Gol de Qatar
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Pocas personas habrá que se sorprendan de lo que significa celebrar la Copa del Mundo en un país con tal historia de desprecio a los derechos humanosQatar. El país de las segundas oportunidades. El maná de los oprimidos. Todo en él es oro. Desierto, torres cristalinas, mar azul turquesa y centros ... comerciales con aire acondicionado. Donde no existe cambio climático. Allí siempre es verano. El de la chilaba y cachimba. Los halcones sobrevolando el cielo arenoso. El dinero refinado. El trastero de Occidente, que se está llenando de museos, fundaciones culturales y teatros. Una nueva Atenas sin olivos pero con carreteras rectas como barrotes de prisión. «Son sus costumbres y hay que respetarlas». Goles de sahría.
Publicidad
Hoy empieza a rodar el balón en Qatar y este hecho dice mucho más de los países que lo han permitido que del propio emirato. Pocas personas habrá que se sorprendan de lo que significa celebrar la Copa del Mundo en un país con tal historia de desprecio a los derechos humanos. Recordaba el otro día que para que en España se pudiesen celebrar eventos deportivos en esta nueva era debían cumplirse a rajatabla los deberes de una buena democracia. Nuestro Mundial llegó con la Transición ya finiquitada. Nuestra Olimpiada, cuando ya fuimos Europa, porque al parecer antes nunca lo habíamos sido. Sorprenden, sin embargo, las rebajas de los tiempos modernos. Hoy, para celebrar un evento deportivo internacional, no es impedimento el desprecio a lo humano. Rusia y Qatar ejemplifican bien en qué se ha convertido la FIFA.
Me molesta especialmente que se dispute un solo partido de fútbol en esa tierra, porque yo soy aficionado fiel, uno de esos antropólogos futbolísticos que observa cada partido como si desplegase un tablero de Risk, al lado de las pipas y la cerveza. Me gusta entender los encuentros en clave histórica, a falta de pasión. De esta forma, un hipotético Hungría-Austria se convierte en una fría mañana de 1914, o un Francia-Alemania en un campo de césped a las afueras de Verdun. Tal vez sea un problema de romantización del fútbol, pero a uno se le quitan las ganas de jugar a las batallitas sabiendo que un Argentina-Inglaterra se juega en un estadio en el que han muerto miles de obreros.
Y aquí no pretendo enarbolar ningún discurso moral. No le voy a venir con un dictamen kantiano sobre el bien y el mal, sobre lo inoportuno de tragarse aunque sea media parte de un partido de la fase de grupos. Yo seré el primero que vea todos los posibles, cuando el horario lo permita. Se trata más bien de incidir en cómo se han saltado todos los preceptos sobre los que descansa nuestra cotidianidad. Ser europeo es algo más que guardar en la cartera un pasaporte. Va más allá de las becas Erasmus o los fondos de recuperación. Desde que tengo uso de razón he escuchado a políticos invocar la igualdad, la tolerancia entre diferentes. Se ha perseguido cualquier atisbo de duda, una grieta en el pensamiento único de la multiculturalidad. Nuestras sociedades persiguen el machismo e intentan erradicarlo en cada palmo de terreno. Aspiramos a que nuestras calles sean templos de libertad en los que nadie se sienta atacado por su orientación sexual. En el ámbito deportivo, castigamos a los aficionados que utilizan el racismo, el machismo y la homofobia como manera de aliviar sus traumas. Pero, oiga usted, querido lector de periódicos, el balón empieza a rodar en Qatar y a nosotros se nos escapan por la gatera Voltaire y Clara Campoamor, encerramos en el baúl de los recuerdos la bandera del arcoíris y a Rosa Park, al primero de mayo y a la sororidad le ponemos una sábana de seda elegante.
Publicidad
El daño ya está hecho. Qatar es una realidad y algunos organismos políticos se mesan los cabellos preguntándose cómo ha podido suceder tal contratiempo ideológico. Les alumbraré el camino por si hay algún despistado. Es un hecho que durante las últimas décadas, Qatar y otros emiratos petrolíferos han estado comprando voluntades en media Europa. Desde televisiones a clubes de fútbol, pasando por museos (como el Louvre inaugurado en Doha) y muelles deportivos. Son los nuevos ricos y nosotros el parque temático, dispuestos a convertir nuestra historia, cultura y libertad en meras atracciones. Y sin rubor. En España se ha permitido que la Supercopa de España se juegue en Arabia Saudí, para mayor gloria económica del presidente de la Federación. Y pocos han sido los que han piado, porque la trinchera queda muy lejos o porque el dinero llena rápidamente sus bolsillos. Durante este mes de mayo, el emir de Qatar visitó nuestro país. Fue recibido en el Palacio Real por los Reyes. Con asombrosa genuflexión fueron pasando Pedro Sánchez, Batet, presidenta del Congreso, y el malogrado Carlos Lesmes, como presidente del CGPJ. Los tres poderes del Estado al servicio. Almeida le otorgó la llave de oro, un año después de concedérsela a Juan Guaidó por su lucha por la democracia en Venezuela. Alfombras voladoras y de Madrid al cielo. Este Mundial es un poco nuestro también.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión