Polarización e insensibilidad ante el dolor ajeno
Podemos rebelarnos contra quienes persiguen una sociedad inerte y dividida, y nos empujan al blanco y al negro, a la confrontación interesada y permanente
Escucho con desolación las noticias del conflicto de Gaza. Me resulta difícil entender que quienes fueron víctimas de uno de los mayores genocidios de la ... historia estén protagonizando semejante barbarie; que un Estado que se supone democrático y de derecho esté aniquilando de esa forma a la población gazatí poniéndose a la misma altura moral que la organización terrorista responsable de la salvajada perpetrada el 7 de octubre de 2023.
El cristal de las pantallas, desde las que consumimos series y videojuegos de extrema violencia, dota a las imágenes que nos llegan, por terribles que sean, de un halo de irrealidad, distanciándonos aún más de un conflicto que se desarrolla a miles de kilómetros de distancia.
Tampoco ayuda la politización del conflicto. Su exacerbada polarización nos empuja a defender dos únicas opciones posibles: la causa de Israel o la de los palestinos, según seamos de derechas o de izquierdas. No se permiten medias tintas: o conmigo o contra mí. Y esa alineación a la que nos entregamos irresponsablemente, favorecida por la ausencia de un debate serio y sosegado, nos lleva a disculpar todo lo que hacen 'los nuestros', no importa que sean violaciones, asesinatos, torturas, bloqueos o saqueos de la ayuda humanitaria, ni que las víctimas se cuenten por miles. Desde la comodidad de nuestro mundo occidental, arrinconamos la viva imagen del horror y seguimos defendiendo nuestra opción, aunque implique justificar la barbarie de la que unos y otros hacen gala.
Me preocupa enormemente esa deshumanización siquiera verbal, esa indiferencia al dolor ajeno de la que ya nos previno el Papa Francisco al hablar de la globalización de la indiferencia. Me inquieta que, en esa espiral de polarización en que nos encontramos, consintamos el derribo de líneas rojas irrenunciables para la coexistencia, cuando quienes las traspasan, sea pisoteando principios, aniquilando valores o destruyendo personas, son de los nuestros. Me alarma, en fin, que sigamos dejándonos enredar en batallas dialécticas o polémicas interesadas, y renunciemos al pensamiento crítico, a la posibilidad de debatir, de contrastar o de analizar con perspectiva una tragedia en la que no sólo es importante quién, sino también las consecuencias, el cómo y el por qué.
La deshumanización y la falta de reflexión crítica no son cuestiones menores y ambas están relacionadas entre sí. Según la filósofa e historiadora Hanna Arendt, la deshumanización no nace de la maldad intrínseca del individuo, sino de la falta de reflexión crítica y de la aceptación pasiva de la autoridad, lo que permite a personas normales participar en acciones inhumanas.
Confieso la impotencia que siento ante el conflicto de Gaza y la desazón que me produce saber que su resolución se juega en un tablero mundial dominado por insensatos, ciegos de arrogancia.
Pero quiero pensar que nuestras respuestas individuales y colectivas, por insignificantes que parezcan, pueden contribuir a ahormar, también a destruir, los valores de una sociedad. Aunque nuestro margen de maniobra sea escaso, podemos rebelarnos contra quienes persiguen una sociedad inerte y dividida, y nos empujan al blanco y al negro, a la confrontación interesada y permanente, a la división entre buenos y malos, al conmigo o contra mí, recuperando una visión crítica de las cosas y nuestra capacidad de conmovernos ante el dolor ajeno, sea cual sea la ideología, el color de piel o el origen del ser humano que lo sufre.
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