Borrar

Regreso al futuro: la peste de Atenas del 429 a.C.

CIENTÍFICAS A PIE DE CALLE (LYCEUM) ·

Tucídides cuenta cómo una 'enfermedad' (nósos) tan grande y tan mortífera no se recordaba antes en ningún lugar

Sábado, 9 de mayo 2020, 00:55

La pandemia que nos ha alcanzado en los últimos meses no es algo nuevo en la historia de la Humanidad, aunque sí tiene fenomenología y dimensiones distintas. Los estudiosos del mundo antiguo no podemos dejar de pensar en otra que asoló a Atenas en el 429 a.C., y que narra magistral y minuciosamente Tucídides en su agudísima 'Historia de la guerra del Peloponeso', escrita en ocho libros. En 2.47-54 el historiador griego, modelo de análisis político, cuenta cómo una 'enfermedad' (nósos) tan grande y tan mortífera no se recordaba antes en ningún lugar: ni los médicos acertaban en la cura, pues la desconocían y eran los que en mayor número fallecían, ni existía remedio humano alguno. Comenzó, se decía, en Etiopía, y de allí, vía Egipto y Libia, llegó al Imperio Persa. Cayó sobre Atenas primero en el Pireo, y subió luego hasta la ciudad, causando una mortandad aún mayor. Tucídides describe a continuación los síntomas, que conoce bien, porque él mismo los ha sufrido, y de cuya dureza advierto al lector.

En efecto, todas las enfermedades anteriores –dice– acababan en esta, que cursaba con fiebres altas, que atacaban a la cabeza, con enrojecimiento y ardor de ojos; la garganta y la lengua se llenaban de sangre, el aliento era fétido; seguía ronquera, malestar en el pecho, tos violenta, y, ya en el estómago, vómitos de bilis y grandes sufrimientos. Las arcadas espasmódicas eran frecuentes. El cuerpo, por fuera, no estaba febril en exceso, sino un poco enrojecido, amoratado, y lleno de pequeñas ampollas y llagas, pero, en su interior, se abrasaba hasta tal punto que no resistía ninguna prenda de ropa, y se lanzaban a la búsqueda de agua fría, arrojándose a los pozos. No descansaban ni dormían, y así resistían hasta siete o nueve días, manteniendo aún algún vigor; los que se libraban caían posteriormente víctimas de la debilidad que les causaba una diarrea irrefrenable. El mal quedaba localizado en las partes extremas del cuerpo: genitales, y dedos de manos y pies, o incluso los ojos, órganos que solían perder los que sanaban. A otros, ya curados, les sobrevenía una amnesia de sí mismos o de su familia... Las aves y animales domésticos morían también si se acercaban a los cuerpos insepultos. Cada uno fallecía de forma diferente, y tampoco existía un remedio universal. Y empeoraban el mal tanto la desesperación que entraba al enterarse de que padecían la enfermedad como el contagio masivo; así, unos morían solos, por el temor al contagio, y, otros, los más nobles, al acercarse a sus amigos.

La enfermedad no atacaba dos veces al mismo individuo hasta matarle, de modo que los supervivientes eran felicitados por los demás, y ellos mismos tenían la vana esperanza de que ya nunca morirían de ninguna otra enfermedad. El hacinamiento en la ciudad aumentaba el sufrimiento: los cadáveres yacían unos sobre otros, y los enfermos, medio muertos, se arrastraban por las calles y merodeaban por las fuentes, en busca de agua. La violencia del mal les llevó a despreciar todas las leyes divinas y humanas, no se respetaban los ritos funerarios, y echaban sus muertos en las piras de otros. La epidemia fue el comienzo de un mayor desprecio hacia las leyes, pues la gente se atrevía ya abiertamente a todo al ver cómo, de repente, morían los ricos y entonces los pobres al punto eran dueños de los bienes de aquellos. Querían el disfrute rápido y el placer, pues todo era efímero. No se esforzaban en empresas nobles, sino en lo que producía placer inmediato. Como veían que todos perecían por igual, piadosos o no, ninguna ley les retenía, pensando que no llegarían a vivir hasta sufrir castigo alguno, sino, que, al contrario, otro castigo mucho mayor y ya decretado, pendía sobre sus cabezas, por lo que debían gozar de la vida antes de que aquel cayera sobre ellos.

La descripción de Tucídides, que he reproducido casi textualmente, es dantesca. Tucídides escribe su historia para que sea útil, pues, según la naturaleza humana, afirma, ocurrirán cosas iguales o parecidas. Volvamos al 2020. Sin duda nuestras condiciones sanitarias han mejorado muchísimo, y las investigaciones científicas nos han ido proporcionando las vacunas necesarias para superar las pandemias. Hemos avanzado mucho, además, en la construcción de una solidaridad basada en la fraternidad, la justicia, y la compasión, que caracterizan a una sociedad verdaderamente 'civilizada'. Nos toca ahora plantear unas 'propuestas de mejora': debemos trabajar en una nueva conciencia global y un nuevo orden económico que garanticen la igualdad real de todos los seres humanos y sus derechos individuales; necesitamos otro diálogo con la Naturaleza. Tendremos que 'investigarnos' a nosotros mismos lo primero, y 'armonizar' nuestro microcosmos con el macrocosmos que nos rodea. Son conceptos, e incluso vocablos, griegos: hoy lo llamamos 'desarrollo sostenible'. Cada uno que empiece ya su tarea: ahora tenemos tiempo...

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad Regreso al futuro: la peste de Atenas del 429 a.C.