God save the Queen
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Se trata de separar las diferencias ideológicas y de saber que, guste o no, el jefe del Estado representa a todos y cada uno de los ciudadanos que conforman la naciónEn un capítulo de 'The Crown', Lady Di conversa con el duque de Edimburgo sobre su irrelevancia dentro de la familia real. Nadie como Felipe ... para comprender lo que es ser un aparte en las fotografías. Lo sufrió toda su vida. El marido de la reina le confiesa, en un momento estelar de la serie, que lo único que importa es ella. Es Isabel II quien le da sentido a la corona, a una monarquía necesitada de escándalos para sentirse terrenal. Ahora la piedra angular de este pálido reflejo feudal está a punto de ser enterrada en el castillo de Windsor. Setenta años de soberanía otorgan al Reino Unido ser hoy en día el país más monárquico del mundo occidental, pero también deja un vacío difícil de llenar. Y sobre todo, la sospecha de que las nuevas generaciones de sangre azul no estén a la altura de la historia.
La pérfida Albión, citando a Ximénès, ahora debe dirimir si en realidad ha sido monárquica todo este tiempo o solamente 'isabelina'. En España este problema bulle desde hace tiempo. Durante décadas, muchos españoles escondían sus fobias monárquicas bajo el paraguas del 'juancarlismo'. Ahora que el emérito ha sido mandado a los desiertos emiratíes para tapar sus años de bonanza y excesos, muchos se descubren republicanos. Algunos de estos no dudaron en tapar lo que ellos mismos presenciaban. Aunque el mito de Isabel II ha sido capaz de hacerlos llorar de pena ante su ataúd. Urkullu lamentó su pérdida y habló de la «huella dejada en el devenir del Reino Unido y Europa». Fantástico salto mortal el del nacionalismo vasco ante los fastos británicos. Pere Aragonès habló de su figura como «histórica» y «de enorme trascendencia». Sí, querido lector de periódicos, el mismo que afirmaba en mayo que la monarquía no tenía ningún sentido. Aunque él de eso debe ser experto. Para familia real, la de Pujol en Cataluña, con botín, gleba y servidumbre incluida.
Contrasta este derroche sentimental por parte de aquellos que más críticos se han mostrado con nuestros reyes. La sociedad española, poco acostumbrada a amar lo suyo, ha recibido la noticia de la muerte de Isabel II como si fuesen súbditos del Imperio Británico, dispuestos a empuñar un fusil en una guerra colonial. La figura de la reina Isabel II siempre me ha suscitado un enorme respeto, lo confieso. Se conjugaba en ella una especie de reliquia ideológica que me hacía admirarla. Una mujer que coincidió con Churchill y Stalin y que reparó coches en la II Guerra Mundial. Fue su estilo desacomplejado una manera de estar en el mundo. Solo ella podía impacientar a las visitas con sus corgis oliendo los pies del invitado. Hasta el pop se rindió a ella. Y sin embargo, si uno observa un mapa, se fija en las posesiones inglesas en 1953 y lo compara con otro actual, apreciará cómo se ha reducido la esfera británica en todo el mundo. Sobre ello habló con brillantez Enric González en su artículo titulado 'Cómo perder un imperio sin perder la compostura'. Y aquí estamos nosotros, decretando lutos institucionales que negamos a españoles.
La historia de España es diferente, por supuesto. Más amarga, en este siglo XX. Pero no puedo dejar de pensar en Juan Carlos I en el 81, casi en pijama, delante de las cámaras, para parar el golpe de Estado y encauzar la democracia. De eso hace tiempo, claro, y tal vez la historia oficial no lo refleje, pero en aquella época partidos de izquierda y derecha conspiraban contra Suárez y coqueteaban con militares para invocar un Gobierno de coalición dirigido por Armada, el mismo al que el emérito paró los pies. Después llegaron los escándalos, que los hubo. Los excesos, de los que nos vamos enterando en dosis calculadas. Y el paradójico desenlace en el que uno de los artífices de la democracia española no puede acercarse a España. Este país convertido por políticos de izquierda y derecha en Sodoma y Gomorra.
Así que siento envidia de nuestros enemigos históricos. La envidia, esa forma sustanciosa que tenemos algunos españoles de querer ser ingleses durante un rato. Porque la manera en la que el pueblo británico ha despedido a su reina ha sido ejemplar. Una muestra de ello se produjo durante el cortejo fúnebre por las calles de Edimburgo, donde el ataúd fue vitoreado y respetado como honor a toda una vida representando al Reino Unido. Porque de eso se trata, de separar las diferencias ideológicas y de saber que, guste o no, el jefe del Estado representa a todos y cada uno de los ciudadanos que conforman la nación. Escocia, región con fuertes sentimientos independentistas, ha entendido que respetar a su jefa de Estado es también respetarse a sí mismos. Cuando Juan Carlos I fallezca, esos republicanos españoles o independentistas periféricos que tantos elogios han gastado en hablar de Isabel II (monárquicos de súbito fogonazo y tuit) destilarán su odio ante su cadáver, aún fresco. Qué pena que no haya un 'The Crown' español para lavar la patria.
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