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Las manifestaciones ecologistas de la huelga mundial por el clima han dejado imágenes emocionantes, pero también una colección de exabruptos llenos de bilis escupidos por un ejército de ancianos prematuros. Estas barbaridades, que siempre dicen más de quien las emite que de quien las recibe, se dirigen hacia una chica sueca de dieciséis años que ha decidido plantarse frente a aquellos que le niegan el mañana. El desprecio por las generaciones posteriores a la propia es un clásico: perder la juventud estimula la envidia hacia quienes apenas ven nada al volverse hacia atrás y todavía no atisban el horizonte al mirar hacia delante. Sin embargo, estos chavales sí tienen un confín frente a sus narices, y no se resignan a un futuro de escasez y refugiados climáticos.

Uno no se hace viejo al cumplir años, sino al perder la capacidad de reconocer que alguien más joven tiene razón. Menos mal que ante el odio y la condescendencia de quienes miran al dedo, Greta sigue apuntando al cielo: ella y sus compañeros de todo el mundo, entre reguetón y trap, nos están dando una lección de altura de miras, pensamiento a largo plazo y organización política más allá de siglas. Los mayores, por nuestra parte, dando ejemplo sin bajar del coche. Ni un minuto sin humo, ni un minuto sin basura digital: el caso es contaminar. No sé si los que insultan a Thunberg serán los mismos que causan 8.000 accidentes al año, sólo en nuestro país, por mirar el teléfono al volante. Leo que el 40% de las multas de tráfico por distracciones ya se relacionan con el uso del móvil. Los conductores dicen atender las llamadas y leer los mensajes «por si es una urgencia». Eso sí que es un sistema de prioridades en orden: la verdadera urgencia es el meme de Paco sobre una adolescente con autismo; lo de que el planeta se vaya al garete, como decía Rajoy, ya tal.

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