El huerto que cultivo
Cuando uno llega a cierta edad, compite contra el escenario de la realidad
Pasado el jaleo electoral anterior, sobreviene la batahola permanente de los políticos al uso, cuyas oscuras y confusas semillas germinan de un día para otro. ... Me pregunto si no hay manera de adecentar este sinuoso huerto de actitudes cerriles y vacuas palabras que contienen o conducen al enfrentamiento y al odio. Parece que no. No se deja ver la forma de que oigas, veas o leas el continuado desastre que emiten los noticiarios. Si todavía perdurara la costumbre salvaje de matar al mensajero que portaba malas noticias, no existirían medios de comunicación modernos, incluidas las tan en boga redes sociales.
Cuando uno tiene cierta edad, que en el caso del arriba firmante es una edad cierta, intenta sobrellevar las plepas con resignación interna y con alegría externa. Y no tanto porque quiera aparentar una rancia hombría sino porque la queja no quita el dolor y sí aporta sufrimiento a quienes te acompañan. Ellos no la padecen ni tienen por qué soportarla, salvo en casos de estricta necesidad.
Cuando uno llega a cierta edad y su intelecto no concilia con el papel que la sociedad le tiene preparado, se esfuerza por adaptarse y aceptar, pero no por conformismo sino porque la realidad se impone. Compites en tozudez contra ese escenario y no renuncias a tu desinteresado afán de resultar útil. No ignoras lo finito de tu horizonte, ni pierdes el tiempo anclándote en las fotos amarillas. Ya no es ni será como fue. Empezaste a percibirlo desde que tu teléfono dejó de sonar con frecuencia y te lo recuerda estereotipadamente aquel conocido que te dice con sana alegría lo bien que te 'conservas'. Como el atún enlatado, piensas, pero tampoco es cuestión de quitarle la buena voluntad, así que respondes aquello de 'bueno, sobrevivo' y para tus adentros te dices 'que no es poco'.
Y sigues compitiendo.
Te llaman soñador, iluso, quimérico, idealista, utópico... Y hasta 'tonto del bote' te pueden llamar si quieren –quizá lo seas–, pero sigues compitiendo porque aún te quedan armas con las que luchar y escudos para detener las embestidas: la familia como armadura y refugio, la cultura como alimento, la buena música como bálsamo y, en definitiva, el cultivo de la buena gente. Es la floración que cuidas en tu huerto.
Abrazos.
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