Para una tumba sin nombre

NADA ES LO QUE PARECE ·

López de Abiada consiguió que la lengua y la literatura española adquirieran una insospechada importancia fuera, incluso, de los ambientes universitarios

Viernes, 18 de febrero 2022, 02:24

Hace algunos años, José Manuel López de Abiada, que fue catedrático de Literatura Española en la Universidad de Berna durante casi cuatro décadas, al margen ... de reputado hispanista de fama internacional, cuando me relataba algunos sucesos acaecidos en su tierra montañesa durante su infancia, me contó una de las historias más entrañables que yo haya escuchado jamás. Una anciana de su pueblo, ubicado casi en medio del bosque, a varios kilómetros de Torrelavega, iba caminando por una estrecha senda cuando oyó pasos a su espalda. Como no era frecuente encontrarse por esos lugares con otras personas, decidió no darle importancia y seguir adelante. El ruido, cada vez más cercano, y el estrépito del aliento de su perseguidor propiciaron que la señora, por fin, mirara hacia atrás. Y se encontró con un enorme oso a escasos metros de donde se hallaba. La mujer, considerando a la fiera como un vecino más del entorno, sin miedo alguno, se dirigió al oso y, con cariño y voz templada, le dijo: «Pasa, hijo, pasa», sin tener que lamentar el menor incidente.

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José Manuel murió hace unas semanas. Fue una de las personas en las que más fielmente vi reflejadas las ansias de superación. Un ejemplo para todos por su extraordinaria solidaridad y su buen corazón. Su padre, cuando apenas había cumplido los diez años, decidió sacarlo de la escuela y ponerlo a trabajar en el campo y el ganado. Después, cuando ya era casi un hombre, continuó sus estudios, acabó su carrera y se marchó a Suiza en donde, para poder concluir su formación, tuvo que ejercer, incluso, de taxista. Una vez instalado en Berna, donde llegó a ser un personaje conocido y admirado, se dedicó, en sus ratos de ocio, a ayudar a los emigrantes españoles que llegaban a Suiza, sin conocer la lengua ni las costumbres del país. Se integró por completo en aquella sociedad, consiguió su cátedra de Literatura Española, se casó con una lugareña y tuvo dos hijos. Pero nunca renunció a sus orígenes ni a España. Los fines de semana abandonaba Berna, se reunía con su familia, instalada en el sur de Suiza, en la frontera con tierras italianas, y se empleaba a fondo en la agricultura y se entretenía con sus dos o tres vacas.

En un ambiente poco propicio para ello por la influencia de la cultura alemana, López de Abiada consiguió que la lengua y la literatura española adquirieran una insospechada importancia fuera, incluso, de los ambientes universitarios. Conocí a muchos de sus entusiastas discípulos y participé en seminarios y cursos en donde era frecuente escuchar los nombres de Cervantes, Quevedo, Cela, Delibes, Javier Marías, Luis Landero y Pérez-Reverte, del que fue uno de los mayores especialistas en todo el mundo.

En el que supuso nuestro último encuentro, unos años antes de la pandemia, acudimos a uno de los cementerios de Zúrich para visitar la tumba de James Joyce, al que le rendimos merecidos honores. Un lugar repleto de flores y rodeado de árboles en medio de unas montañas que, probablemente, le recordarían las de su propia tierra. Cerca ya de cumplir los ochenta, tenía la idea de regresar al lugar de sus ancestros y, como en el celebrado poema de Gil de Biedma, vivir como un noble arruinado entre las ruinas de su inteligencia. Como en la novela de Juan Carlos Onetti, 'Para una tumba sin nombre', aspiraba a cambiar en victoria algunas de sus derrotas cotidianas.

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Una parte de sus restos han quedado esparcidos en el Bosque de las Cenizas de la ciudad de Zúrich, su última morada. El resto será llevado a su pueblo natal en donde aún habitan osos descendientes de aquel hermoso ejemplar que, dejando a un lado sus instintos, supo seguir su camino sin molestar ni hacer daño a nadie.

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