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Réquiem por los sueños

PRIMERO DE DERECHO ·

No se trata siempre de accionistas, ni de fondos de inversión, sino de personas que viven alrededor de ese esfuerzo cotidiano

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Domingo, 29 de noviembre 2020, 09:45

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Cuando es tan obvio qué es lo primero, cuando no hay duda de qué es lo que importa más, existe el riesgo de olvidar lo demás. Pero lo demás existe y, aunque no sea lo principal, eso no quiere decir que no importe también. En esta situación en la que vivimos, nadie duda de que la principal pérdida son las vidas que ya no están. Pero hay otras personas, menos físicas, pero también reales, que estamos perdiendo también.

Es normal asociar 'tecnología' a 'ciencia', pensando en máquinas, cálculos o probetas, y ciertamente así es también. Pero el Derecho no cayó de los cielos: ha sido creado y perfeccionado, generación tras generación, apoyándose en la anterior hasta alcanzar hitos como la 'personalidad jurídica', la asociación humana personificada. Una de las creaciones tecnológicas más características, avanzadas y útiles que ha creado la humanidad.

Personas que se unen y vinculan para conseguir lo que no podrían conseguir por sí mismos, la consagración de la cooperación humana como forma de actuación colectiva. Un fin común, que trasciende el interés particular de cada socio, para unificar y ordenar el patrimonio y la actuación conjunta. También, una de las mejores herramientas para que las personas puedan intentar emprender y aventurarse, hacia una prosperidad mayor y también hacia la realización de los propios anhelos.

Más allá de esa teoría general, las personas jurídicas son, en esta España llena de pequeñas y medianas sociedades, los esfuerzos y los sueños de muchas personas naturales. Proyectos en los que se han volcado todos los esfuerzos y todo el capital de muchas vidas. Algunos más prácticos, otros más preñados de ilusión, construidos la mayoría bajo años de esfuerzo y empeño. No se trata siempre de accionistas, ni de fondos de inversión, sino de personas que viven alrededor de ese esfuerzo cotidiano, en empresas que son extensiones de sí mismos, como algo que han creado y que sostienen, y que les sostiene a ellos a su vez. Un medio para ganarse la vida, pero una forma de vida también.

Cuando se habla del drama económico es fácil limitarse a pensar en grandes empresas a las que se les complica el balance, por una parte, y en trabajadores en el paro por otra. Pero todas estas pequeñas empresas –así como todos los autónomos que cumplen esa misma función– también están sufriendo esta angustia. En muchos casos, extinguiéndose. Y arrastrando a personas físicas, reales, en el hundimiento. Porque la muerte de una de estas empresas no es solo una anotación en el Registro Mercantil. Ni siquiera es solo el fin de un proyecto, o la pérdida de puestos de trabajo, o de crecimiento económico global. Mucho menos cuando la vida del empresario y la pequeña empresa están imbricados en uno.

Esto no es teoría. Está pasando. Tristemente, puede que lo peor esté aún por pasar. Miles de personas que perderán además de su empeño y de sus sueños, su patrimonio y su futuro. Condenados a deber dinero, para siempre en ocasiones, incapaces de ganar lo suficiente para compensar los intereses de sus deudas, y no siempre capaces de alcanzar una segunda oportunidad.

Forzadas a cerrar durante meses, abiertas en situaciones precarias, para muchos de estos empresarios ha sido una necesidad acogerse a ayudas públicas que, en realidad, han sido préstamos bancarios, avalados por el Estado. Préstamos a devolver, con intereses, como si el futuro fuera a compensar, en uno o dos años, todo lo que se está perdiendo hoy. Avales del Estado que solo se ejecutarán de forma subsidiara, habiendo obligado a los empresarios a avalar personalmente primero ellos esas deudas. Solo en la ruina de la persona jurídica primero, y de la física después, pagará entonces el Estado (al banco que prestó, que no perderá nunca).

Es fácil abstraerse de la realidad de lo concreto, y pensar en las 'empresas' como números. Concentrar la empatía en los pocos casos concretos que vamos conociendo, lugares donde no podremos ir más a comprar, o a tomar algo, y volcar el resto de supuestos en la lista de víctimas colaterales inevitables de la crisis. También es fácil pensar que perder un proyecto vital, la muerte de un sueño, no es más que otro bache de esos que componen la vida, cuando se trata de una empresa. Sobre todo, cuando el que tiene que 'sufrir la vida' es otro.

Todas estas personas ahora perdidas, todos estos sueños acabados, merecen al menos un momento. Una consideración, un gesto por el sacrificio útil, acaso el necesario, del que intentamos beneficiarnos todos, pero que no sufrimos todos por igual.

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