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Política real

PRIMERO DE DERECHO ·

Quizá debamos pensar en la necesidad de unos nuevos Pactos de la Moncloa o en un Gobierno de concentración nacional

Domingo, 5 de abril 2020, 03:49

La Política, aquella que se escribe con mayúsculas, siempre ha sido necesaria para el progreso de una sociedad, pero es precisamente en tiempos de crisis cuando se ve con mayor nitidez su valor, cuando se diferencia lo que son problemas reales que reclaman liderazgo y respuestas políticas rigurosas, de los enredos políticos artificiales para movilizar al electorado en uno u otro sentido. En los últimos tiempos nos habíamos acostumbrado demasiado a que la política (ahora con minúsculas) era lo segundo y se había ido forjando una clase política adecuada a esa medida. Cascarón de huevo. 'Merchandising' y marketing político, aderezados de buenas dosis demoscópicas movilizadas por sentimientos viscerales. Guerras culturales e identidades en lugar de políticas para afrontar los desafíos del Estado en un mundo cambiante que exige profundas reformas de todo orden. Por poner un ejemplo, todos enconados con el dichoso 'pin parental' mientras muchos jóvenes terminan el Bachiller con dificultades para entender un texto mínimamente complejo, para redactar sin copiar o para discernir con sentido crítico aquella información que es fiable en el mar de internet.

Pero, de repente, ha tenido que venir un virus extendido en forma de pandemia para, espero, abrirnos los ojos: ahora sí que es imprescindible hacer política 'real' y ante ello los 'figurantes' políticos se han visto desnudos. Salvar la crisis no va de caceroladas ni de 'anticuerpos españoles'. El contraste ha sido clamoroso con el compromiso heroico de nuestros servidores públicos: esos médicos y todo el personal sanitario que encadenan casi sin medios horas y horas de trabajo, igual que nos quedan imágenes de esos militares llevando las bolsas a una anciana; pero también una sociedad civil que en general cumple respetuosamente las limitaciones impuestas, unos camioneros que hacen largos kilómetros casi sin paradas para que no haya desabastecimiento, cajeros que atienden con una sonrisa tras la mascarilla en el súper, profesores que improvisan temarios para impartirlos por internet o personas anónimas que cosen mascarillas para hospitales desabastecidos.

Ahora bien, la moraleja de todo ello no puede ser la antipolítica, ni el populismo simplista. Sino la necesidad de otra política, aquella que he empezando escribiendo con mayúsculas. Una política que no es 'tecnocracia', pero que respeta el rigor y busca el conocimiento para tomar decisiones; una política en la que por supuesto hay ideologías, pero que está dispuesta a superar las diferencias para buscar lugares de encuentro con el objetivo de construir un progreso colectivo; una política donde los partidos no caen en partidismos, sino que son capaces de renunciar en pro de un bien común; una política a la que se llega a 'servir', no a 'servirse'. Ojalá pudiéramos ver un Parlamento en el que se vaya a debatir con razones y buenos argumentos, y no a montar numeritos. Ya advirtió Ortega lo que nunca debería hacerse en el hemiciclo y que por desgracia ahora tanto abunda: el payaso, el tenor y el jabalí.

Superaremos la crisis sanitaria, pero nos quedará un proceso de difícil reconstrucción nacional, europeo y, si me apuran, global. Hay voces cualificadas que ya anuncian que de esta crisis puede salir un nuevo orden mundial. Se perfilan dos liderazgos: unos EE UU con quienes compartimos una razón civilizatoria, pero que hoy están dirigidos por un populista desnortado, y una China cuya solidaridad en la crisis ha demostrado su mejor cara pero que no debe hacernos olvidar que se trata de una dictadura antiliberal. ¿Dónde estará Europa? Espero que dando ejemplo de cohesión y solidaridad, de una construcción política más democrática, menos economicista y más humanista. Y, en España, tendríamos que empezar por reconstruir los puentes entre partidos, con moderación y alejados de extremismos, para volver a la política real. Quizá debamos pensar en la necesidad de unos nuevos Pactos de la Moncloa o en un Gobierno de concentración nacional. Más adelante, incluso, esperemos que surjan nuevos perfiles políticos capaces de hacer política con mayúsculas.

Socialmente, hemos sido conscientes de la fragilidad de nuestro bienestar –nos lo habían contado los abuelos, ellos que sí habían pasado hambre y vivido guerras, y quizá no les habíamos escuchado lo suficiente–. Hemos advertido la importancia de lo colectivo para enfrentarse a los desafíos y las amenazas globales. Hemos percibido el valor de la persona, que trasciende al individualismo y que debe proyectarse en el modelo de crecimiento económico. Hemos sentido el calor de la familia y de los amigos. Pues bien, hagamos Política real, con mayúsculas, y reconstruyámonos sobre esos valores.

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