Claudia Goldin, que cuidas de todas nosotras
En octubre de 2023 una buena parte de los economistas saltaron en su silla cuando se anunció que Claudia Goldin había recibido el Premio Nobel ... de Economía. Fue la tercera mujer que alcanzo el galardón en una larga lista de (hasta el 2023) 62 premiados. Antes que ella merecieron el preciado reconocimiento Elinor Ostrom en 2009 y Esther Duflo en 2019. Pero el Nobel de la Dra. Goldin tuvo un valor adicional para todas las mujeres de la profesión, porque ella fue la primera en recibirlo de forma individual, es decir, sin compartirlo con otro académico. Añado que también fue reseñable que se le otorgara a una especialista en Historia Económica, si bien su carrera había sido excepcional. De hecho, fue la primera mujer en ocupar una silla en el Departamento de Economía de Harvard. Entre las aportaciones que le hicieron merecedora del premio Nobel está la demostración de que el desarrollo económico no ha tenido un avance constante y que, en particular para las mujeres, no siempre generó mejores condiciones laborales.
En el libro 'Understanding the Gender Gap: An Economic History of American Women', publicado en 1990, Goldin argumentó que a lo largo de 200 años la brecha salarial de género en el mercado laboral norteamericano no se había caracterizado por un avance constante, sino que había tenido forma de U. Esta hipótesis, demostrada a través del análisis de series temporales, rompía con la opinión hasta entonces aceptada de que la participación de las mujeres en el mercado de trabajo estaba positivamente relacionada con el desarrollo económico. También demostró que dichas tendencias a largo plazo se debían, principalmente, a cambios en la oferta y demanda de empleo de las mujeres casadas.
Durante el proceso de industrialización de la economía americana Goldin mostró cómo se fue reduciendo la brecha salarial entre mujeres y hombres a medida que aumentaban las posibilidades de empleo en el sector servicios. Particularmente en labores administrativas y de oficina, que exigían una cualificación formal y para las que la sociedad del momento pensaba que las mujeres estaban especialmente dotadas: un trabajo discreto, siguiendo órdenes y muchas veces reiterativo. Sin embargo, la introducción de prácticas de retribución salarial que premiaban a los trabajadores que no tenían parones en su carrera profesional fue relegando de forma sistemática a las mujeres. La maternidad era el principal parón que limitaba las aspiraciones profesionales de las más capaces. Esta situación se mantuvo hasta los años setenta del siglo XX, cuando se produjo una revolución silenciosa: la píldora anticonceptiva.
Desde entonces las mujeres han podido ir retrasando la edad de su primera maternidad (también la del matrimonio) y, gracias al acceso a la educación superior, han logrado mayores desarrollos profesionales, primando (si así lo deseaban) la carrera profesional a formar una familia. Para que se generase esta revolución silenciosa hizo falta un hecho fundamental: la difusión de los anticonceptivos orales. El uso de la píldora dio a las mujeres nuevas oportunidades. Esto tampoco fue para Goldin una afirmación gratuita, y mucho menos ideologizada. En 2002, publicó un trabajo en el que, junto a Lawrence Katz, analizaba la profunda influencia de los anticonceptivos orales en la toma de decisiones de las mujeres. Particularmente aquellas decisiones que afectaban a su inserción y continuidad en el mercado laboral. Sin duda, la píldora dotó a las mujeres de nuevas libertades educativas y profesionales.
Como especialista en Historia Económica, he tenido la oportunidad de escuchar a la Dra. Goldin en varias ocasiones. De hecho, por mi especialización, he buscado esas oportunidades. Cuando fui nombrada 'Thomas K. McCraw Fellow in US Business History' por Harvard Business School en 2019 intentaba acudir a los seminarios que se organizaban semanalmente en su departamento. La concesión del Nobel en Economía a Claudia Goldin supuso un reconocimiento oficial a la economía con perspectiva de género, al estudio riguroso que durante décadas ha subrayado que existen diferencias salariales entre hombres y mujeres que no están justificadas por la productividad y que señalan el peso –a veces asfixiante– de cuestiones culturales que poco o nada tiene que ver con la formación y el desempeño. Denunciar estas diferencias, señalar su existencia, marca la senda correcta para aplicar políticas que corrijan tales desequilibrios. La brecha salarial se ha reducido de forma significativa en los países desarrollados en los últimos 50 años. De la aplicación de políticas de igualdad adecuadas depende que en otros 50 sea un hecho histórico que solo exista en los libros.
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