Tertuliano
NADA ES LO QUE PARECE ·
Fue un padre de la Iglesia que ejerció una gran influencia en la cristiandad occidental de la épocaEs el oficio de moda. El que más mola. El que te convierte en un personaje popular, seguido por millones de personas que te creen a pie juntillas, por muchas trolas que les puedas contar. Así comenzaron, entre otros, Belén Esteban, Pablo Iglesias y Pablo Casado. Y mira dónde están ahora. En lo más alto. Con el timón de esta nave llamada España entre sus manos.
Quien no es tertuliano en algún programa televisivo o en la radio está más que jodido. Casi humillado. Un apestado al que nadie llama. Como si se hubiera convertido en un ser invisible. Un cero a la izquierda. Hace unos cuantos años, en una de las últimas viñetas del inolvidable Forges, al que tanto se le echa de menos en esta España cazurra y cainita que él retrató como nadie, aparecía una señora que agarraba por la oreja a su marido y lo sacaba en volandas fuera del estudio. Debajo, el texto era bien explícito: «Señora llevándose de vacaciones a su esposo tertuliano».
Durante estos días, a los tertulianos se les ha dado más cancha que nunca. La grave situación sanitaria por la que está pasando el Estado español así lo requería. Es preciso dirigirse a un amplio público y contarle la verdad de lo que está sucediendo. Y contarlo de la manera más delicada y sutil posible para no sembrar el pánico, para dejar bien claro que todo es cuestión de tiempo, de tranquilidad, de saber capear el temporal. Y, sobre todo, de disciplina. De obedecer las consignas de quienes saben de este asunto: las autoridades políticas y sanitarias y las fuerzas de orden público, cuya labor está siendo impagable.
Así comenzaron, entre otros, Belén Esteban, Pablo Iglesias y Pablo Casado. Y mira dónde están ahora
Por todo ello, el tertuliano habitual, el de siempre, el que está para un roto y un descosido durante todo el año, capaz de opinar sobre todo lo divino y lo humano, debería abstenerse durante estas próximas semanas y pasar a la reserva, para cuando regresen los nuevos tiempos y volvamos a la política, al IPC, al 'pin parental', a la corrupción generalizada entre la clase gobernante, la Feliz Gobernación, que diría nuestro Miguel Espinosa en su 'Escuela de mandarines', novela que algunos deberían leer y hasta aprender de memoria durante estos días de reclusión obligada.
Tertuliano. ¿Por qué el nombre de tertuliano para quienes practican este deporte de opinar con mayor o menor conocimiento? Apuesto a que poco, o nada, saben los tertulianos profesionales del auténtico Tertuliano. No sabrán, a buen seguro, que fue un prolífico escritor –aunque casi nada se haya conservado de lo suyo– que vivió y murió en Cartago (la actual Túnez). Y, además, un padre de la Iglesia que ejerció una gran influencia en la cristiandad occidental de la época. Fue el primero en liarla parda al usar la palabra 'trinitas'. El misterio de la Santísima Trinidad: el padre, el hijo y el espíritu santo, que, según el propio Tertuliano –para terminar de complicar más el asunto– explicaba aduciendo que «los tres no tienen diferencia de estado ni de grado, ni de sustancia ni de forma, ni potestad ni especie». ¡La Virgen santísima!
Tertuliano fue, además de uno de los más brillantes abogados de Roma, uno de los oradores más destacados de su tiempo por su desatada imaginación y su temperamento, de ahí que hoy se le recuerde en los foros en donde se celebran debates. Y fue, sobre todo, un culo de mal asiento, como sucede con todos los que derrochan sabiduría. Se convirtió al cristianismo y fue nombrado presbítero de la Iglesia de Cartago. Pero no tardó muchos años en dar la nota. Se opuso al matrimonio de viudos y de viudas, y terminó por fundar –en plan Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como– un movimiento de tertulianistas que luchó denodadamente contra el gnosticismo y la herejía.
Es, junto con Orígenes, el único padre de la Iglesia que nunca ha sido canonizado por estar a medio camino entre un ángel y un demonio. Su forma tan pasional y aguerrida de entender la religión, al margen de su peligrosa labia, hizo que alguien, con buen criterio, lo pusiera en cuarentena. Y así, hasta hoy.