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Fotografía: Pepe H. Tipografía: Nacho Rodríguez
EL VERANO

EL VERANO

Un día cualquiera -hoy, por ejemplo, este domingo de julio-, reconoces que tienes suerte

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Lunes, 16 de julio 2018, 23:58

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Imagíneselo: te enamoras o tienes la suerte de seguir estándolo, quieres a alguien, y la vida te cambia, muda su piel. La vida es mejor así: más alegre, más de carne y hueso, más sonriente, más digestiva, menos desapacible; o sea: más vida. Eso, claro, suponiendo que coincidan dos hechos que no siempre cabalgan juntos: que también a ti te quiera quien tú quieres; que el flechazo sea mutuo. Cuando eso pasa -y para que suceda no hay límite de edad-, es genial; de lo contrario, ya sabe usted lo que toca: vaya teniendo a mano el pañuelo o el clínex o incluso la propia mano, marque el número de, por ejemplo, su mejor amiga y pídale auxilio o socorro o paciencia, dispóngase a beberse hasta el alcohol de los floreros, rece para que no le dé por cantar sin parar 'Penélope', de Serrat -o el tema que sea, que destrozará igualmente-, y pruebe suerte de nuevo cuando levante cabeza.

Quieres a alguien y la vida es otra cosa: menos áspera, más agradable, mucho más de andar por casa, menos irritante, más seductora, menos coñazo, más parecida a lo que tú habías soñado; eso es: más vida. Y resulta que, como quieres a alguien, y resulta también que esa persona te quiere a ti -sin que vayamos a entrar ahora en cómo es posible eso sin estar mal de la cabeza-, te vas liando, contento pero liado, y acaba llegando el fruto con mocos de vuestra vida en común: el primer hijo, que de nuevo da sentido a todo y con el que multiplicas la Tierra, que ésta sí que está, por cierto, hecha un lío del demonio. Y a tu primer hijo, unos le ven cara de relámpago, otros brazos de hojarasca y otros dicen que llora con la fuerza de la cólera de Aquiles, pero a ti lo que de verdad te parece que es, cuando lo miras y te quedas con cara de bobo a lo Rojas Zorrilla, es un milagro; con hambre y no siempre con un pan debajo del brazo, pero un milagro.

Quieres a alguien, quieres a tus hijos, quieres a tus padres -que siempre están ahí, en carne y hueso o adheridos para siempre a tu corazón-, quieres a tus amigos -a los que llamas para llorarles tus penas de amor-, quieres incluso a alguna de la gente que te rodea, y oye: qué bien se está cuando se está bien, que es una frase que decía como nadie Paco Rabal. Las penas con pan artesanal son menos, y la vida sin que te quieran es como un látigo. ¡Coño, pues haced algo para que así sea, que queremos que nos lo regalen todo!

Quieres a tu pareja -a tu mujer, a tu marido, a tu compañera, a tu compañero- y todo cambia: el invierno es más soportable y el verano te lo bebes bien frío. Y puede que la quieras sin que muchas veces encuentres las palabras para dejarle claro lo importante que es para ti, o que seas capaz de transportarla con tus besos, influenciado por nuestros grandes místicos, a «la noche sosegada, en par de los levantes de la aurora», la «música callada» o la «soledad sonora». El caso es que se quede con ganas de más.

Quieres a alguien, tienes una familia que te quiere, tienes buenos amigos con los que sabes que podrás contar siempre, e incluso llegas a tener varios hijos; hijos que se han enamorado y que son correspondidos, hijos que un día querrían también ser padres. Y tienes a tus abuelos hechos un sol -apagándose, sí, pero un sol-, tienes unos buenos vecinos, tienes a mano el pan nuestro de cada día, la orilla de la playa, un perro fiel, una jefa justa, el médico de cabecera más humano de todo el centro de salud; tienes a tu confitero de toda la vida, al cartero más eficaz, a las compañeras de colegio a las que sigues viendo, a los profesores de los niños, a su canguro Ismael; y tienes a gente a la que por nada del mundo querrías perder de vista.

Quieres a la gente, pero nadie es eterno, nadie está para siempre a salvo, nadie conoce su futuro, nadie es de piedra, nadie sabe cuándo se está despidiendo por última vez, nadie sabe la velocidad a la que dejará este mundo, nadie merece morir tan joven, ni embarazada, ni sin haber cumplido su sueño de ser en el futuro el médico más humano de un centro de salud; nadie sabe si está cogiendo el último tren de su vida, el tren equivocado, el tren del terror, el tren que se hará polvo, se convertirá en llamas y dejará las vías cubiertas de cadáveres, dolor, rabia, amores rotos, reencuentros en el aire. Así es: te enamoras o sigues estándolo, quieres a alguien, y la vida te cambia, muda su piel. Y, un día cualquiera -hoy, por ejemplo, este domingo de julio-, reconoces que tienes suerte. Estás vivo, estás ilusionado, con expectativas; quieres descansar, disfrutar un poco, estar con gente querida que te quiere, seguir viviendo.

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