Tenía que decirlo
Modesta aportación, luego de más de media vida vinculado con este centenario periódico
Eran días de vino y rosas para aquel inquieto padre de dos pequeñines por los que bebía los vientos. Los imaginaba, incluso los veía, en ... cualquier lugar que se encontrase y, al contrario que la famosa película, ni ebrio habría buscado la fórmula para abandonar aquella 'adicción' amorosa.
Quiso el azar que, entre los pluriempleos que ansiosamente aceptaba, le propusieran colaboraciones periodísticas. Una ocasión, se dijo, para reemprender los tímidos y simplones garabatos literarios de su juventud («Quién no escribió un poema, huyendo de la soledad», que canta Mari Trini) y se dejó abrazar por el absorbente gozo de las palabras, las cuales empezó a juntar para que fuesen transcritas por la linotipia.
Esta vez no confundió las estrellas con luces de neón y pronto comenzó su idilio con LA VERDAD. Cincuenta y tres (53) años hace de aquello y aún continúa el romance.
Lo recordaba el martes último durante el homenaje que dio al periódico la Tertulia de la Luz, en la que no se atrevió a intervenir. Aún no sabe la verdadera causa de su inhibición, pero seguro que influyeron su timidez y su antipatía hacia los primeros planos. Bastante tuvo con el sofoco que pasó al atraer las miradas del resto de comensales por culpa de su involuntario retraso. Ahora, en la soledad del doméstico despacho, y sin más miradas que la del reflejo de la suya propia en la pantalla del monitor, se siente en la obligación de transmitir dos breves aportaciones a estos 120 años gloriosos del diario con el que nos desayunamos.
La primera de ellas va dirigida a los justamente recordados, García Martínez, Perico Soler y García Cruz (me alegró ver a su hija Alejandra, de la que Chimo tantas veces me habló durante los años que compartimos mesa) y la segunda es para brindar su reconocimiento a los hombres y mujeres que con épico esfuerzo y generosidad están haciendo posible la cita diaria en kioscos y puntos de venta, resistiendo las crisis de la irrupción digital y de los aprietos económicos. Esta última me recordó la sufrida en el año 1960, que se salvó con la llegada de Venancio Luis Agudo y sus innovadoras fórmulas. Le iba a preguntar al actual director, Alberto Aguirre, qué puntos de comparación encuentra entre ambas crisis, pero, ya saben, le pudo la timidez. Otro día, quizás.
Abrazos.
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