Salvemos la democracia
Toda obra, por fuerte o inmune que parezca, puede destruirse si no es capaz de neutralizar las amenazas que se ciernen sobre ella
«La historia no se repite, pero rima». Esta afirmación, atribuida a Mark Twain, revela cuán importante es conocer el pasado para transitar el presente ... y urdir el futuro. Y es que solo desde un lúcido entendimiento de lo pretérito podemos prescindir de sus errores y perseverar en sus aciertos, progresando y avanzando sin caer dos veces en la misma piedra. Recomiendo pensar en ello al constatar que hasta bien entrado el siglo XVIII anduvimos a tientas en la oscuridad; todo era lóbrego y sombrío, impidiéndonos el espesor de la negrura accionar la clavija de la luz. Fue entonces cuando la claridad de la razón nos llevó a promover el saber a través del pensamiento. Esta revolución intelectual, decisiva en lo sucesivo para la civilización occidental, vino en denominarse Ilustración, no solo por su impetuosa búsqueda de la instrucción, sino también por disrumpir con el antiguo régimen, o lo que es lo mismo, por abolir la tenebrosa tiranía absolutista. Tal fue su fulgor, que irradió a las distintas ramas del conocimiento, ya fuese filosófico, económico o científico, e inspiró profundos cambios culturales y sociales.
Su luminiscencia puso en entredicho dogmas que se creían indiscutibles y evidenció que libertad e igualdad son derechos consustanciales a nuestra naturaleza y condición. Al socaire de las nuevas ideas, emergió en la escena política la democracia liberal como forma de gobierno, sometiendo el ejercicio del poder al imperio de la ley. Más tarde y tras derrotar a perniciosos fascismos y comunismos, el sistema se afianzó, consagrándose en distintas constituciones el sufragio universal, la independencia judicial, el libre mercado o la propiedad privada. Se alcanzaba así el anhelo de las sociedades abiertas de Bergson, dándose el pistoletazo de salida a la época de mayor progreso y bienestar que hayamos conocido.
Ahora bien, toda obra, por fuerte o inmune que parezca, puede destruirse si no es capaz de neutralizar las amenazas que se ciernen sobre ella. Y la democracia ilustrada no es una excepción.
El mejor de los regímenes políticos, aún blindado por las leyes, es objeto frecuente de intencionados ataques. Las acometidas, explícitas en algún caso y sibilinas en los demás, ambicionan mermar sus defensas, provocando la paulatina mudanza a un sistema más autoritario y menos respetuoso con nuestros derechos y libertades.
El florecimiento del populismo –a la diestra y a la siniestra– es clara muestra de ello, como también lo es el auge del nacionalismo o la aparición de fanatismos religiosos y extremismos ideológicos. Los tres fenómenos, que creíamos vestigios de tiempos anteriores, fomentan sociedades tribales, sectarias y xenófobas, alejadas de aquella que los enciclopedistas alumbraron.
En la misma línea y con idéntico objetivo se sitúa el maquiavélico intento de fomentar la ignorancia como medio para manipular conciencias y voluntades, estimulándose la mediocridad en detrimento del mérito y la capacidad; o la utilización deliberada de las redes sociales con fines propagandísticos, pretendiendo que el espíritu crítico ceda ante eslóganes interesados. Al final, la demagogia se infiltra en discursos y propuestas, ofreciendo soluciones simples para problemas complejos y convirtiéndose en instrumento básico al servicio de la ambición política.
Es más, casi a diario, asistimos a descarados intentos de minar la independencia judicial y a burdas maniobras para controlar los medios de comunicación, pues nada mejor que dominar la acción de la justicia y fiscalizar la información suministrada para apuntalar el poder.
El propósito de fondo no es otro que tornar la democracia liberal en iliberal, o dicho de otro modo, disimular la erosión del estado de derecho y la degradación de la separación de poderes bajo la apariencia de una rigurosa formalidad democrática, y todo con fines despóticos.
Mal haríamos si no tomamos conciencia de la situación y permitimos que nos despojen de lo que la Ilustración avivó. Porque solo preservando lo conseguido, exigiendo instituciones independientes que cumplan sus cometidos sin injerencias y defendiendo que somos libres e iguales ante la ley y estamos sometidos a su imperio, evitaremos regresar a la noche interminable que oscureció nuestro pasado. Y recuerden, «la historia no se repite, pero rima».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión