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Los primeros en París

Fueron españoles y del bando republicano los que pusieron la primera pica en la capital de la Europa liberada

Miércoles, 15 de enero 2020, 02:24

Ahora va a ser que a cambio de toda la incomprensión y la ausencia de ayuda en nuestra guerra civil de nuestros vecinos europeos, sobre todo de los franceses, que no solo abandonaron a su suerte a los republicanos de un estado legalmente constituido y que, al final de la contienda, los hacinaron en las playas del sur de Francia, a los que huían perseguidos por la frontera, como apestosos refugiados, sino que fuimos nosotros, un puñado valeroso de españoles, pequeños, morenos y con un par, como escribió en su día con el gracejo y la contundencia que lo caracterizan, Arturo Pérez-Reverte, los primeros que entramos en París el día de su liberación, el 26 de agosto de 1944, hace ahora tres cuartos de siglo, aunque este detalle nimio se haya omitido durante muchos años y salga ahora a la luz. Lo hace, al fin, para llenarnos de orgullo a unos cuantos, a los que todavía sentimos la vileza y la deslealtad de una contienda de la que seguiremos hablando y escribiendo, aunque les pese a algunos, hasta que sintamos que está todo dicho o más allá, y a los que experimentamos la satisfacción de haber contribuido al aplastamiento y a la derrota del mal que encarnó el fascismo europeo a mitad del siglo XX, con Franco, Mussolini y Hitler a la cabeza. Fueron españoles y del bando republicano los que pusieron la primera pica en la capital de la Europa liberada y ya va siendo hora de que nos vayamos sintiendo orgullosos por tal hazaña. No pudimos con la iniquidad del franquismo, aguantamos décadas de vileza y dictadura tras perder una guerra ignominiosa y, sin embargo, ganamos junto a otros muchos europeos la peor embestida del mal que ha conocido el mundo civilizado en los últimos siglos.

Combatimos en la resistencia, nos infiltramos, nos confabulamos contra los grandes criminales de occidente y un día glorioso para la libertad y para la democracia del mundo pusimos nuestras botas desgastadas en los grandes bulevares parisinos con la suficiencia y la dignidad de un pueblo que había conocido ya el dolor, la soledad y el miedo y traía en sus manos y en sus corazones los nuevos aires de la redención política del país que se vanagloriaba en haber sido el inventor y el ideólogo de la moderna democracia.

Recientemente se ha conmemorado esta gesta y la capital francesa ha recordado los 75 años de la llegada de La Nueve, la compañía integrada por soldados republicanos españoles, que entró primero en la ciudad y que merece, por tanto, un reconocimiento muy especial.

Buena parte del honor perdido se nos restituye ahora, pues los españoles no solo luchamos de manera infructuosa y más solos que la una contra nuestros propios monstruos en el interior del país en una guerra fratricida y muy cruenta a la que siguió una represión bestial que nos dejó tocados y hundidos durante décadas y de la cual todavía parece que nos estamos reponiendo, sino que además combatimos en Europa y ayudamos a exterminar el cáncer del totalitarismo que amenazaba con destruir el mundo occidental y moderno tal y como hoy lo concebimos.

Reconozco que no me gusta ese sentimiento de vanidad o de falso patriotismo, acaso porque es irracional como todos los credos y todas las religiones y termina por enfrentarnos, pero esta noticia me ha henchido el pecho y, por unos minutos, he vuelto a creer en un país que ha sufrido mucho y que ha dado mucho también a Europa, aunque solo sea ese momento brillante que unos pocos y aguerridos españoles protagonizaron en la ciudad de la luz al final de una guerra espantosa.

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