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Radiografía de un político español actual

NADA ES LO QUE PARECE ·

La mejor prueba de la insignificancia y de la intrascendencia de los políticos de nuestro tiempo es que apenas dejan huella

Viernes, 21 de febrero 2020, 02:49

1. Sus discursos -en las instituciones, en los mítines- son de una pobreza intelectual que espanta. Han conseguido que se conviertan en verdaderos sabios los políticos que les precedieron. Han logrado que recordemos con nostalgia, incluso con cariño, las soflamas parlamentarias de Fraga, de Carrillo, de Suárez, de Alfonso Guerra.

2. El principal problema radica en la sintaxis -asegura Noam Chomsky que el buen uso de la sintaxis es la mejor prueba de un cerebro lúcido, bien estructurado-, en la escasez de su vocabulario, en el abuso indiscriminado de las frases hechas, en el manejo excesivo de los tópicos. Es obvio que no han leído a Maquiavelo, aunque hablan de actitudes maquiavélicas; no se han asomado al abismo de 'La divina comedia' y, por lo tanto, desconocen la existencia de Dante, aunque no tienen rubor alguno en tildar de dantesca la actitud de su rival político. Ignoran por completo las frases sentenciosas de Cicerón, los discursos de Julio César o de Aristóteles, la gracia barroca de Saavedra Fajardo. Para ellos, 'La rebelión de las masas' es una entelequia. Todo Ortega se reduce al «Yo soy yo y mis circunstancias», sin que sepan que la conocida frase no pertenece a 'La rebelión de las masas', sino a sus 'Meditaciones del Quijote'.

3. Las faltas de ortografía lejos de parecerles vergonzosas en sus textos, compuestos a base de una prosa con tropezones, que diría Gutiérrez-Solana, pretenden convertirlas en una especie de elemento simpático y decorativo. Hace un tiempo, le recomendé a cierta consejera que mirara con más detenimiento los escritos que salían de su gabinete, firmados por ella misma. «Es cosa de mis colaboradores», me respondió con rotundidad, cargando sobre los demás el peso de su culpa.

4. No salen a la calle. Salvo en época de elecciones, apenas les interesa la opinión pública, qué piensa de ellos el pueblo que les ha dado su confianza. Desconocen por completo la historia de aquel viejo rey que, vestido de mendigo, iba al encuentro de sus súbditos, quienes, ignorando la verdadera identidad del personaje, le relataban las verdades que el monarca desconocía y quería saber.

5. Los políticos cuentan con ciertos estudios, aunque no siempre puedan acreditarlos con pruebas concluyentes. Son limitados en su conocimiento, pero, aun así, son capaces de opinar de los más diversos y peregrinos asuntos. Asisten a tertulias, a programas de radio y televisión, para hablar de economía, de cultura, del cambio climático, de astrofísica, de medicina, de ornitología y cinegética. Y miran con desconfianza a quienes les ponen en un aprieto y les enmiendan sus errores, a los auténticos expertos, bichos raros y peligrosos.

6. En su favor, conviene decir que anteponen la fama al dinero, la notoriedad al incremento de su patrimonio personal. No hace tantos años, cierto personaje admitía que había abandonado su puesto de rector en una universidad española para convertirse en político porque así ganaba prestigio ante sus hijos, por aparecer de manera frecuente en las páginas de los periódicos.

7. Se rodean de paniaguados, de incondicionales, de auténticos forofos que les aplauden a rabiar, que les ríen las gracias, que les expresan, una y otra vez, su fe absoluta en su discurso, en sus ideas. A tales palmeros se les puede identificar en algunos actos, situados detrás del orador, como guardaespaldas, erguidos, rígidos, sin saber qué hacer con sus manos, moviendo de arriba abajo sus cabezas como aquellos perritos de porcelana que, hace décadas, decoraban la parte trasera de los automóviles.

Y 8. La mejor prueba de la insignificancia y de la intrascendencia de los políticos de nuestro tiempo es que apenas dejan huella una vez que abandonan el cargo. Ni siquiera cuando utilizan las llamadas 'puertas giratorias'. Poco tiempo después, la gente se ha olvidado por completo de su nombre. En los periódicos ya no aparece el cumpleaños; envejecen silenciosamente y no son identificados por la calle. Y cuando mueren, los medios se ven precisados a ofrecer muchos detalles sobre su pasado en la política para poder situarlos en su contexto. Son nada y vuelven a la nada de la que proceden.

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