Resaca andaluza
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Se estrecha el cerco electoral sobre una izquierda paralizada, presa de sus propios pecados de legislatura, sin capacidad para reaccionar ante los problemas de la genteAndalucía ha lanzado un mensaje a babor y estribor. La comunidad que durante cuatro décadas fue un monolito socialista ha virado hacia la derecha. El ... Partido Popular ha conseguido una mayoría absoluta en un momento en el que parecían ilusorios este tipo de resultados electorales. España se creía abonada a perpetuidad a la fragmentación política, a tener que subastar el poder en el mercado persa los lunes postelectorales, donde las carteras y las concesiones se manosean hasta el punto de rebajar la calidad democrática del país. Andalucía ha evitado las rebajas. Ha sido la gestión de Juanma Moreno, su perfil de hombre tranquilo, poco dado a las refriegas, y una comunidad exhausta de clientelismo lo que ha catapultado a este hombre sin carisma político hacia una victoria aplastante.
El Partido Popular ha encontrado el camino del éxito. No hay una sola fórmula, desde luego. Díaz Ayuso y Juanma Moreno son líderes con personalidades diferentes. También es distinta su forma de hacer política y de entender a los ciudadanos. Pero en ambos casos la victoria del PP posibilita un cambio de ciclo y la sensación de que el sanchismo tiene los días contados. He leído estos días algunos artículos que describen el resultado electoral en Andalucía como un fracaso de Ayuso. Ese mensaje constata cuán alejada de la realidad se encuentra la izquierda intelectual de este país. En cada jornada electoral, los mensajes son claros. Se estrecha el cerco electoral sobre una izquierda paralizada, presa de sus propios pecados de legislatura, sin capacidad para reaccionar ante los problemas de la gente. Y desde hace unos meses, con un oponente al que los ciudadanos respetan. Feijóo es un líder reconocible no solamente para los votantes de derechas, sino para aquellos de izquierdas que, abandonados por las políticas desastrosas de sus partidos, buscan una estación de paso donde depositar su voto.
Finalmente, la estrategia del miedo no le ha funcionado al Gobierno. Quién lo hubiese dicho. Llevamos años escuchando que el fascismo campa a sus anchas por este país de fantasmas resucitados. Ha sido un hombre tranquilo, Juanma Moreno, el que ha subvertido a ese supuesto fascismo. Ha sido la derecha la que ha frenado a Vox, en las urnas, sin histrionismos ni ocupando las calles con alertas o rodeando el Parlamento. Se acordarán ustedes de hace cuatro años, cuando el lunes después de las elecciones andaluzas de 2018, Podemos y PSOE llamaron a tomar las calles en una alerta antifascista sin precedentes, como si Andalucía hubiese amanecido en 1936. Se achacaba a Moreno Bonilla entonces que se apoyaría en Vox para gobernar y juraban que la sociedad no lo permitiría. Cuatro años después, el primer político del PP en coquetear con Vox ha sacado una mayoría absoluta histórica, ha mandado a la irrelevancia a la izquierda y ha contenido al partido de Abascal, al que se le ha puesto cara de sujetavelas.
Porque la trascendencia de estas elecciones va mucho más allá de Andalucía. El futuro electorado nacional ha descubierto con cierta sonrisa seductora que el PP aspira en las elecciones generales no a una mayoría absoluta, pero sí a elevar su resultado por encima de los 150 escaños. Hasta ahora, la derecha y cierta izquierda asumían que la convivencia entre el PP y Vox era necesaria. Un mal menor para mandar a Sánchez a la sala de los expresidentes. Ayuso y Moreno Bonilla han demostrado que otras aritméticas son posibles. Vox ha perdido el tino electoral, dirigido por un triunfalismo chulesco, por una prepotencia que le hizo hablar de sillones, carteras y trozos de pastel antes de que se contase la primera papeleta. Olona ha confundido la campaña andaluza con 'Cine de barrio'. Ha folclorizado cada rincón que ha pisado y sus mensajes no se sostienen en una comunidad que quiere avanzar sin hacer ruido, sin pisar a nadie. El partido debería revisar a quién invita a sus mítines. La imagen de Giorgia Meloni jaleando «la universalidad de la cruz», gritando injurias contra las familias LGTBI y despreciando a la UE apesta. Mucho más si Abascal y Olona aplauden a rabiar, de pie, encantados de conocerse.
En el otro lado del tablero hallamos el enésimo fracaso de Yolanda Díaz. No sé si en su proceso de escucha ha captado el mensaje mandado por los andaluces. Podemos y sus aledaños parecen aquella escena de 'La vida de Brian' en la que el partido antirromano se va escindiendo hasta que cada individuo monta su propia formación. He aquí la resaca de lo que llamaron la nueva política tras el 15-M, naufragios electorales, incapacidad para gobernar y lideresas imputadas que bailan al son de la desvergüenza. Pésimo panorama para Yolanda Díaz. Y enésima cruz en el cementerio de Ciudadanos. Al partido cada vez le quedan menos viudas que lloren por él. Demasiado castigo para una formación que luchó por cambiar este país a través de políticas liberales, sin revolución ni gasolina. Andalucía ha dejado muchas certezas, pero sospecho que más en el electorado que en los gobernantes.
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