Verde por fuera, roja por dentro, taladrada de pepitas o sin ellas, por dentro; discontinua de manchas o lisa, por fuera; a trozos o en ... zumo, incluso en gazpacho para los modernos. Glorificada por Mark Twain como un alimento celestial, la sandía es maravillosa. Yo recuerdo las que mi abuelo ponía en la mesa recién recolectadas. Recuerdo el crepitar al abrirla y el olor fragante. A mí los veranos no me saben al vino de Bradbury, sino a sandía, las de mi abuelo, que tomábamos frescas para merendar junto a uno de esos helados de casa hechos con palillos en una cubitera. Pero me imagino que cuando uno las coge día tras día, a más de 40 grados, bajo un sol 'armado hasta los dientes' y sin agua alguna, debe ser distinto. Puede que hasta les coja tirria. Seguro que las odia, como Eleazar Blandón, cuya sandía es roja, pero roja coágulo, del color de la sangre. No miremos a otro lado. Será la forma de recordarlo.
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