La montaña gigante detrás
Llegas tan lejos que ya no puedes evitar seguir la huida hacia delante
Hay una pequeña tienda en Kawaguchiko, un pueblo japonés de apenas 26.000 habitantes, a la que los caprichos de la geología han convertido en ... un popular reclamo turístico.
La imagen del establecimiento, perteneciente a la omnipresente cadena Lawson, ofrece una de las postales más icónicas del monte Fuji, que asoma imponente tras la edificación en los días despejados para combinar en una misma imagen lo cotidiano y lo extraordinario. La escena es tan estética que el aparcamiento de la tienda se ha convertido en uno de los enclaves más virales del país.
Allí se plantan cada día cientos de turistas en busca de la preciada instantánea. El problema, con el que muchos de los que viajan al lugar no cuentan, es que el Fuji tiene la manía de dejarse ver solo unos 70 días al año. El resto del tiempo, suele quedar oculto tras un denso telón de nubes que convierten el Lawson más retratado de Instagram en un Lawson cualquiera. Aunque eso no evita que los turistas posen igualmente, como si hubiera algo detrás, sin dejar que la realidad les estropee los planes. Hace unas semanas, en un viaje a la zona, me vi frente esa extrañísima coreografía: filas de viajeros aguardaban turno armados con trípodes para fotografiarse uno tras otro ante un cúmulo de nubes que ocupaban el lugar en el que imaginaban un volcán. Supuse entonces que, cuando llegas tan lejos en busca de algo, es difícil aceptar un 'no' de la realidad, y ya solo queda la huida hacia delante: la foto más innecesaria de las vacaciones.
La imagen de aquellos turistas abrazando el sinsentido de posar ante la nada atravesó el aire ayer, cuando la actualidad brindó un nuevo episodio del absurdo en el que pareció ocurrir justo lo contrario. A primera hora de la mañana, Carlos Mazón se situaba ante las cámaras como si nadie pudiera ver asomar tras él la sombra de la montaña gigante que no ha dejado de perseguirle en el último año.
Mazón dimitió en el aniversario de la dana tarde y por el motivo equivocado: porque ya no aguantaba más. Tras dar por finalizado el viaje como pasajero de una carrera política que muchos dieron por acabada el 30 de octubre de 2024, se empeñó en poner más énfasis en la defensa de la reconstrucción –«qué pronto se dice y qué pronto se ha hecho»– que en dar a las familias de las víctimas lo que no han dejado de pedirle: el cronograma detallado de su actuación en aquella tarde de barro. A eso sumó la reivindicación de su papel como víctima de la «crítica, el ruido, el odio y la crispación» y la decisión de seguir como diputado para no perder el aforamiento con que fue dando cada vez más luz a la montaña del fondo. Y ahí ha quedado el retrato, de cuando ya no se veía otra cosa que el gigante a su espalda.
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