El sistema político español ha experimentado importantes cambios en la última década. Ha habido una profunda renovación generacional, con jóvenes líderes, «ajenos al pudor con ... el que curten los ritos de pasado», quienes «trajeron la era del tuteo, del sentimiento y las emociones», como escribía mi querido colega Víctor Vázquez. Escoltados por unos consejeros áulicos cuyo norte orientador viene marcado por la demoscopia, la imagen y la comunicación política. Una nueva forma de hacer política y de pensar la política. Además, surgieron nuevos partidos que impugnaron la era del bipartidismo turnista y plantearon programas en cierto modo regeneradores. Ciudadanos, recogiendo el testigo de UPyD, en un primer momento lanzó un discurso reformista, enmarcado en el liberalismo social, que buscaba reunir a un centro moderado. Podemos, surgido de las ascuas del 15-M, ponía el acento en las políticas sociales después de una crisis económica que había dejado a demasiada gente atrás, si bien su ideal democrático tenía evidentes tintes populistas.
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Aún así, la aparición de ambos partidos habría ofrecido una esperanzadora oportunidad, allá por 2015-2016, si Cs hubiera sabido cumplir con aquella capital función como 'bisagra', por algunos injustamente denostada, y si un Podemos (más Errejonista) hubiera apostado por una línea constructiva aportando su impronta más social. Ambos partidos tendrían que haber ayudado a tender puentes con políticas reformistas en un momento en el que los grandes partidos necesitaban una corrección de rumbo. El PP se mantenía enrocado en un conservadurismo esclerótico, atenazado por los casos de corrupción que afloraban; mientras que en el PSOE se hacían evidentes las tensiones entre su alma socialdemócrata clásica y un socialismo de nuevo cuño, primero zapaterista y que ha terminado degenerando en una 'podemización' del partido bajo el liderazgo cesarista de Sánchez. Sin embargo, el deslumbre desnortado de los líderes de los nuevos partidos y el incendio independentista dio al traste con cualquier esperanza de cambio. Luego llegó Vox, siguiendo la estela 'trumpista' de un populismo de derechas, también con rasgos iliberales, que se extiende por Europa y América. La foto de Colón por un lado, y la moción de censura a Rajoy por otro, fueron viva expresión del marco político que nos dejaban estos cambios: dos bloques enfrentados, que prácticamente dividen nuestra sociedad por la mitad, bien sujetos por los extremos.
No me atrevería a adelantar cuál puede ser la deriva del sistema político, pero sí quisiera alertar de algunos elementos perniciosos que nos ha dejado esta experiencia reciente y que sería necesario corregir por salud democrática.
En primer lugar, se ha perdido el mínimo decoro institucional. Sirvan como ejemplos recientes la redacción con consignas partidistas del preámbulo de una ley, o las descalificaciones del director del CIS a votantes. Las formas en democracia son importantes. Más en general, vendría bien algo de recato y pudor en estos tiempos de exhibicionismo político.
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Asimismo, me preocupan especialmente algunas toxinas iliberales que han ido contaminando nuestro orbe político. No podemos continuar en esta espiral de polarización, cada vez más agresiva, y hemos de superar la reducción del discurso político a lemas divisivos y consignas populistas (comunismo o libertad / democracia o fascismo). Las inocularon los partidos extremistas pero se han extendido a todos los demás. La democracia se hace principalmente con trabajo en las instituciones, y no en las calles ni a gritos, y exige reconocer al adversario en un marco de convivencia plural sostenido por la afirmación de unos valores comunes.
Y, por último, las decepciones acumuladas con aquellos partidos que enarbolaron los ideales regeneracionistas no pueden empañar la importancia de que ese espíritu se mantenga, más aún cuando se aprecia una clara degradación institucional. Urgen reformas que contengan la deriva partitocrática, hay que revitalizar nuestros parlamentos, garantizar la independencia judicial y de otros órganos, profesionalizar la alta dirección pública... Y no podemos olvidar la importancia de acometer reformas sociales y económicas. La Transición no habría salido adelante sin unos Pactos de la Moncloa, por ejemplo. En Estados Unidos, Biden ha lanzado un ambicioso programa de reconstrucción nacional y, en nuestros lares, los fondos europeos son una oportunidad. Hay que reforzar la cohesión social y territorial y los servicios públicos en nuestro país, y deben impulsarse profundas reformas del sistema económico y del sector público para adaptarlos a la realidad global y digital del siglo XXI. Algo solo posible con serenidad, rigor y espíritu constructivo en política.
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