Hoy, las ciudades y pueblos habrán aparecido con caretos, siglas y eslóganes. Comienza el tiempo oficial de campaña electoral (el tiempo real dura todo el ... año) y, con ella, la proliferación de mensajes en busca del voto, cuyo valor es lo único que verdaderamente iguala a los ciudadanos mayores de edad. Tenemos, pues, dos semanas para sentirnos importantes si no fuera porque, al día siguiente de las urnas, probablemente seamos ignorados y nos apene, otra vez, la cantidad de promesas incumplidas.
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Aunque los espacios informativos, o pseudoinformativos, dediquen tiempo, texto, imágenes y sitio preferente a contarnos lo que dicen los políticos, cada vez parece más cierto que la vida súbdita va por un camino muy distinto al de los gobernantes al uso, es decir, los que un día sí y otro también aparecen en los medios de comunicación, enredados en su círculo vicioso de lenguaje estereotipado. Menos aún me gusta la frecuencia con la que la cansina jerga de quienes gobiernan es idéntica a la que expresan quienes aspiran a gobernar. De ahí la desconfianza para el voto indeciso que buscan, el voto de los no convencidos.
Cuarenta y seis años después de las primeras elecciones democráticas, se constata que en el principio fue la expectación, le siguió la ilusión, apareció la decepción, se extendió el escepticismo nihilista ('todos son iguales') y a lo último, y más preocupante, es la desvinculación. Por lo dañino que finalmente resulta para una sana convivencia, alarma un tanto la falta de nexo entre la ciudadanía y sus gobernantes.
Llegado el tiempo electoral, el tiempo que utilizan los políticos para prometer, no creo que la propaganda ni el radicalismo al que conduce sean medicina adecuada para curar el desapego entre ciudadano y gobernante. Todo lo contrario. Pero sí podría valer el 'escepticismo moderado' al que se refiere el centenario filósofo argentino Mario Bunge, desaparecido en el inicio de la pandemia. La actualidad política no parece proclive a la sensatez, pero antes de que se ajen los carteles recién puestos, quizá el 'escepticismo moderado' al que se refiere Bunge sirva para combatir el confusionismo deliberado, es decir, el engaño, de proponernos su propaganda como información veraz.
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Exceptuando a los convencidos por unas siglas, o a los interesadamente inclinados hacia las mismas, el buen demócrata no obedece a ciegas, sino que examina, pondera y, al final, decide.
Abrazos.
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