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El último bandolero

Nada es lo que parece ·

En su tumba nunca faltan flores; y unas cuantas monedas para que su espíritu deje en paz a los vivos

Viernes, 21 de agosto 2020, 05:05

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La escena no es en absoluto apócrifa. Ni se la inventó ningún escritor para adornar la página de uno de sus libros. Sucedió como aquí se cuenta. Don José Ortega Munilla, padre del conocido filósofo español Ortega y Gasset, encargó una serie de reportajes para el diario 'El Imparcial', que él mismo dirigía, con el propósito de conmemorar el tercer centenario de la publicación del primer 'Quijote'. Fue, por lo tanto, en 1905. La entrevista fue rápida. José Martínez Ruiz, que luego sería conocido por el pseudónimo de Azorín en recuerdo de su familia yeclana, treintañero prometedor, tanto en el periodismo como en la literatura, acudió al despacho de Ortega Munilla para considerar las condiciones de su trabajo. Después de llegar a un acuerdo, el director de 'El Imparcial' puso en las manos del noventayochista un sobre con unos cuantos billetes con los que cubrir todos los gastos: viajes en tren o en vehículo de caballerías, comida y alojamiento en casas de huéspedes y mesones de lugares como Puerto Lápice, Argamasilla de Alba o Criptana. Poco después, cuando ya estaba todo hablado, Ortega metió la mano en un cajón y sacó un revólver que, una vez sobre la mesa, empujó hacia Azorín. La expresión del autor de 'La voluntad', que, por entonces, ya tenía fama de pusilánime, debió de ser de perplejidad, como si fuera el protagonista de un drama romántico. Ortega no tuvo más remedio que explicarle el motivo de su determinación: «No le extrañe a usted, no sabemos lo que puede pasar. Va usted a viajar solo por campos y montañas. Y ahí tiene usted ese chisme, por lo que pueda tronar». Que se sepa, Azorín nunca tuvo necesidad de recurrir al arma, pero, en el fondo, debió de sentirse mucho más seguro en su ruta quijotesca.

Por entonces, justo por los territorios de La Mancha, en las sierras que unen esta zona con Andalucía, un tipo llamado Francisco Ríos González, más conocido como El Pernales, hacía de las suyas. Fue, según ha quedado reflejado en los anales de la Historia, el último bandolero. De ahí su fama póstuma. El Pernales no era, en cualquier caso, trigo limpio. Aunque solo vivió veintiocho años, sus detractores cuentan que se trataba de un personaje violento y cruel, incluso con su propia familia, a cuya esposa e hijas propinaba continuas palizas y a las que les ponía monedas al rojo vivo sobre la piel. Sin embargo, otra importante facción del pueblo enalteció su figura y lo consideró un bandolero honrado y valiente que tenía por costumbre asaltar y secuestrar a los más pudientes, a los caciques de la época, para obtener unos beneficios que luego repartía entre los humildes y necesitados. Una especie de Robin Hood en versión rural y española. Sus gestas llegaron a merecer romances y coplas que han trascendido gracias a las interpretaciones realizadas por grupos como Nuevo Mester de Juglaría o por el antropólogo y músico Manolo Luna.

El Pernales fue abatido por la guardia civil -un teniente, acompañado de varios de sus hombres- un 31 de agosto de 1907 en las inmediaciones de la Sierra de Alcaraz, mientras almorzaba a la sombra de un olivo en compañía de su amigo y socio de tropelías El Niño del Arahal, que también resultó muerto a la edad de 26 años. Sus cuerpos fueron conducidos hasta la Plaza Mayor de Alcaraz para ser reconocidos y, también, para que sirviera de lección y escarmiento a quienes los contemplaban. Ambos serían enterrados cerca del cementerio de la localidad, fuera del recinto sagrado. Pero, con la posterior ampliación del camposanto, quedaron unidos al resto de los muertos. En su tumba nunca faltan flores; y unas cuantas monedas para que su espíritu deje en paz a los vivos. La muerte de El Pernales sigue suscitando una encendida polémica entre los vecinos de la zona. Algunos han oído contar, de boca de sus abuelos, que, en realidad, le dispararon por la espalda, a quemarropa, sin darle la oportunidad de defenderse.

Se habla, además, de que está próxima a ser publicada una biografía definitiva del personaje. Se trata de alguien que ha estado analizando la figura de El Pernales desde hace décadas y que está dispuesto a contar, con pelos y señales, toda la verdad sobre el último bandolero. Pero, ni aun así, me temo, se podrá poner coto a la mitificación del personaje. Es como atrapar a un fantasma. Y ni los historiadores ni los estudiosos pueden poner límites a una leyenda que ya ha pasado a formar parte de la sabiduría popular.

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