¿Quo vadis universidad?

La concreta traducción de los ideales de Bolonia a nuestro país ha comportado reformas que pueden degradar nuestra universidad

Domingo, 18 de abril 2021, 09:35

En el lejano 1988, rectores de distintas universidades firmaron en Bolonia la Magna Charta Universitatum que sintetizaba los pilares sobre los que se debía levantar ... la universidad. Una década después, la Declaración de Bolonia abrió las puertas a la creación de un Espacio Europeo de Educación Superior, que diseñó un esquema común que facilita la movilidad y la cooperación entre universitarios en Europa. La adaptación a este nuevo modelo sumió a las universidades españolas en un proceso de reformas muy intensas, en particular hasta 2010, pero que todavía sigue abierto.

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Transcurridos más de diez años, creo que se puede hacer balance. Sin lugar a dudas, hoy vivimos en una universidad más integrada a nivel europeo y tenemos una mayor cultura de la evaluación externa. Ambas son buenas noticias. Hay agencias independientes de evaluación de la actividad académica. Nuestros alumnos con sus Erasmus conocen otros países, saliendo de su entorno de confort, y cada vez es mayor la oferta de títulos conjuntos. También los profesores colaboramos en proyectos de investigación que superan fronteras y hacemos estancias docentes e investigadoras en otras universidades. Y hay proyectos para avanzar en la interconexión, casi fusión, de universidades europeas.

Sin embargo, estas dinámicas europeas contrastan con la profusa fragmentación provinciana del sistema universitario español, con altas dosis de endogamia, el cual mantiene barreras que dificultan la movilidad, especialmente del profesorado. Amén de que los sistemas de evaluación en ocasiones se satisfacen con retóricas vacuas y formalismos, y fomentan currículos prefabricados, con méritos al peso. Además, la concreta traducción de los ideales de Bolonia a nuestro país ha comportado reformas que, a mi entender, pueden degradar nuestra universidad. Fue lo que, en su día, siendo representante estudiantil, califiqué como la adaptación a Bolonia 'hispánico modo'. Algunas de estas reformas tienen ya difícil vuelta atrás, pero otras están todavía en proceso de perpetrarse, por lo que quizá podrían evitarse. Entre las ya consolidadas, un grave error de nuestra adaptación a Bolonia, que no se ha dado en otros países, fue optar por un modelo de 4 años (grado) + 1 (máster), que ha llevado a la degradación de las viejas licenciaturas y a la hipertrofia de las antiguas diplomaturas. Quedando los másteres como un complemento formativo necesario, lejos de una especialización seria, pero más caros que la matrícula de un grado. En relación con la estructura universitaria, este error se ha trasladado con la desaparición de las antiguas escuelas universitarias para ser ahora facultades. La diferenciación creo que tenía sentido.

Para colmo, han ido apareciendo nuevos grados hiperespecializados y algunos más propios de una FP. En mi opinión, los grados tendrían que ofrecer una formación general, con asignaturas básicas comunes al área de conocimiento, abriéndose a una progresiva especialización. Por ejemplo, Marketing o Criminología tienen más sentido como máster que como grado.

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En cuanto a las reformas que se van implantando poco a poco, debemos destacar las que se proyectan sobre la docencia y el profesorado. El Plan Bolonia, en España, ha servido para que hayan penetrado en la universidad ciertos dogmas pedagógicos que desprecian el conocimiento, precisamente aquello que da sentido a esta. Ello se traduce en sistemas de evaluación del profesorado donde el paradigma de buen profesor es el que 'gamifica' y hace cursillos de pinta y colorea. Quien quiera estudiar y preparar materiales para sus alumnos, que lo haga en su tiempo libre.

Y la última batalla que se va a librar es la de la selección del profesorado. Algún sindicato propone valorar más la docencia (medida al peso), en detrimento de los méritos de formación o de investigación. Eso implica premiar a quienes lleven años dando clases (sean buenas o malas), dejando en peor posición a aquellos, normalmente jóvenes, que se han esforzado en desarrollar carreras académicas de excelencia, con estancias de investigación, becas de prestigio, publicaciones, etc.

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En fin, ante la pregunta de cuál queremos que sea el rumbo de la universidad, quizá sigan siendo un buen punto de partida las reflexiones que nos dejó Ortega en 'Misión de la Universidad': una universidad que forme a jóvenes en una disciplina científica que les ayude a ejercer una profesión pero, sobre todo, que moldee ciudadanos críticos, en lugar de esos «nuevos bárbaros», doctos en sus especialidades pero incultos; una universidad que cultive y transmita conocimiento; una universidad que sea un «poder espiritual» que dé serenidad y rigor en este mundo frenético y líquido.

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