¡Oh, pulpo mío!
Los octópodos son capaces de sufrir dolor y sufrimiento, según las evidencias científicas
Hace meses que no me topo con un pulpo. En el mar, digo, porque cocinado con laurel, pimienta en grano, cerveza de la rubia y ... presentado en bandeja de aluminio sigue siendo en mi tierra el rey de bares y aperitivos. Yo hace años que dejé de comerlos, qué tristeza imaginarlos achicharrados en la olla después de haberlos visto nadar a toda pastilla frente a la casa de la playa en la que ahora vivo. Sí, amo a los pulpos y no solo porque sea el más inteligente de todos los invertebrados, además de uno de los más singulares y longevos que habitan el fondo marino, es que alucino con su capacidad para pasar desapercibido copiando del entorno colores, formas e incluso texturas y desprenderse de uno de sus brazos si algo lo ataca para regenerarlo después sin pegas y daño alguno. Ni qué decirles de su mandíbula en forma de pico con la que asestar dolorosos mordiscos, el cuerpo blando para colarse por pequeñas grietas y hendiduras y de los chorros de tinta cuando va en huida.
«Oscuro dios de las profundidades», no monstruo sino «joya carnal de viscoso vértigo y belleza nocturna», como lo llamó el mexicano José Emilio Pacheco. Neruda se preguntó cuánto medía el pulpo negro que oscureció la paz del día, ese cefalópodo de cabeza bulbosa, tres corazones, sordo como una tapia pero de grandes ojos capaz de distinguir formas y colores que me tiene loca perdida. Sí, amo a los pulpos y por eso desde aquí quiero expresar mi más absoluto rechazo a la que sería la primera granja de estos invertebrados en el mundo que Nueva Pescanova pretende abrir en Las Palmas de Gran Canaria para frenar la sobreexplotación de los caladeros y responder a una demanda que crece día a día. Eso dicen y yo me pregunto: ¿vale todo para satisfacer nuestro desenfrenado consumo? Claro que no y les comparto unos datos del citado proyecto para que reflexionen sobre lo que les digo: los pulpos tendrían que vivir en unos 1.000 tanques comunitarios de agua con luz artificial y compartiendo entre 10 y 15 individuos cada metro cúbico. Dicen los expertos que en espacios abarrotados pueden volverse muy agresivos. Pero es que además existen evidencias científicas que demuestran que los octópodos son capaces de sentir dolor y sufrimiento y que para su desarrollo necesitan estímulos cognitivos.
65 millones de inversión para criar al año un millón de pulpos. Y mientras la multinacional espera la validación de impacto ambiental hay una campaña de firmas para solicitar de la Unión Europea una ley que prohíba su cría en granjas marinas. Ojalá se consiga y dejemos vivir en paz a los pulpos.
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