Desbrozar el camino, ensanchar la vida
«La muerte –decía el enfermero Jorge Hernández– es inevitable y nuestro objetivo no es alargar ese momento. Se trata de ensanchar la vida, dure más o dure menos»
Mi amiga Juana Sánchez Vera y yo compartimos una definición común. Nos consideramos desbrozadoras. Dícese de la habilidad para limpiar el terreno de maleza o ... vegetación no deseada y prepararlo para otros usos.
Llegamos a esa conclusión cuando yo todavía estaba en activo, al dolernos de la cantidad de gente que, por puro ego, por mezquino placer, se dedica a poner piedras en el camino de los demás, dificultando y retrasando estúpidamente los proyectos. Nos 'vanagloriábamos', entre risas, de nuestra vocación y habilidad para todo lo contrario: desbrozar el camino, dejarlo expedito, facilitando el tránsito y el flujo de las cosas.
Pero desbrozar un camino –sin contrapartidas económicas o mordidas como las que estamos viendo, claro está– se queda corto frente a quienes ensanchan la vida.
Hace poco leí en un reportaje de Javier Pérez Parra sobre cuidados paliativos pediátricos en LA VERDAD, cómo uno de los enfermeros del equipo resumía su admirable trabajo como una forma de ensanchar la vida: «La muerte –decía Jorge Hernández– es algo inevitable y nuestro objetivo no es alargar ese momento. Se trata de ensanchar la vida, dure más o dure menos. Ahí es donde yo he encontrado el sentido de estar aquí».
Al hilo de mis reflexiones sobre esa frase tan gráfica y tan hermosa recordé mi encuentro con Eduardo Madina en un aeropuerto del norte de España hace muchos años. Le acababa de oír unas declaraciones en la cadena SER que me cautivaron. A la pregunta de qué les diría a los terroristas que atentaron contra su vida respondió con una serenidad y lucidez envidiables: «Que lean y viajen más».
Aquel joven altísimo, al que acababan de robarle su futuro, recomendaba ampliar horizontes, ensanchar la vida, a quienes utilizaban el odio y la violencia para imponer una visión reduccionista y excluyente de la realidad. Al verle, yo, que no soy nada mitómana, 'abandoné' momentáneamente a mi presidente, Francisco Celdrán, y me acerqué para felicitarle y darle un abrazo.
Los recientes títulos nobiliarios otorgados por su majestad el Rey van también en esa línea, porque premian a personas que, además de su excelencia profesional en distintos ámbitos, son poseedores de una calidad humana construida sobre grandes valores, que les hace doblemente admirables. Referentes que ensanchan la vida de los demás y la iluminan, transmitiendo un mensaje de orgullo y esperanza, tan necesario como potente para atisbar cierta dosis de optimismo frente al lodazal en que algunos han convertido la vida pública.
No cabe duda de que hay una distancia considerable entre desbrozar un camino y ensanchar la vida. Pero en ambos casos subyace un denominador común que escasea a nuestro alrededor: el compromiso personal por sumar y no restar, por servir y no servirse, y el reconocimiento de los otros, como personas dignas de toda consideración y respeto y no como tontos útiles fácilmente manipulables.
Mi reconocimiento personal para cuantos desbrozan caminos y ensanchan la vida. Ellos nos muestran que no todo está perdido, y que, frente a los que se dedican a enmierdarla, aún hay esperanza.
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