoy.

Que se cierre una librería no puede ser nunca una buena noticia, pero si esa librería es Expo Libro, tiene uno la impresión sombría de que una parte fundamental de la ciudad de Murcia se ha marchado a mejor vida y de que cada vez que salga en busca de la entraña de sus calles y de sus avenidas, de su perfume íntimo, de ese misterio que una ciudad como esta guarda celosa durante todo el año, no encontrará las puertas francas de un auténtico palacio del libro ni a su fiel caballero guardando la fortaleza, porque nos han hurtado un territorio de nuestra memoria de lectores y de escritores y nos hemos quedado en la intemperie, pegados a sus escaparates mientras continuamos observando con interés y emoción los últimos títulos de nuestros escritores preferidos o nuestra última obra recién salida de la imprenta. Lustros y décadas de ilusión quedarán clausurados cuando se cierren definitivamente sus puertas, aunque el espíritu de los viejos amigos, la magia de versos, novelas y relatos quedarán por muchos años en sus rincones vacíos y algunos amigos ya idos, como mi buen hermano José, seguirán esperándome los sábados por la mañana para departir, adquirir algún volumen y pasear hasta la hora de la comida por los alrededores.

Una buena parte de nuestras existencias y de nuestros sueños de escritores en ciernes pasarán con Expo Libro a mejor vida.

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